Mientras sigue el mezquino debate sobre si Cataluña será independiente o no, y a la espera de que España sea rescatada, hoy, y sin que sirva de precedente, voy a hacer una confesión: ambas cosas me importan un carajo.
Los nacionalismos siempre me han parecido soporíferos, y si estuvieran en mi lugar lo entenderían, no saben lo que es vivir toda la vida rodeado de una reivindicación permanente, falseadora, cansina y victimista. Por tanto si tengo que vivir en una Cataluña independiente lo haré con la misma devoción que si habitara en un pueblo de la estepa rusa.
Pero, dados los acontecimientos, reconozco que cada vez entiendo más a Borges, a Jung o a Heidegger, especialmente al primero, al que como ya sabrán los ñoños suecos nunca le dieron el Nobel por no criticar la dictadura argentina. Los académicos “buenistos” no entendieron que a uno de los más sublimes escritores de la historia le daba lo mismo vivir bajo una dictadura o bajo un califato islámico, mientras le dejaran en paz para crear su propio universo ya le estaba bien.
Y es que al final el aborregamiento de las masas manipuladas acaba imponiéndose y a uno que ve como su mundo se desmorona (decadencia de Europa, proliferación del multiculturalismo*, desintegración de España) ya no le queda más remedio que focalizarse en aquellas obras creadas por algunos genios, en aquellas ciudades que aún conservan la memoria que las hizo grandes, libres, espléndidas y en las esencias que emanan de los individuos que a lo largo de la historia han trascendido la tontería colectiva del momento para encarnar o encarnarse en algo superior, en algo que ayuda a crear alma y elevar el espíritu.
No sé si se acabará tratando de un exilio interior, no lo creo, porque al fin y al cabo me siguen fascinando muchas cosas del “mundo” como para aislarme de la pulsión vital. Simplemente, en caso de tener que ser así, procuraré vivir más allá del folklorismo exultante que preveo, esperando que el ruido no sea excesivo.
Hay demasiadas cosas, personas, paisajes en el planeta, demasiado que descubrir, que sentir, con lo que vibrar, como para hacerse mala sangre por los vaivenes de la muchedumbre que, como diría Gurdjieff, están influidos por la luna. Afortunadamente todos estos cambios solo sirven para descubrir que, más allá de lo que sucede políticamente, las circunstancias externas no mueven nada en el sí de los individuos que no sea mera reactividad exaltada.
Por ello, mientras la tontería colectiva se expande, Europa se islamiza, los niños se taran mediante el déficit de atención generalizado y los jóvenes pasan diez mensajes por minuto, por cualquiera de los medios que manejan, yo, esta noche, me voy a poner a escuchar a Frank Sinatra mientras leo un ratito, no sea que mañana me despierte y resulte que a París le ha pasado algo malo, que sería, verdaderamente, lo único externo a mi esposa, familia o amigos que me podría afectar en estos momentos.
* No me gusta el multiculturalismo pero no tengo nada en contra de la mezcla étnica, y no lo digo por corrección política. Es lo que verdaderamente pienso.