Si algo admiro en esta vida son los personajes excéntricos y también los ejercicios de excentricidad llevados a cabo puntualmente por personas sensatas. Lamentablemente para mí, soy demasiado racional para dejarme llevar por impulsos aleatorios y arbitrarios que cuestionen, aunque sea por un instante, el pacífico y lineal discurrir de la vida común. Aunque años ha también hiciera mis pinitos.
Para la Real Academia de la lengua española el término “excentricidad” significa: rareza o extravagancia de carácter, dicho o hecho raro, anormal o extravagante.
Pues bien, según un estudio de una universidad británica, los excéntricos viven, de media, más años, son más felices, gozan de mejor salud y ganan más dinero.
Tenemos también que distinguir al excéntrico del freaky. El primero es una persona que realiza actos fuera de los parámetros de la normalidad, no necesariamente transgrediendo ningún tipo de ética, los cuales resultan exitosos en sus objetivos y simpáticos para la gran mayoría de las personas, excepto para los carceleros de la moral estricta, claro está. Además suelen ser personas de inteligencia elevada, sanas mentalmente y con una independencia de campo más que notable, es decir con una alta capacidad para desarrollar nuevas respuestas, siguiendo estrategias diferentes, a viejos problemas.
El freaky, en cambio, suele tener problemas mentales, normalmente de tipo psicótico, con un mínimo de conexión con la realidad que le permite imbuirse en un personaje “extraordinario” al que da vida de la forma más patética. Los “freaks” triunfan en televisión allá donde aparezcan, son los antiguos bufones de la Corte, siendo nosotros, en la actualidad, los espectadores cortesanos. Estos personajes deambulan en la miseria y sus vidas, más allá de las apariciones puntuales y estelares, suelen ser bastante tristes.
En todo caso, la excentricidad es, entre otras cosas, una actitud vital o una acción que se permite trascender el temible “¿qué dirán?”, autopregunta que coarta e inhibe a una gran mayoría de individuos en su libertad. Al excéntrico, el “¿qué dirán?” le importa un carajo y eso le permite salir de los esquemas establecidos y prefijados sobre lo que es correcto o no. Recuerdo cuando el anterior alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, republicano por más señas (los excéntricos suelen ser de derechas, la izquierda, y también la extrema derecha, se toman muy en serio al mundo y a sí mismas), apareció en una convención vestido de Marilyn Monroe y cantando el “cumpleaños feliz” o a Federico Fellini, el director italiano, cuando convertía los castings de sus películas en auténticas pasarelas de féminas, de todas las formas y tamaños, a las que solía casi desnudar para darles, quizás, un escueto papel en sus películas.
Sin ir más lejos a mí siempre me ha gustado contar con la compañía de algún amigo excéntrico (que no freak, insisto). Son los que revitalizan la cotidianeidad y te sacan de las conversaciones previsibles y manidas de tus pares. En mi juventud, hace un par de décadas, conté con uno con el cual podían ocurrir las cosas más inauditas y de la forma más espontánea. Un día de primavera, tras pagar nuestras consumiciones en un café abarrotado de gente, cuatro colegas nos dirigíamos hacia la salida, y en el último momento, en el umbral de la puerta, el susodicho se gira, levanta un brazo y a viva voz grita: “¡Bueno, y Feliz Navidad!”. Las caras de estupor del público acompañaron la solemnidad de su gesto, y tal cual nos fuimos. Estábamos acostumbrados a eso y a unas cuantas cosas más.
También es cierto que los chicos de familia bien, -yo no lo soy ni lo era-, suelen ser dados a las gamberradas excéntricas en su época de juventud. En un colegio mayor de Cambridge (Inglaterra) después de la fiesta de graduación universitaria apareció una camioneta en lo alto del tejado.
Y si leen biografías de personajes interesantes, -para mí deben reunir dos condiciones para catalogarlos así: haber sido más o menos felices y haber conseguido algo admirable para ellos y los demás-, encontrarán un montón de anécdotas que los convierten en personas al margen de lo común. La realidad es que es muy difícil pretender que algo cambie, mejore o evolucione haciendo siempre lo mismo, aquello que nos enseñaron y que funcionaba cuarenta años atrás.
Por ello cierto grado de excentricidad es necesario en la vida, y si usted no lo posee ponga a alguien que lo manifieste de pensamiento, palabra u obra, y ya verá como le activa las neuronas y quizás le ayude a encontrar nuevas vías con las que explorar su vida o solucionar algunos problemas.