Tengo la sensación de vivir en un país marrullero donde las instituciones y las leyes se aceptan o no, y se respetan o no, en función de los distintos intereses de los politiquitos de turno, de cada reino de taifa y de cada grupo de presión. Un país entregado al poder financiero donde solo las clases medias y trabajadoras deben cumplir escrupulosamente la ley.
Vivimos en una nación descuartizada donde cada día se cierran cientos de pequeñas y medianas empresas, donde cada vez más gente se queda sin empleo. Una sociedad sin autoridad, ni en la familia, ni en la escuela, ni en la universidad, ni en las instituciones del Estado, donde cada uno campa como quiere sin que tenga que rendir cuentas a nadie.
En este maremágnum indecente unos viven, politiquitos, especuladores y subvencionados a dedo, y otros pagan, usted, yo y todos los que cada día trabajamos —los que aún tenemos esa suerte—, muchas horas para poder sostener esta podredumbre que rige nuestras vidas.
Cualquiera que haya leído algunos de mis artículos sabrá que tengo un concepto liberal de la vida, creo en el derecho al aborto en determinados supuestos, creo que dos personas del mismo sexo tienen derecho a compartir su vida, sea en forma de matrimonio o de unión civil, creo en la libertad de cada uno para guiar su existencia, creo que un inmigrante legal, sea como sea y venga de donde venga, tiene derecho a ser respetado, a integrarse en nuestra cultura y a ser uno más entre nosotros, creo en la igualdad entre hombres y mujeres, y creo en un Estado laico que respete el derecho de los ciudadanos a vivir según sus creencias religiosas…. Pero no creo en esto en que se ha convertido España.
Pienso que somos una abrumadora mayoría de ciudadanos los que ya estamos cansados de toda esta morralla que, supuestamente, nos representa: una derecha débil, un partido socialista fragmentado y laxo, unos nacionalismos destripadores. La falta de política con mayúsculas, el chalaneo de intereses, la desconsideración con las leyes son hoy las normas habituales en los sectores de poder.
Además, el fraude fiscal, como es sabido, no se persigue ni se toca en los poderosos, solo lo sufren aquellos que tienen una tienda, un pequeño negocio o una pequeña empresa. Estos sí, estos serán mirados con lupa, mientras que con los otros se hará la vista gorda y se correrá un tupido velo.
Trabajamos para que todos estos, repito: politiquitos, especuladores y subvencionados a dedo, es decir, el cáncer social, vivan bien, hagan que se pelean, que necesitan más, y que al final acaben pactando para su propio bien (tú no me molestas, yo no te molesto). Son la clase dirigente que medra en este estercolero.
Es cierto que puede que haya algún político decente, con dignidad y con intenciones nobles, pero les aseguro que este o esta no alcanzará nunca ninguna cota de poder. Sería demasiado incómodo, fuera de derechas o izquierdas, para los intereses creados por el statu quo.
Por eso pido, reclamo, deseo vehementemente una vuelta al orden, un orden institucional y democrático. Me gustaría vivir en una sociedad como lo fue la Francia de De Gaulle o la Gran Bretaña de Churchill, con las respectivas actualizaciones sociales ya mencionadas en este artículo, pero donde había elementos, conceptos incuestionables, intocables.
Y quizás porque soy un ciudadano de clase media, todavía creo en la democracia institucional, mientras que si me hubieran desahuciado, despedido o humillado como a tantos compatriotas les está sucediendo día a día, me pasaría su democracia por el culo y a ellos… por un barranco.
¿Hay alguien ahí? ¿Nadie va a defender a la gente de estos miserables?