Carl G. Jung al ser preguntado, en una de las últimas entrevistas que dio en su vida, por cuál era el principal problema de la sociedad, respondió con cierta solemnidad: “la atomización”.
Sí, la atomización, esto dijo al final de la década de los 50, y murió en 1961. Hoy en día todavía sería más consciente de ese gran problema que asola como un virus en permanente estado de expansión a toda la humanidad neuróticamente occidentalizada.
Porque, ¿qué es un individuo solo? ¿Solitario? ¿Qué es? Entiendo los momentos de soledad, absolutamente necesarios para hacerse “ser”, para madurar, para encontrarse con uno mismo, entiendo también los retiros místicos, los retiros de aquellos que quieren acercarse, honestamente, a través de la fe, a Dios. Pero el “freaky” pajillero (perdonen la expresión) ante el ordenador, viendo todas las series habidas y por haber, saltando de una página porno a otra, jugando, buscando información de vete tú a saber qué, descargándose un millón de cosas que necesitaría diez reencarnaciones para acabarlas, ese ¿qué narices hace en solitario? A escobazos habría que mandarlo a la calle a que cumpla alguna función social, aunque fuera la de acompañar a ancianas a atravesar los pasos cebra.
E insisto, la soledad buscada, la reflexiva, la de la lectura, la música, el café o el té, o la copa de vino con uno mismo, la que huye del mundanal ruido, del consumismo compulsivo, la que conecta con cierta elegancia con nuestra esencia, esa es bienvenida, necesitada, imprescindible… La otra, la que más abunda, es un cáncer social que de todas, todas, hay que combatir.
¿Tanto cuesta reunirse con otros? ¿Compartir? ¿Creer en algo para hacer, para reformar o transformar? ¿Reír? ¿Opinar? ¿Sugerir proyectos? ¿Está la gente condenada a la soledad compensada por las redes sociales virtuales? Yo me niego, me resisto… aún creo en la fuerza del colectivo, de la comunidad de intereses, de la amistad. Creo en el compromiso y en la acción, sí, en la acción decidida, no sólo en la reflexión… “¿Qué hiciste en esta vida? Almacené datos” ¿Qué, apasionante, muchacho? ¿Podrías haber sido un disco duro, no? ¡Qué necesidad tenías de alma si con una placa con microchips ya te habría servido!
Los individuos somos seres sociales, y a medida que evolucionamos necesitamos vincularnos con otros individuos similares a nosotros, es decir, ya no nos vale el vecino o el primo, por mucho afecto que les tengamos, sino que debemos ir a la búsqueda de personas con cosmovisiones y sensibilidades parecidas. ¿Y eso cómo se hace? Pues, a partir de los siete años de edad, a través de objetos u objetivos que despierten nuestro interés.
Y ahora viene la publicidad: como ya sabrán muchos de los lectores de este diario, hemos convocado dos reuniones en lo que damos en llamar “Círculo de Amigos de ElManifiesto.com”, una el 9 de febrero en Barcelona (a las 19 h.) y la otra el 16 de febrero en Madrid (a las 22 h. después de cenar), y la verdad es que ya hay varias personas inscritas, pero todavía somos pocos, y por tanto, hago una llamada a la participación, al enriquecimiento mutuo, a las personas extrovertidas que les gusta debatir, y a las introvertidas que prefieren escuchar: a todos. Yo soy simplemente promotor y coordinador de estos encuentros porque el alma mater de ellos es nuestro director, Javier Ruiz Portella.
Animo vehementemente a pasar a la acción, a superar la inercia de la comodidad, y a encontrarnos en estas primeras reuniones que tienen como tema de partida el ensayo de Portella Los esclavos felices de la libertad (aunque, ahora que no me oye, señalo que no hace falta haberlo leído para acudir).[1]
Más información o inscripciones (gratuitas), repetimos:
Empecemos a girar la rueda.
[1] Aunque siempre es bueno hacerlo… Quien lo haya hecho recibirá un premio. [Nota de la Redacción]