¿Se puede ser chavista? ¿Islamista? ¿Nacionalista? Por supuesto. El problema es cuando uno, ya sea la persona, el grupo, el colectivo o el estado consideran que no es una alternativa más sino que es la “verdad” y sin ningún tipo de matices que la pueda contrarrestar.
En las repúblicas islámicas, donde el Estado es religioso y no laico, o en las bolivarianas, donde el populismo socialista demagógico hunde en la miseria a países como Venezuela (llevando a la élite y enriqueciendo a grupos de gobernantes analfabetos mientras destrozan la nación), -y ¡ya veremos Argentina!-, se pretende asfixiar cualquier tipo de oposición con la forma propia de las sectas o de las dictaduras, es decir bajo la idea de la traición.
Si no eres chavista eres un fascista traidor a la patria, si defiendes el laicismo, aunque seas musulmán, en un país gobernado por religiosos también eres un traidor, y si no eres nacionalista en algún lugar donde serlo es una especie de religión, como pasa en Cataluña, también eres un traidor, un facha, un “botifler”, un renegado.
En todos estos casos la política deja de existir porque solo se puede ser una cosa y todo lo demás es traición.
Ahora en Cataluña estamos viviendo este fenómeno. No ser nacionalista es una especie de acto inverosímil que te deja aislado de la euforia y la exaltación colectiva que tan manifiesta se muestra en estos días del siglo XXI.
Y mucha gente no es que no sea nacionalista porque quiera que el español predomine sobre el catalán, o porque desee acabar con la identidad y cultura propia de Cataluña, o sus instituciones de autogobierno, no. No es nacionalista porque no lo sienten.
Para ellos la exaltación nacionalista es vivida con la misma perplejidad que la que tendríamos al ver a alguien entrando en éxtasis místico en un concierto de María Jesús y su acordeón, concierto celebrado en un estadio olímpico, por supuesto. Es decir que no ven que la cosa dé para tanto.
Otro tema, y sigo con el ejemplo, es que llevasen cuarenta años anunciando a María Jesús a diestro y siniestro, y hablándoles a los niños de ella, y de lo que sufrió por culpa de una acordeonista madrileña que la tenía “asfixiá” y que “no la dejaba ser”.
La historia tiene muchas perspectivas, el problema es cuando se insiste de manera dogmática en explicarla solo desde una.
Y la cuestión es que la exaltación de las masas, con razón o sin ello, lleva a una sociedad a los extremos, la polariza, y no se admiten medias tintas. Muchas personas creen, creemos, por ejemplo que España debería defender más, mucho más, la pluralidad lingüística y cultural del estado, incluso potenciar exteriormente esa pluralidad y todo ello sin menoscabo de la unidad nacional.
Pero esto no se entiende ni en Cataluña ni en Madrid. Pero mientras en Madrid te pueden ver como “ambiguo” o “flojo” aquí eres un traidor, algo mucho más grave.
En todo caso mi queja consiste en denunciar que todo –ismo no deja de ser algo muy burdo, muy populachero, bananero, vulgar… porque se mitifican episodios, hechos y conceptos que, en épocas de calma, no darían ni para perder diez minutos de tiempo.
¿Imaginen lo que es vivir en un estado permanente de victimismo, de queja, de exaltación nacional, de adoctrinamiento? O ¿de no poder tener la más mínima proyección intelectual porque no perteneces al “movimiento? Créanme que, a veces, he deseado que Cataluña sea independiente simplemente para dejar de escucharles. Y si estuvieran aquí lo entenderían.
Hay personas de nuestro país que nunca han sido ciudadanos de primera… primero bajo el franquismo, después bajo el nacionalismo (“mismos perros….”). Siempre en silencio, trabajando y procurando no molestar para que las pobres “víctimas desgraciadas del expolio español” no se apearan de sus privilegios.
Todo esto es injusto, profundamente injusto, y lo digo desde un intento de posicionarme de forma ecuánime.
Y, por suerte, todo aquello que se desvía de la verdad y de la bondad, en su sentido más profundo, acaba teniendo un efecto rebote, poniendo todo en el lugar que le corresponde.
Mientras tanto… paciencia.