No sé, querido figurante, a qué clase social o cultural pertenece usted, pero sea cual sea, estoy convencido de que todo lo que gana o lo que ha ganado, y todo lo que ha aprendido, lo ha hecho con esfuerzo. Dudo mucho que de vivir de la especulación o de las subvenciones estuviera leyendo este diario digital o, incluso, este artículo. Probablemente su información de referencia la obtendría de algún diario progresista dirigido a burgueses de supuesta conciencia pero de alma frívola.
Marine Le Pen en sus mítines, -he de reconocer que he seguido con atención las diferentes campañas de las presidenciales francesas-, ha atacado sin piedad a los “bobos” (los “bohemians bourgeois”- burgueses bohemios). Y lo ha hecho con el pleno convencimiento de que ellos junto a los mercados financieros y aquella parte de la inmigración que no desea aceptar los valores republicanos o, lo que es lo mismo, que en lugar de integrarse quieren imponer sus principios, son los principales responsables de la ruptura no solo de la identidad francesa o del espíritu nacional sino también de la crisis económica y social que parece que está viviendo el país vecino. Y digo parece porque lo de España es, literalmente, tercermundista en comparación a lo que les sucede a los galos.
En todo caso yo creo que deberíamos empezar a hartarnos de que nuestra vida sea controlada por los especuladores que desde instancias financieras deciden sobre nuestro presente y futuro, por los pijos de salón a los que se les cae la baba defendiendo el multiculturalismo y por aquellos que pretenden, viniendo de fuera, imponer sus criterios sobre los nuestros, cuando, como dijo Aznar, en estos momentos de la historia, civilización solo hay una, la nuestra. Entendiendo por civilización la domesticación de los impulsos animales que permiten vivir al individuo en comunidad y siguiendo determinadas reglas pactadas por todos.
Los figurantes, las piezas del decorado, como usted o como yo, no contamos más que para trabajar o consumir. Independientemente de las ganancias o esfuerzos, trabajamos para especuladores, subvencionados e infiltrados (los ESI).
Evidentemente cuando hablo de subvencionados no me refiero al chaval al que le dan una beca para hacer un Erasmus en Berlín, o al investigador que se pasa todo el día en el laboratorio, o a la compañía de baile a quien se le otorgan cinco mil euros para poder crear una producción. No me refiero a esa clase de subvenciones sino a las permanentes, a las que forman parte del sistema y que en muchas ocasiones son millonarias.
En Cataluña, por ejemplo, no creo que sea así en Madrid, donde la cultura está más liberada y popularizada, existe una mafia cultural que está formada por los hijos de la burguesía progresista con amplias conexiones con los dos partidos principales de la comunidad: Convergencia y los socialistas. Todos forman una casta conjunta que se reparte el pastel de modo oneroso. Tan es así que siempre aparecen los mismos nombres, tanto en política, como en cultura y espectáculos, como en medios de comunicación. Ellos y ellos viven en un permanente flujo de favores impidiendo que nadie, que no pertenezca a sus sagas, o a quien no se hayan “follado” (perdón pero es así) o sea objetivo a cazar, pueda recibir más que las migajas condescendientes de sus restos.
Cuando pagamos impuestos lo hacemos para que los especuladores sigan arruinando la nación, para que los que no quieren integrarse sigan proliferando y para que los “Bobos” reciban enormes sumas de dinero otorgadas alegremente por algunos politiquitos.
No pagamos impuestos para mejorar la educación, la sanidad, los servicios públicos, la innovación tecnológica y científica, la excelencia cultural disponible para una mayoría o para garantizar la posibilidad de que una chica o un chico de clase trabajadora pueda alcanzar un alto nivel de formación, profesional y económico en un futuro. No, no lo hacemos para eso. Somos simples figurantes en un mundo de psicópatas, parásitos y quintacolumnistas.
Hasta que un día tomemos conciencia y decidamos decir: ¡basta!