A día de hoy sabemos que el ser humano, afortunadamente, es imperfecto. También conocemos que compartimos casi el noventa y nueve por cien de nuestros genes con algunos primates y que vivimos, supuestamente, en una sociedad civilizada.Dicho todo esto yo me pregunto ¿Cuándo se puso de moda la soberana estupidez de que todo había que vivirlo a la luz pública?
Por mi profesión veo continuamente mucho sufrimiento en las personas, especialmente en los jóvenes, muchos de ellos hijos de padres separados.
Porque la separación de los padres, en edades tempranas de sus vástagos, pongamos hasta los dieciocho, afecta a estos, más cuanto más niños son. Hay motivos de separación que son justificables, por ejemplo, cuando la vida matrimonial es un infierno por una razón u otra. Y aquí se acaban los motivos para el que esto escribe.
Pero uno de los motivos principales de ruptura es: “la tercera persona”. ¡Vaya, nuestro chimpancé se enamoró de otra “chimpancesa”, y se acabó lo que se daba! No importan los críos, la situación económica, no importa nada… Lo que importa es la pasión. Ese amor rotundo que corre por las venas y hace que el corazón palpite, te ciegue la razón y obsesione sin resquicio, sin dejarte apenas respirar, ese fuego ardiente que… Vamos ¡una gilipollez!
Bien, lo dicho anteriormente no lo tengas en cuenta si tienes diecisiete años, no va contigo, si tienes más… sí. ¿Por qué? Porque claro que nuestro sistema límbico y nuestro vegetativo vive todo eso con la más absoluta exaltación pero como, en principio, estamos socialmente domesticados, aunque cada vez menos, lo lógico, en un adulto, es gestionarlo adecuadamente.
Para eso existe una cosa que es muy, pero que muy antigua, llamada infidelidad (espero que los lectores no me identifiquen siempre con la tesis del artículo como han hecho algunos en otras ocasiones, lo digo porque no doy tanto de sí como para vivenciar todas las actitudes vitales de las que he ido escribiendo).
La infidelidad puntual, así como las o los amantes debidamente mantenidas/os en la distancia o la prostitución (que habría que regular) son los baluartes de cualquier sociedad avanzada que se precie. – Por cierto, un inciso, “La Vanguardia” publicó hace unos años que en España se hacen un millón de servicios de prostitución al día, la verdad es que todavía sonrío cuando lo recuerdo-.
Pero no, de un tiempo a esta parte, desde que la progresía se apoderó del poder cultural y de los medios de comunicación, se puso de moda el ser sincero:
- Cariño, te he de decir algo porque no puedo seguir ocultándolo (¡lo que no puedes es hacerte cargo de ello, inmaduro!),el martes pasado me acosté con tu amiga.
A ver, ¿ahora qué esperas que haga Cariño? Respuesta esperada:
- Cariño: No te preocupes, es normal, nos puede pasar a todos. Relájate y duerme tranquilamente, ya mañana me lo cuentas con más detalles.
Pues no, lo normal es que te monte un pollo descomunal con consecuencias terribles e irremediables a corto, medio o largo plazo. Te acabas de cargar la pareja y si tenéis hijos, te acabas de cargar su estabilidad y si vuestra economía está frágil, la acabas de hundir. Mira por dónde Cariño no salió por donde creías, ahora, eso sí, tú ya estás con la conciencia tranquila.
Y por la misma razón que defiendo el cinismo en este tema, defiendo que sea un juez quien determine, en última instancia, si una pareja con niños pequeños puede o no separarse.
Los valores cívicos deben preservarse por el bien del orden social, aunque sea acosta de una cierta falta de sinceridad. Si en el sesenta por cien de los matrimonios se da, al menos una vez en la vida, una relación infiel por parte de uno de ellos ¿por qué no se tiene en cuenta? ¿por qué no se racionaliza y se actúa con coherencia?
Yo ya empiezo a cansarme del “todo vale”, de la mojigatería de tener que explicarlo todo, de los charlatanes enamorados de sí mismos (¿no se han dado cuenta que cada vez abundan más aquellos cuyo único tema de conversación son ellos? ¿es posible legislar de manera que puedan ser enviados conjuntamente a una isla para que aprendan a comunicarse?), de la sinceridad absoluta y de la excesiva relajación de las formas. Miren, yo, cuando me encuentro con un primate, perdón un humano, de mi misma especie lo que quiero es que sea una persona amable, correcta y educada, eso como mínimo, y a partir de ahí, si además tenemos una buena conexión a nivel de amistad, o intelectual, o para jugar al ping-pong, ya hablaremos. Pero mientras le pido que sea un poquito cínico, y si se puede ahorrar, por poner un ejemplo, en cuanto somos más de tres y bebemos una copa de vino o cava, cosas del tipo “abajo, arriba, al centro y pá dentro” se lo agradeceré infinitamente.
Tenemos que empezar a marcar un poquito las normas cívicas, empezando por plantarnos ante aquellos que, por no sé que supuesto compadreo, pretenden saltárselas a la primera. Y en el entorno más cercano ser más contenidos en cuanto a la expresión de todo aquello que nos pasa por la cabeza en ese momento. No dejamos de ser, en una gran mayoría, una sociedad de dependientes emocionales, charlatanes y exaltados, de ahí que todo dure cada vez menos, y todo nos aburra cada vez más y más pronto.
Pues eso, algo de flema, valores tradicionales y unas dosis de civismo no nos vendrían mal.