Uno de los síntomas inequívocos de que soy un dinosaurio cultural es mi irremediable querencia por el clásico periódico de papel.
Uno de los síntomas inequívocos de que soy un dinosaurio cultural es mi irremediable querencia por el clásico periódico de papel. Sencillamente, me encanta leer el periódico: siempre de atrás hacia delante y tomando abundantes notas en mi libreta, como saben muy bien en varias cafeterías de Cartagena. Sin embargo, y como digo, soy un dinosaurio porque me aferro tenazmente a un hábito en vías de extinción.
La crisis del periódico de papel no es culpa exclusiva de Internet: contra lo que pudiera parecer, viene de lejos, y ya en la década de 1990 las principales cabeceras tuvieron que lanzar costosas promociones para sostener su difusión. Ahora bien: en la era de la información gratuita e instantánea en la Red, la defunción del diario clásico parecería ya sólo una cuestión de tiempo, y no demasiado largo. En efecto, ¿cómo podrían sobrevivir los periódicos ante la pujante competencia de los medios electrónicos, con unas nuevas generaciones para las que leer un periódico de papel es ya un acto completamente exótico, casi propio de auténticos extraterrestres?
Como sabemos, durante los últimos años tanto los diarios españoles como internacionales han adoptado diversas estrategias para adaptarse al nuevo ecosistema. La más frecuente ha consistido en desdoblarse para estar presente en ambos entornos: el kiosco de toda la vida e Internet. Diferentes sistemas de acceso y suscripción buscaban fidelizar a los lectores y ofrecerles unos contenidos estratificados, con opciones premium incluidas y variadas ventajas de todo tipo por pertenecer a ese exclusivo club. También ha sido frecuente insistir -como ha hecho entre nosotros Víctor de la Serna- en la división de funciones de los actuales medios de comunicación: el medio electrónico proporciona información rápida en cuanto a hechos, noticias y datos, mientras que el periódico de papel debe ir cada vez más hacia el análisis en profundidad. Ha de contextualizar la noticia o el fenómeno tanto como sea posible, permitiendo entender realmente lo que está pasando en el mundo. “De la información a la comprensión”, podría ser el nuevo lema de unos diarios de papel destinados básicamente a una élite socio-cultural, a una minoría de lectores formados e influyentes.
Por mi parte, y aunque estoy bastante de acuerdo con esta última idea, creo que el verdadero quid de la cuestión se encuentra en otra parte. ¿Qué debería ofrecer un periódico de papel en pleno siglo XXI para resultar atractivo incluso para un público en principio refractario a las viejas páginas de papel? Pues, sencillamente, tendría que proporcionar una experiencia “inmersiva”, “360 grados”, en la abigarrada complejidad del mundo contemporáneo. Un periódico puede ser atractivo, e incluso fascinante, cuando sé que abrirlo equivale a internarme en una espesa selva llena de elementos interesantes y con frecuencia inesperados. Cuando el periódico se convierte en un microcosmos que refleja el macrocosmos mundial, cuando percibo en él una abigarrada y exuberante variedad de contenidos y niveles de lectura, entonces “me siento envuelto por el periódico” y su lectura me hace secretamente feliz.
Ahora bien: ¿no hacen ya esto los periódicos en la actualidad? En mi opinión, sólo a medias. Por una parte, los grandes periódicos de Occidente muestran en sus páginas una gran cantidad de talento, y con frecuencia contenidos realmente interesantes. Sin embargo, sigue predominando en ellos cierta atmósfera gris, un poco anacrónica, en vez de esa especie de efervescencia pop que a mí personalmente me gustaría encontrar en ellos. ¿De quiénes deberían aprender, e incluso copiar, los diarios clásicos para dar el salto cualitativo que necesitan?
En mi opinión, es posible ofrecer al respecto al menos algunas pistas. Por ejemplo, ¿a qué se debe el éxito de una revista como Muy Interesante, convertida desde hace tiempo en franquicia internacional? Aun adoleciendo de los defectos que se quiera -que los tiene-, Muy posibilita a sus fieles lectores algo parecido a esa “inmersión panorámica” que aquí estoy preconizando. Lo mismo puede decirse de los tabloides británicos, deleznables tal vez desde varios puntos de vista, pero que ofrecen a su público una suerte de experiencia inmersiva afín a ese umami -el “sabor sabroso”- que tanta importancia tiene en la cultura gastronómica de Japón. Lo mismo se puede decir, por cierto, de las clásicas revistas del corazón, que parecieron seriamente amenazadas primero por los programas televisivos análogos en la década de 1990 -aquel indescriptible Tómbola-, y luego por la irrupción de Internet; pero que, como se ve, sobreviven más que bien en el selvático panorama de los medios de entretenimiento contemporáneos. Algo semejante puede decirse de las revistas dedicadas a temas paranormales y esotéricos -Más allá, Enigmas, Año Cero-, también criticables a varios respectos, pero inmersivas y bien provistas de umami como ellas solas. E incluso algo habría que aprender del fugaz y hoy desaparecido diario Público, tan objetable por serios motivos de fondo como lleno de talento en cuanto a varios puntos de su concepción y diseño formal.
Para dar indicaciones un poco más precisas, tal vez sea oportuno elaborar una lista de posibles ideas. ¿Qué debería contener el “periódico 360 grados” del futuro?
-La mayor cantidad posible de información “con bajo grado de entropía”, es decir, que supere el plano de los datos y vaya al fondo o meollo de las cosas, para mostrar la cara oculta de éstas. Además, y como sabemos, es esencial que el periódico, más que informarnos sobre hechos, nos cuente historias organizando esos hechos en un relato sugestivo y veraz.
-Una línea editorial inconformista y arriesgada. No se trata de llamar la atención como sea, sino de buscar un punto de vista lo más original, independiente e interesante posible, para enfocar desde él los múltiples fenómenos que aparecen en la incesante corriente de la actualidad. Por la misma razón, el genuino periodismo de investigación constituye una exigencia irrenunciable para cualquier medio que aspire a no caer en una triste previsibilidad.
-Una particular atención a la dimensión visual del periódico, a las imágenes que aparecen en él. Por supuesto, esto ya se hace hoy; pero creo que hay aquí mucho margen de mejora, en cuanto a contenido de las fotos, compartimentación y distribución de espacios etc.
-Una variedad de contenidos conscientemente buscada, con arreglo a un plan previo. Así, por ejemplo, además de las secciones habituales -política, economía, sociedad, ciencia, cultura, deporte-, a lo largo de una semana deberían incluirse noticias y reportajes sobre temas como: mundo de la Iglesia Católica y otras religiones, ufología y fenómenos paranormales, sucesos -nuestro añorado El Caso-, NBA, mundo ruso -pensemos en Russia beyond the headlines- o japonés, antropología y folklore etc. En realidad, un periódico debería ser un híbrido entre periódico y revista. Ya lo es hoy en parte, pero creo que mucho menos de lo que podría serlo. Vivimos rodeados por realidades fascinantes de las que sabemos muy poco, y que con frecuencia son muy próximas. En realidad, ¿qué saben los lectores españoles sobre Francia, más allá de cuatro generalidades; qué, por ejemplo, sobre la Gran Cartuja de Grenoble, Futuroscope, el arsenal atómico francés, el simbolismo de Francia como “gallo” o la política francófona en África? Y, pasando ahora a Italia, ¿para cuándo un impactante reportaje sobre la Cripta de los Capuchinos en Roma, decorada a base de miles de huesos y calaveras?
-Artículos y breves ensayos de gran angular, panorámicos, semejantes a los de Guy Sorman en ABC -con cuya postura ideológica no hay por qué coincidir-. Tras el 11 de septiembre de 2001, los grandes periódicos occidentales se llenaron de reportajes y artículos relativos al conflicto entre Occidente y el Islam. Fukuyama y Huntington eran citados por doquier. André Glucksmann daba su interpretación a lo “Dostoievski en Manhattan”, y Gilles Kepel ofrecía su solvente conocimiento del universo musulmán. Comparecían también de vez en cuando Nietzsche y Spengler. Supimos de la secta de los asesinos y del Viejo de La Montaña, y de tantas otras cosas más. Pues bien: este tipo de análisis y contenidos debe ser una exigencia permanente. La metahistoria a lo Jünger, incluso a lo Guènon, tiene mucho que aportar a la comprensión de una época que justamente ha perdido la capacidad de comprenderse a sí misma. Recordamos aquí algunas terceras de ABC de los años noventa -así, de Vaclav Havel-, o un artículo de Eugenio Trías sobre Nostradamus en El País, también de esa época. Creo que, si queremos que el debate público sea realmente fértil, no podemos permitirnos prescindir de posturas tan heterodoxas como, y por ello, potencialmente valiosas.
-Una dimensión abierta al mundo de la información alternativa, incluso “conspiranoica”, separando el grano de la paja y no limitándose simplemente a desacreditar por principio todo lo que proviene de los medios no convencionales de Internet. Si un periódico quiere ser hoy interesante y atractivo, tiene que enfrentarse valerosamente al mundo de los rumores y supuestas o reales fake news, con la prudencia debida y dando a cada noticia o hecho el grado de credibilidad provisional que merezca.
-Un equipo de articulistas lo más solvente posible. Ya los hay actualmente, sin duda: en mi caso, leo con sumo placer a Raúl del Pozo, Jorge Bustos, Pedro Simón, Enric González, Manuel Hidalgo, Fernando Sánchez Dragó, Juan Manuel de Prada y algunos más. Se trata, desde luego, de que los articulistas posean una personalidad lo más definida y sugestiva posible, hasta asomar al lector -es el ideal- al trasmundo de las cosas y a su propio trasmundo interior. En Italia, hubo un clamor popular entre los lectores cuando Vittorio Messori, periodista del diario católico Avvenire, dejó de publicar allí su columna semanal sobre historia de la Iglesia y temas afines: es que, semana tras semana, Messori les abría una esclarecedora ventana a ese trasmundo del que hablo. Un periódico debe aspirar a que haya lectores que esperen impacientes cada mañana la nueva entrega de su articulista o columnista favorito.
Hasta aquí esta lista, no exhaustiva, de posibles ideas. Amante apasionado, como soy, de los periódicos de papel, no me resigno a lo que parece su actual languidecimiento, antesala de una ya próxima defunción. Y el remedio para sus males no puede hallarse más que en el ámbito de sus contenidos. O el periódico consigue ser atractivo por sí mismo, o, si no, ningún otro sostén conseguirá sino retrasar un poco más su definitiva caída.
Leo en El Mundo de hoy, y precisamente a Víctor de la Serna, a quien citaba párrafos más arriba, que el director del New York Times está feliz ante la oleada de suscripciones posteriores a la victoria de Donald Trump. Los norteamericanos saben que los próximos años serán, tanto en Estados Unidos como en el mundo en general, cualquier cosa menos aburridos; y esperan de su periódico información y análisis de calidad sobre lo que suceda en los tiempos, casi con toda seguridad convulsos, que se avecinan. Ahora bien: lo que en realidad esperan es, sobre todo, que, ocurra lo que ocurra, su periódico sea para ellos ese pequeño universo, ese microcosmos que, como un árbol frondoso, los interne cada mañana en la selva del mundo y arroje toda la luz posible sobre su desconcertante confusión. Cualquier otra cosa -también, desde luego, la mera apariencia de estar haciendo esto- constituiría un fraude, se disimule cuanto se disimule. Cualquier otra cosa, en fin, acercará a mis queridos periódicos de papel a un futuro fallecimiento: acaecido entonces por causas básicamente endógenas, los periódicos morirían en ese momento de una tristísima muerte natural.