Los liberales —o, al menos, la escuela de neoliberales que dice capitanear el señor Jiménez Losantos— han vuelto al seno de la Patria. Yo creo, sinceramente, que cualquier regreso —o ingreso— debemos saludarlo con alborozo. Es obvio que, cuantos más seamos, tanto mejor.
Pero tengo sospechas —y algo más que sospechas— de que estos liberales de hogaño, a pesar de su sobredosis de rojo y gualda, vienen con mercancía averiada bajo el brazo.
En un principio creí que eran manías mías, pero con el paso del tiempo he podido corroborar mis posiciones y que, al fin y a la postre, no andaba demasiado desencaminado.
Me refiero, en concreto, a la sumisión de estos neoliberales nuestros a Yanquilandia y a su política exterior. Con ese esquema hollywoodiano de la diplomacia norteamericana, que los neoliberales siguen de manera bovina y divide el mundo entre “buenos” —ellos— y “malos” —el resto—, puedo estar de acuerdo en algunos casos puntuales, pero hay cuestiones que chirrían y en las que ni siquiera mi manga ancha puede dar más de sí.
Por ejemplo: cuando los yanquis nos quiere hacer tragar esos dos sapos venenosos que son la “entrada” de Turquía en Europa y la “independencia” de Kosovo.
Lo siento, pero no. Ni con vaselina, oigan. Para España, lo de Turquía y lo de Kosovo serían —¡son!— sendas patadas en los cojones. ¿Será por eso que los campeonísimos de la libertad carpetovetónicos andan, como diría el castizo, “callados como putas” sobre estas dos cuestiones que a mí se me antojan vitales?