Adultos

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¿A partir de qué momento pierde uno la juventud? Hay mujeres y hombres de ochenta años que respiran la vida con la misma intensidad que un joven de veinte, aunque el espejo y la mirada de los otros les devuelva una y otra vez la identidad con la que son clasificados, la de viejos. Porque la ancianidad supone un supuesto encuentro con la sabiduría, la necesaria para asumir el lugar que el mundo te tiene reservado. Pero ni todos llegan a viejos, ni mucho menos a sabios; las más de las veces lo que se produce es un ir resignándose, una adaptación progresiva a ese papel de abuelos, los que lo sean, a ese acomodaticio conformarse con la invisibilidad, con esa necesaria y obligada comprensión hacia el mundo que te rodea, ese ir asumiendo la pérdida del eros.

¡Qué cruel! ¿No? Y ¿si un señor, o señora, entrado en años, decidiese un buen día salir a seducir? Si ese día no le da la gana hacer ni de canguro, ni de esposo/a resignado/a, ni de cuñado, ni de compañero, ni de nada…; si tal día decide que se va a poner sus mejores ropas, va a recuperar el espíritu mundano, la elegancia interna, el “savoir faire” de sus años de juventud y se va a lanzar a la vida… Ese día volverá a activar su sistema inmunitario y el juego de la existencia que requiere de innovación, de reinventarse y de creatividad. Y si fracasa, lo cual es probable, como mínimo le habrá dicho a su sistema límbico que está despierto, y que la artritis puede esperar.
Los arquetipos de abuelitos, de papá/mamá, así como los de cuñados o primos, con el que una mayoría de la sociedad se va configurando son, fundamentalmente, aburridos, por eso la gente toma drogas, se hace adicta a cualquier cosa o se ceba hasta sobrepasar los límites de la buena salud. Vivimos demasiados años, en general, como para acabar siendo casi exclusivamente eso.
Por otra parte están los que se van al otro extremo y no saben conjugar libertad, responsabilidad y sensatez, y viven en una permanente adolescencia que no tarda mucho en pasarles factura, física, psíquica y económica, básicamente.
Pero estos no son los más, y lo normal es encontrarte al hombre casado y con hijos pequeños que va por la calle con cara de amargado (y si no, observen). De joven era apuesto, dinámico y vital, y ahora es un buey-niñera que está deseando que ocurra algo diferente para estimular un poco las neuronas y quizás la testosterona.
De ahí que, cada vez más, las familias sean auténticos culebrones venezolanos. Y no porque se hayan perdido los valores tradicionales, sino porque la gente se aburre y, mientras no se produzca una conjunción de logos y eros a nivel individual y social, seguirán pasando cosas y, algunas, contundentes. En cualquier foto de familia que se precie, y de cualquier estatus social que sea (en la clase alta son auténticos malabaristas), todo es menos lo que parece. Imaginen, foto de celebración de unas bodas de oro, con todos los descendientes y coetáneos, todos felices y en sus roles… Bien, pues, a poco que escarben, allí hay de todo y pasa de todo. No hace falta que entre en detalles, dejen correr la imaginación. Pero ya saben… “sex, drugs and rock and…”.
La cuestión es: ¿hasta cuándo tenemos que vivir en este tipo de sociedad creado para cuando durábamos cuarenta años? No hace tanto de ello, por cierto: a principios del XIX todavía andábamos por ahí.
Una sociedad tecnológica, erótica, consumista, global y de comunicación como la nuestra… y ¡sigue manteniendo estilos de vida absolutamente arcaicos!
Es tan profundamente contradictoria y tan generadora de patología que quizás será necesario algún día empezar a replantearse cosas, porque, si no, la gente empezará a ser muy infeliz. O eso o todo el mundo estará pegado a la pantalla de un trasto electrónico que le distraiga y le aísle del sopor que le produce el fantástico entorno construido.
Es posible que haya quien piense que hay que volver a los valores tradicionales (los únicos, para algunos), a la moral clásica. Sí, de acuerdo, pero ¿saben que pasará? Que también será efímero, una moda más, un “revival” del pasado, un intermedio entre las necesidades y deseos ya activados.
Logos, eros y espíritu: combinemos los tres y desarrollemos otro modelo de sociedad. Esto pronto no lo aguantará nadie y no deberíamos tardar muchos siglos en empezar a ser adultos.

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