Cuesta escribir un artículo como este porque uno corre el riesgo de ser etiquetado de manera simplista, sobre todo por aquellos que, "en apareciendo" cualquier sutileza respecto al tema en cuestión, corren despavoridos a refugiarse en el macho-máscara que les protege de toda interferencia sentimental.
La pregunta sería la siguiente: ¿Se puede, siendo hombre, amar a otro hombre sin sentir el menor atisbo de deseo sexual? Y no estoy hablando, sería cínico, de homosexualidad reprimida ni de relaciones familiares.
La respuesta es sí, rotundamente sí.
Es más, cómo psicólogo, y terapeuta desde hace casi veinte años, apunto una hipótesis: si hubiera mayor comunicación afectiva e íntima entre varones habría menos homosexualidad.
Yo mismo reconozco que, si bien es cierto que las personas que más quiero y he querido en mi vida son mi esposa y mi madre, que en paz descanse, y a algunas de mis amigas, me siento mucho más cercano afectivamente, y me despiertan mucha más ternura las personas de mi género. Y no habiendo llegado los hijos, -mi deseo hubiera sido ser padre de tres o cuatro varones, ¡ya ven! – esto se ha incrementado mucho más.
Pero lo más sorprendente es que cada vez hay más chicos que expresan esa necesidad de comunicación afectiva con otros, y que les cuesta decirlo porque no quieren ser confundidos. Y es que ahora que el feminismo ha convertido a muchas mujeres en rivales exigentes, en iguales impositivas, en insoportables confiscadoras y que la laxitud moral ha llevado al intercambio masivo de culos y penes entre tantos varones, se hace muy necesario que entre las ánimas de los hombres (el aspecto femenino inconsciente en los varones, según Carl G. Jung) se dé un acercamiento afectivo.
En el “Demian” de Hermann Hesse o en la excelente “Reencuentro” de Fred Uhlman se puede leer sobre la amistad masculina con un tono verdaderamente intimista. Pero la historia está llena de excelentes historias de amor no sexual entre hombres, de las que quizás habría que ocuparse más, como por ejemplo la costumbre de Goya de dormir con su mejor amigo, o la multitud de heroicas batallas por salvar al compañero del alma.
Además la función de padre, en un mundo permanentemente adolescente, brilla por su ausencia y son muchísimos los chicos que se encuentran carentes de ese amor masculino y que o bien deben resignarse a no tenerlo o bien caen en la compulsión homosexual, porque no hay ningún adulto que les abrace fuerte, les bese en la frente y les diga “te quiero”.
En tiempos como este donde además no surgen conflictos de supervivencia (cuando es más fácil expresar la camaradería), los chicos se encuentran atomizados, con la autoestima más bien baja, con chicas haciendo cola para “tirárselos” (en caso de que sean mínimamente atractivos) y las drogas esperando a la vuelta de la esquina. Y al mismo tiempo sin poder demostrar al mundo que son varones y que están preparados para luchar en la vida, y que por tanto son capaces de apasionarse por defender a sus amigos.
No sé cómo lo vamos a tener que hacer pero yo al menos no me resigno a un mundo de parejas perfectas, no me da la gana, ni de marimachos y calzonazos, no quiero tener conversaciones políticamente correctas para que las señoras no se enfaden, ni estar al servicio de la igualdad ni de esas estupideces que nos han ido imponiendo progresivamente.
Prefiero recordar mi juventud, sentarme en lo alto de una montaña con el que fuera mi mejor amigo, mirando las estrellas y la luna, y hablar de la vida, de la existencia y sentir que nuestras almas están tan unidas que solo el pudor nos impide decirnos: ¡Joder tío, si supieras cuanto te quiero!