Entre los poetas ingleses contemporáneos siempre tuve una debilidad por Roy Campbell y Dylan Thomas, muy parecida a la que sentí y siento por Lorca y Alberti entre los poetas españoles. Aclaro que por poetas españoles me refiero aquí a los poetas de habla española, como antes he llamado ingleses al galés Thomas y al sudafricano Campbell, como podría habérselo llamado al norteamericano Eliot. Estos tres nombres están entre mis mejores recuerdos de Cambridge, cuando dos de ellos aún vivían y el otro hacía poco que había muerto. Por dos veces asistí al recital que el actor galés Emlyn Williams, que tenía un hijo en la Universidad como también lo tenía Raymond Massey, ofreció en un teatro de la poesía y la prosa de su llorado amigo y paisano. Se titulaba aquel inolvidable recital Dylan Thomas growing up y el actor dijo de modo impecable y emotivo todos los textos de memoria. Mi amistad con otro colegial de Trinity Hall, John Lockwood, que al graduarse se iría para los restos al escritorio de una bodega jerezana, la de Sandeman, hizo lo demás y, con la irresponsabilidad y el entusiasmo de la juventud, acometí la tarea de traducir versos de Thomas. Un par de años más tarde, ya en España, me encargó José Luis Cano que tradujera para Adonais una antología de Campbell, fallecido hacía poco en accidente de automóvil. ¿Qué es lo que me sedujo en estos poetas? Yo entonces no lo sabía, como uno no sabe muchas veces por qué se enamora. Ahora pienso que tal vez fuera, y sin tal vez, la audacia de las imágenes y el rigor de la forma. Si hay que buscar un parentesco a estos poetas yo les atribuiría el de los acmeístas rusos, por más que dudo que los imitaran adrede. Lo que pasa es que determinados modos de expresión estaban en el aire, y el aire no conoce fronteras. De Dylan Thomas no voy a decir nada que no se haya dicho ya; de Roy Campbell en cambio sí que hay que decir que mientras los demás poetas de su tiempo y de su estirpe han sido reeditados y traducidos hasta la saciedad (Yeats, Eliot, Auden, Spender, McNiece, el propio Pound), hoy no es fácil hallar libros suyos en el mercado. Cualquier mequetrefe que hubiese militado en las Brigadas Internacionales tendría más suerte con una plaqueta insignificante que Campbell, adicto a la causa nacional, tiene con toda su obra. Y es que a Campbell le atraía en España aquello mismo que sus adversarios querían aniquilar: la sangre de los toros y el humo de los altares, y eso le hizo acercarse a San Juan de la Cruz después de presenciar en Toledo el holocausto del convento del Carmen y acercarse a la fiesta nacional con más coherencia que Hemingway, por dar sólo un nombre anglosajón… o que Bergamín, para el que la tauromaquia era un arte de birlibirloque, es decir, salto mortal, trampantojo y fantasmagoría.
Roy Campbell, poeta taurino
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