La cáscara del genio

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Hace poco ha habido cierto revuelo sobre si el buen poeta y muy golfo Jaime Gil de Biedma se merecía o no un homenaje, o un ciclo de charlas, o lo que sea, debido a que por lo visto fue un tiempo, alguna vez, en algún sitio, un pederasta de chicos, como él reconoce en sus memorias, publicadas prudentemente tras su muerte.

Qué hallazgo de los biempensantes y mojigatos que gozan de las obras de arte sin reparar en la tensión que supone crearlas, en el alejamiento de la moral propia y ajena –mutable con el tiempo, por cierto– que el artista transgrede de todas las formas posibles e imposibles. Un excelente novelista y buen amigo, Julio Manuel de la Rosa, me aseguraba que la aproximación al escritor debe ser exclusivamente textual. Él hablaba de lo escrito, que era lo que conocía, y mucho, pero el rasero puede ser extensible a todas las caras del arte, es decir, la pintura, la escultura, la arquitectura, el cine… Todas. Mi amigo Julio era buen novelista y mejor persona, pero eso no abunda en el universo de las artes, cual se ve en cuanto uno se pone a escarbar un poco bajo la cáscara humana del autor, o del genio, incluso y sobre todo.

Leí una vez, y es cierto, que de entrada el genio es incomprendido por su gente y su época, porque si lo entendieran al completo, esa gente y época serían tan geniales como él. El genio, el artista en general, es alguien que fabrica desde dentro de sí algo no ya bueno sino por fuerza diferente a lo que hacen los demás. Si repitiera patrones y productos sería artesano, no artista. Por supuesto que no todo incomprendido es genial, pero insisto en que todo genio tarda en ser reconocido, digerido por el tiempo.

Cernuda decía, con su agudeza, que había poetas que habían de esperar a que su público naciese

Cernuda decía, con la agudeza que le caracterizaba, que había poetas que habían de esperar a que su público naciese. Fue su caso, y no pudo expresarlo mejor.

Todos sabemos de escritores, músicos, artistas despreciados, ninguneados, soslayados, infravalorados en su momento y a los que juego el tiempo ha llevado a las alturas que se merecían. O peor, eran gentes de moral dudosa e incluso abyecta para sus días, pero ahí están sus obras, que es lo que ha perdurado, mientras quienes los atacaron, condenaron o ignoraron han caído en el más absoluto olvido. Por citar unos pocos ejemplos: ¿Alguien puede decirme el nombre del juez o jueces que condenaron al gran poeta francés François Villon a la horca, seguramente con motivo? ¿Cómo se llamaba el inquisidor que mandó unos años al trullo a fray Luis de León, en cumplimiento de la legislación entonces vigente? ¿Alguien conoce el nombre de alguno de los canónigos que acusaban a Góngora de relajación en sus costumbres en el capítulo catedralicio cordobés?

Igualmente son ridículas las acusaciones a los autores por parte de personajes y personajillos cuya gloria es simplemente haber ido a remolque del astro. Tristes e inútiles dentelladas de consuelo ante el esplendor de la obra bien hecha. Hablo por ejemplo de una desconocida Valery David Ronfeld, abandonada por su prometido y del que se vengó publicando tras la muerte de éste su correspondencia, asegurando que era un desequilibrado y un neurótico insoportable, vulgar, con halitosis y frecuente presa de la forunculosis. Seguramente tenía razón, pero la obra del individuo en cuestión, Rainer María Rilke, está ahí, y no vamos a perder el tiempo en conocer sus vicios o virtudes afectivas.

Byron se lio con su hermana. Ahí está su poesía, que es lo que cuenta

Byron se lio con su hermana. Ahí está su poesía, que es lo que cuenta. Y últimamente ha salido una tal Galia Oz, dizque escritora, hija del gran Amós Oz, con que si era un tirano, un maltratador, un desconsiderado con ella…, en fin. La esposa y los hijos del autor israelí han salido en defensa de Amós, pero la polémica está servida, ella venderá unos miles de ejemplares de sus pretendidas memorias, quizá veraces, ella sale en la tele y los medios por ese motivo, y aquí está ocupando unas líneas. Pero la gran obra de la literatura israelí moderna es la de su padre.

Repito que los ejemplos que disgregan al artista físico de su obra son numerosísimos, y seguro que el lector puede traer a colación muchos que yo ignoro, igual o más significativos. Pero quiero acabar citando, puesto que de pederastia iba lo de Gil de Biedma, a dos también grandes poetas, serios y venerados. El primero es Antonio Machado. A sus 34 años se enamoró de una catorceañera, y hubo de esperar a que ella cumpliese quince pasa casarse. Era Leonor Izquierdo, querida esposa que fue durante tres años, hasta que la tuberculosis acabó con ella, dejando al poeta desolado “…Y lo que yo más quería, la muerte se lo llevó.” El padre de Leonor era sargento de la benemérita, y para bien de las letras españolas y sobre todo de Antonio Machado, está claro que no se tomó a mal la boda de su pipiola con el profesor. Hoy día, en esta España mojigata y correctísima, no quiero pensar la que le cae encima a un profe de instituto ya talludo liándose con una alumna de segundo o tercero de la ESO. Ni aunque prometiese boda.

El otro caso, el de Cernuda, es algo más peliagudo y sensible, ya que de pederastia se hablaba al principio. Recuerdo vagamente unos versos en los que nuestro poeta asegura cómo la mirada o el tacto del viejo ensucia a la juventud que toca... Está bien como declaración de intenciones, pero luego, váyanse ustedes a ese gran libro de prosa poética llamado Ocnos, que suele ir siempre seguido de Variaciones sobre tema mejicano. Aquí, en uno de los mejores textos, en concreto en el llamado Dúo, el ya cincuentón escritor comienza diciendo: “A ese cuerpecillo oscuro que, en el umbral de la adolescencia, apenas ha dejado atrás la infancia, lo estrechan con transporte tus brazos. Penumbra en la penumbra de la habitación, delatado tan sólo por contraste con la blancura de las sábanas, parece un poco de sombra, tan ligero y tan moreno es; una sombra cálida cuyo contacto refresca tus miembros y orea tu pensamiento”.  En fin, sigan el poema hasta el final. Es muy bello. Pero es lo que hay. ¿Algún papanatas o alguna papanatasa va a negar a Cernuda la inmensa altura y belleza de su obra?

Por eso, bajo la cáscara del genio literario hay una criatura que ha batallado con la palabras y sobre todo contra el mundo, ha hecho lo que ha podido o querido, ha precisado de su soledad y transgresiones para crear, pera decir lo que otros no han dicho, o eso cree, ha fabricado sencillamente la belleza que nos ha regalado a los muertos, a los vivos y a los que vendrán. Y bajo esa vulgar cobertura humana estaba el genio que nos ha hecho el regalo de sus obras. La envoltura, que tanto se parece a la de todos nosotros, carece en realidad de importancia.

Obviémosla y devoremos el sabroso fruto.

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