Creo que en España se hace necesaria una fuerte regeneración económica, social e institucional.
La sociedad está desmoralizada, la corrupción campa a sus anchas en todos los ámbitos, los separatismos tensionan cada vez más la cuerda, las instituciones están desprestigiadas, se ha extendido una actitud permanentemente demandante por parte de la población, se ha perdido el principio de autoridad, el igualitarismo vulgar se ha convertido en exigencia y los especuladores han sustituido a los verdaderos empresarios.
Se requiere una derecha social abierta a los nuevos tiempos, que incluya muchos y diferentes sectores de la población, -y no solo a los tradicionalistas-, y que mire hacia el futuro en lugar de estar anclada en el pasado. Una derecha social democrática pero con autoridad, que refunde el Estado-Nación y que, desde el respeto y defensa de la la pluralidad cultural y lingüística de España, deje claro que hay cuestiones definitivamente intocables como la de la unidad nacional.
Es imprescindible devolver el respeto a las instituciones, a los símbolos y a las leyes, exigiendo a sus representantes un comportamiento recto y coherente, y penando, severamente y sin más contemplaciones que la ley, a todos aquellos que los desprecien.
El Jefe del Estado, es decir el Rey, no puede ser considerado exclusivamente en función de sus actos erróneos, sino que debe ser respetado en calidad de lo que representa. Lo mismo hay que decir de su familia, que no puede ser utilizada como chico expiatorio por parte de un sector de la sociedad ansioso de “carnaza” que cubra su propia impotencia. Y todo ello sin menoscabo de que quien se ha corrompido pague por ello y con todas las consecuencias legales.
Hay que decir también que una sociedad en la que ni los padres, ni los profesores, ni los agentes del orden ni nadie ejerce la autoridad es una sociedad de débiles mentales (por mucha moderna pedagogía que se aplique) cuyo futuro no es más que el de crear y criar neuróticos narcisistas autocomplacientes incapaces de ser solidarios y resolutivos en los momentos vitales y sociales en los que así fuera necesario.
Por otra parte es necesaria una regeneración cultural para acabar, de una vez por todas, con las camarillas de mediocres que se promueven, subvencionan, ensalzan y parapetan entre ellos, sin permitir a ningún miembro externo al pensamiento progre-relativista, tener ninguna oportunidad de proyección social más que aquellos espacios sobrantes que ellos desprecian.
España en estos momentos es un país de mierda en el que mucha gente está sufriendo auténticas injusticias por culpa de los especuladores, donde muchos empresarios se ven abocados al cierre, muchas familias malviven cercanas a la desestructuración y donde no aparece nadie que sea capaz de instaurar un nuevo orden, fuerte, democrático y con una elevada idea de la justicia social.
Este es el país en el que vivimos. Por eso me permito recordar la Francia de De Gaulle, donde un presidente democráticamente elegido ejercía la autoridad con mayúsculas. No hacen falta extremismos guiados por psicópatas demagogos ni populismos “berlusconianos”. Se hace imprescindible recuperar el orden, la autoridad, la jerarquía y la conciencia social sin por ello traicionar la esencia de un auténtico estado democrático que nada tiene que ver con el caos actual.