Vox y la estrategia secreta

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Avisaba Hughes en un reciente artículo reproducido en este mismo periódico del grave peligro en el que se encuentra hoy Vox: que parte de su trabajo sea aprovechado por el PP, como el ciclista que chupa rueda al que tira y tira mientras éste se desgasta contra el viento, para ver finalmente cómo el que venía detrás agazapado esprinta y le gana la etapa.

Se trata de un peligro real. Recordemos que Vox nace como una escisión del PP cuando el Partido Popular de Rajoy expulsa al sector liberal de Esperanza Aguirre y al sector democristiano de Mayor Oreja y queda colonizado en su práctica totalidad por el sector tecnocrático del alto funcionariado: por debajo de Rajoy, Registrador de la Propiedad, brillan los abogados del Estado y otros ejemplos de funcionarios pata negra del Partido Popular, tan buenos opositores como faltos de imaginación. Es entonces cuando Santiago Abascal siente que el PP se está traicionando a sí mismo y abandona el protector paraguas de los populares para lanzarse a la aventura de Vox, de futuro completamente incierto y en principio muy poco prometedor.

Tras una larga travesía del desierto en la que Vox no arrancaba, lo hace por fin en las elecciones andaluzas de diciembre de 2018, para luego, en las generales de abril de 2019, alcanzar el éxito relativo de 24 diputados y, después, al repetirse en noviembre, el éxito rotundo de 52. El PP siente el aliento de Vox en el cogote y, durante la moción de censura presentada por Vox en otoño de 2020, Pablo Casado toma la atolondrada decisión de marcar distancias de un modo innecesariamente ofensivo y casi maleducado con Abascal, que sostiene al gobierno del PP y Ciudadanos en Madrid y Andalucía. La sensación generalizada es entonces que el PP quiere desinfectarse del germen de Vox e instalarse en un centrismo pastelero y pusilánime que pide al PSOE que le perdone la vida, como ya ha hecho Inés Arrimadas demostrando una inteligencia política muy escasa. Abascal siente entonces que la única oposición real que queda en la derecha al gobierno socialista de Pedro Sánchez, aliado con Podemos y los separatistas, es la de Vox, y así piensa también un Jiménez Losantos, que desprecia claramente la postura de Pablo Casado, el cual —no lo olvidemos—, antes del verano ya había decidido prescindir de Cayetana Álvarez de Toledo. Es el momento, tras la moción de censura, en el que muchos afiliados al PP se sienten traicionados y se da un fuerte movimiento de nuevas afiliaciones a Vox. En las elecciones catalanas que se celebran en febrero de 2021, Ciudadanos desaparece, el PP se ve reducido a un mínimo irrisorio y Vox entra con cierta fuerza en el Parlament. Todo parece indicar que al PP de Casado las cosas le van fatal y que al Vox de Abascal el viento le sopla de cola.

Pero entonces llega la moción de Murcia y el Efecto Mariposa que termina con la convocatoria de elecciones en Madrid, donde arrasa no el PP en sí, sino de manera personalísima Isabel Díaz Ayuso. Necesitará el apoyo de Rocío Monasterio para gobernar, pero el optimismo del Partido Popular se desboca de manera absoluta. Se ha desactivado la moción en Murcia —y ello aparece como un éxito de Teodoro García Egea—, se ha arrasado al PSOE y a Sánchez de manera señalada en Madrid. Los populares ven la llegada del cambio de ciclo. Vox ya no parece una amenaza real en el campo de la derecha. Bien es cierto que el éxito en Madrid es de la populista Ayuso y no del insípido Casado y que los resultados no son directamente extrapolables al ámbito nacional; pero Casado y su equipo ven reforzada su estrategia y sienten que las cosas están cambiando. Las encuestas empiezan a sonreírles. Parte del éxito de Ayuso es también éxito suyo, o al menos se lo apropian. Vox, al que Casado ofendió gratuitamente durante la moción de censura en otoño de 2020, tendrá que seguir apoyando al Partido Popular, porque no le queda otra opción. Y seguirá con sus guerras culturales, sí, haciendo el trabajo sucio a un PP que, aupado al impulso de Ayuso desde Madrid, tras fagocitar los restos de Ciudadanos y apoyándose en el creciente desgaste de Sánchez, recogerá las nueces del árbol que otros le han ayudado, sin querer, a agitar.

La situación actual de Vox

En una reciente entrevista con Jiménez Losantos en EsRadio, era evidente la incomodidad de Abascal a la hora de entender la situación actual de Vox. Hasta las elecciones catalanas, la línea ascendente resultaba inequívoca; ahora se abre, en cambio, un periodo de incertidumbre. Vox necesita entenderse a sí mismo, comprender cuál es su verdadera problemática en el momento presente. Si no lo consigue, puede verse condenado a dar palos de ciego, a navegar sin un rumbo lo bastante definido durante los próximos meses, en un tiempo en el que nos enfrentaremos a graves desafíos y que puede ser decisivo para el destino de nuestro país.

Mucho más dubitativo que otras veces, ante los micrófonos de EsRadio Abascal repasaba, como para poner en valor y levantar unos ánimos ahora un poco decaídos en las filas propias, los logros conseguidos por Vox en poco más de dos años; pero no supo contestar la pregunta clave que le hizo Federico: “¿Cómo puede Vox ampliar su presencia cultural y mediática para llegar a más gente?” Es decir: ¿cómo puede incrementar el decisivo “poder blando”, el soft power que tan decisivo es en esta época de “política de la seducción”?

En mi opinión, Vox tiene una necesidad urgentísima: ampliar el abanico de temas con los que lo relaciona hoy automáticamente la opinión pública y el mundo de los opinadores profesionales dentro de los grandes medios. ¿Qué es Vox hoy? Básicamente, discurso contra la inmigración ilegal, menas, guerra cultural contra el feminismo radical, el lobby gay y la ideología de género, enfrentamiento con el separatismo catalán, crítica al Estado de las Autonomías y a las televisiones autonómicas, duras intervenciones en el Parlamento y recursos y más recursos ante el Tribunal Constitucional. Temas todos importantes y serios, pero nada seductores y con los que creo que Vox ha alcanzado su techo en torno a los cincuenta diputados.

Fijémonos en el instructivo ejemplo de Díaz Ayuso. De ser una desconocida, ha arrasado en Madrid gracias a unos pocos y sencillos elementos: impuestos bajos, intervenciones desacomplejadas y divertidas contra la izquierda en el Parlamento de Madrid, una sonrisa franca y una valiente y firme determinación de mantener abierto el pequeño comercio y las terrazas de cafeterías y restaurantes cuando el resto del país cerraba ocasionando al sector un daño irreparable. Aun en medio de restricciones y dificultades, Madrid se mantenía heroicamente abierto en medio de la cobardía generalizada, la estupidez y la insensibilidad de casi todos los demás gobiernos autonómicos. Y ¿por qué Ayuso ha podido hacer esto? Pues porque —detalle importantísimo—

Isabel Díaz Ayuso no es una pija pepera de barrio de Salamanca

Isabel Díaz Ayuso no es una pija pepera de barrio de Salamanca y universidad privada, sino una verdadera chica de barrio de sonrisa franca que, igual que existe la “novia de América” —Julia Roberts forever—, se ha ganado durante los últimos meses el honroso título de la novia de Madrid.

Vox debe aprender del ejemplo de Díaz Ayuso. ¿Tiene Vox un problema de liderazgo? No, en absoluto: Santiago Abascal es un magnífico líder, una persona que conecta con el pueblo y con la España real, y no es ningún niño pera de la derecha, como sí lo es un poco, en cambio, Pablo Casado, y bastante más varios de sus repeinados adláteres. Sin embargo, Abascal corre hoy el riesgo de convertirse en un líder previsible y monocorde, en un político que ya no consigue sorprender, que repite una y otra vez los mismos mensajes de siempre (menas, inmigración, separatismo, feminismo radical…). Y el caso es que Abascal realmente sí es capaz de articular, creo, un discurso mucho más amplio y atractivo que el que proyecta en la actualidad.

Algunas ideas: Vox tiene que articular una propuesta realmente interesante en el tema del sistema educativo, donde carece a día de hoy de mensaje claro y reconocible. También podría plantear una reforma a fondo, desde bases filosóficas potentes, de RTVE, proponiendo —por ejemplo—, como símbolo de un nuevo tiempo, la creación de un programa similar a la añorada La Clave de Balbín. También podría hacer hincapié en la idea de dotar al CSIC de una financiación muy generosa, convirtiéndolo en un referente europeo en diversas áreas de investigación. Volviendo al tema de la educación, Vox podría recuperar la idea esbozada en su día por Alfredo Pérez Rubalcaba de un “MIR educativo”, incluyendo para todas las oposiciones educativas un exigente primer examen tipo test de cultura general que sería muy beneficioso a distintos efectos. En economía, creo que la bandera básica de Vox podría ser la idea de libertad económica a lo Singapur, entendida como ausencia de trabas burocráticas, bajos impuestos y máxima colaboración pública a la creación privada de empresas. Por otro lado, podría insistir en la necesidad de incrementar significativamente el presupuesto de las Fuerzas Armadas, que necesitan hoy una urgente modernización.

Sigamos aún un poco más, y sólo estamos dando pinceladas a vuelapluma. Legalización total del homeschooling o educación en casa, ofreciendo para ello vías de colaboración desde la esfera pública para las familias que elijan tal estilo de enseñanza. Ayudas a madres embarazadas que se pueden ver enfrentadas, por falta de recursos y apoyo, a un aborto no deseado. Generosas ayudas estatales por hijo hasta los 18 años, algo importante también a efectos demográficos. Permisos de maternidad transferibles y más prolongados que en la actualidad, algo que nos acercaría a los tan alabados a este respecto países nórdicos. Y, en otro orden de cosas, imitar a Qatar y otros Estados del Golfo Pérsico en la celebración de eventos de resonancia global con un importante retorno en términos publicitarios, de imagen y de marca-país. ¿Cuánto puede costar traer a Madrid, a Barcelona, a Pamplona o a San Sebastián la final del campeonato del mundo de ajedrez? ¿Tal vez, entre unas cosas y otras, diez millones de euros? ¿Merece la pena tal inversión? Desde luego que sí. Como la merecía hace unos años el prestigioso Festival Internacional de Astronomía Starmus, que se celebró en las Islas Canarias durante varias ediciones y que la desidia institucional provocó que se trasladara después, por unos pocos cientos de miles de euros, a Noruega y Suiza.

Tal vez Vox lleve muchas de las ideas que aquí he apuntado en su programa electoral, o éstas se discutan en los círculos internos del partido; pero, si es así, desde luego ello no transciende a la opinión pública. La Fundación Disenso, aparte de para promover interesantes debates de “guerra cultural” que luego tengan escaso eco ad extra, ha de estar para nutrir al partido con ideas concretas de práctica operativa. Vox no puede limitarse a ser el partido de los menas y de las broncas con las feministas y con Esquerra. Si se limita a ser eso y poco más, nunca surgirá en la sociedad española ese consenso invisible que hace percibir a una fuerza política como un auténtico partido de gobierno.

Y por cierto, antes de terminar: creo que Vox también necesita replantearse cuáles deben ser sus caras más visibles. Como he dicho, Santiago Abascal es un gran líder, aunque hoy en riesgo de caer en manierismos, repeticiones y fórmulas manidas. El número dos debe ser Iván Espinosa de los Monteros, un político realmente brillante y sólido. En cuanto a Macarena Olona, creo que, pese a su gran preparación jurídica, no es una buena comunicadora y debería o mejorar en este aspecto o dar un paso atrás como representante de Vox ante los medios. Del mismo modo, deberían aparecer con mayor asiduidad y relevancia figuras hoy secundarias como Víctor Sánchez del Real, Ignacio Martín Lázaro (ese político clásico procedente del mejor PP) o la diputada Magdalena Nevado, que tiene un discurso muy potente contra la Agenda 2030 del globalismo. En cuanto a Ortega Smith, es audaz y muy bueno en los debates políticos y jurídicos, pero flaquea gravemente en el campo de la visión de fondo, la cercanía y la ductilidad emocional. Y, finalmente, alguien como Rocío Monasterio tiene la rara habilidad de causar en muchos -y también en mí- una sensación desagradable e irritante.

Y por cierto: a Vox no le vendría mal algún fichaje externo: el paralelo al Toni Cantó fichado por Ayuso. Alguien como Juan Carlos Girauta, muy valorado por Abascal, sería un campanazo.

Si Vox se replantea los temas que acabo de apuntar, puede romper el techo de los 50-55 escaños; si no, tal vez habrá llegado ya a su tope, como le ocurrió en su día a Ciudadanos. Si los de Abascal no toman el toro por los cuernos, quizás el romo Pablo Casado se convierta en el próximo presidente, quién sabe si también —no lo quiera Dios— en un Mariano Rajoy 2.0 que tampoco derogue la Ley de Memoria Histórica. Habrá ocurrido entonces lo que se teme Hughes: que el chuparruedas se aprovechará del trabajo del que tira. Y el Partido Popular, sin apenas merecerlo —como Rajoy en 2011, por cierto—, llegará, por un fenómeno de simple inercia política, al palacio de La Moncloa.

Antes de terminar, una explicación que me parece necesaria. ¿Por qué he titulado el presente artículo “Vox y la estrategia secreta”? Pues muy sencillo: porque, a mi modo de ver, no se trata sólo de proponer una serie de medidas políticas empíricas más o menos razonables para atraer la atención del electorado, o de un cierto cambio de rostros. Se trata de ofrecer otra visión filosófica y metafísica acerca del lugar de España en el mundo y del destino de Europa, en la línea de trabajo intelectual impulsada en Francia por el ISSEP de Marion Maréchal Le Pen. En la hora presente, una Europa que atraviesa una tremenda crisis de fundamentos espirituales corre el peligro de caer en las redes globalistas del Foro Económico Mundial de Klaus Schwab y demás instituciones de la Élite. Entonces, Europa como idea espiritual habrá muerto, y España como nación también. Si Vox no se acomoda en el establishment, si no se convierte en “disidencia controlada”, debe saber que habrá de enfrentarse en una tremenda batalla contra fuerzas formidables.

Igual que la ciencia básica es el fundamento remoto de tantas tecnologías aplicadas, la filosofía —incluso la teología— es la raíz primera de la acción política. La “estrategia secreta” de Vox debe consistir en cultivar un aspecto esotérico de su actividad donde tal vez tengan cabida voces tan inesperadas como las de Leibniz, Jünger, Husserl o Juan Eduardo Cirlot. La Fundación Disenso no debería limitarse, me parece, a cosas como meterse, cual es ya habitual, con Michel Foucault, padre de la teoría queer, o a las consabidas diatribas teóricas y académicamente solventes contra el nacionalismo catalán. Me parece que debería bucear mucho más profundo. A lo mejor hasta esa “erudición de lujo” que parece no servir para nada y carecer de toda aplicación práctica. Porque, por ejemplo, ¿para qué necesitaría Vox, o bien el ISSEP francés, ocuparse de las cofradías sufíes turcas, o de las cruces celtas, o del trískel bretón, o del carácter agonístico de la cultura griega? Tal vez —seguramente incluso— para cuestiones que antes o después se revelarán como absolutamente esenciales.

Vox: una escisión del PP que pronto volverá a la casa del padre, a la casa común de la derecha, como dice el hoy venido arriba Casado; o un partido que terminará declinando por una falta fatal de rumbo y de relato; o una formación finalmente aburguesada que se preocupará ante todo por su propia supervivencia; o quizás —Dios lo quiera— un miembro importante de la alianza de fuerzas patriotas de Europa que deberán enfrentarse en un duelo mortal al monstruo tiránico del globalismo. Y un elemento esencial también para la supervivencia histórica de España. De todo esto, ¿qué terminará siendo Vox? Sólo el tribunal inapelable del tiempo podrá decirlo.

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