Una (gran) obra teatral silenciada

Contra el espejo

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Supongo que la gran mayoría de ustedes, de los lectores habituales de elmanifiesto.com, no sabrán que escribo textos teatrales, ni tampoco que he ganado uno de los premios más importantes que se conceden en este país, ni que he estrenado dos de mis obras en Barcelona, otra en Valencia y otra en Buenos Aires.

Y digo que supongo que no lo sabrán por una sencilla razón: nací en Barcelona, escribo en castellano, no soy nacionalista y no soy de izquierdas. En una ocasión, en uno de los poquísimos eventos culturales, casi ninguno, al que soy invitado, un director de escena que llevaba un par de copas me presentó ante un grupo de gente como “el mejor escritor de teatro que hay en la actualidad en Cataluña”.
Todo esto no lo escribo a mayor gloria de mi ego -que no lo tengo precisamente débil, también es cierto-; lo digo para que sean conscientes de las cosas que les ocurren a personas como yo.
“Contra el espejo” es mi último texto escrito y se estrenó en noviembre de 2008 en Barcelona, a cargo de Lita Claver “la Maña”, en uno de los pocos papeles dramáticos que ha hecho en su vida. Fue un éxito de público, y cuando yo iba a las representaciones, los domingos por la tarde, todo el patio de butacas se ponía en pie a aplaudir. Les digo esto para comentarles lo siguiente: ¿saben cuántos críticos fueron a ver la obra? Ninguno. ¿Saben cuantas reseñas sobre la obra hubo una vez estrenada? Ninguna.
¿Por qué? Por dos razones fundamentales, la primera, porque no soy nadie, es decir no pertenezco a ninguna casta subvencionada, a ningún clan de cortesanos, y porque no puede ser que alguien que no es “uno de ellos” pueda escribir así. Imposible, no entra en su sesera que un autor nacido en un barrio obrero de la ciudad, y que no tiene contactos por todas partes, ni su padre es amigo de tal o cual, pueda escribir bien. Esperanza Roy, la actriz madrileña, me comentó que la obra era de una gran arquitectura teatral, y otra actriz, que no citaré, también de Madrid, me comentó que este texto tenía la categoría de un clásico.
La obra, esta es otra de las razones del mutismo mediático, estaba ligeramente inspirada en los últimos años de vida de Oriana Fallaci, la autora de aquel tremendo y potentísimo ensayo, que solo en Italia vendió más de un millón de copias, llamado “La rabia y el orgullo”, además de una de las mejores periodistas del siglo veinte. Y ya saben que la Fallaci se volvió políticamente incorrecta, y mucho, sus últimos años de vida.
Por lo tanto fue un director ruso afincado en Barcelona, Boris Rotenstein, quien, como ya huyó de los rigores del comunismo de su San Petersburgo natal, y conociendo el significado profundo del relativismo y la laxitud progresista, decidió ponerse manos a la obra con este montaje.
Lita, y los otros dos actores, estuvieron excelentes y el teatro se llenó casi a diario durante tres semanas. Pero ahí quedó todo. Yo no existo como autor, mi obra no existe. Da lo mismo la calidad de los textos, y no hablo solo en mi nombre, sino en la de otros creadores que, aún gozando de altísima calidad, nunca alcanzarán no solo el reconocimiento sino la mínima exhibición de sus obras.
Eso es lo que tiene no pertenecer a la mafia cultural progre subvencionada, que no eres nadie.
Aquí les dejo un pequeño fragmento de la obra.
Gracias y perdonen mi falta de modestia.

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