Los partidos identitarios europeos, muchos de los cuales se acercan ya, en algunos países, al veinte por ciento de los votos, podrán acabar formando gobierno con partidos conservadores, como ya ha ocurrido en Austria, o siendo imprescindibles para sostener a un gobierno de derechas como ocurre en Holanda o en Italia. Y ¿eso para qué sirve? Básicamente para nada.
La sociedad europea está tan burocratizada, tan pertrechada en sus códigos legales, tan anestesiada vital y culturalmente, tan asfixiada por la casta gobernante, que nada va a cambiar. Cualquier política que, sin ni siquiera ir contra nadie, simplemente pretenda dar prioridad a nuestra cultura y tradición se verá rápidamente cuestionada o saboteada por cualquier organismo del Parlamento Europeo, o del Consejo Europeo, o de… O habrá amenazas internacionales de boicot a sus productos, o sanciones diplomáticas, o el impedimento de participación en las Olimpiadas, o en el G-20 o cualquiera de esas cosas que van en la dirección de destruir toda identidad e imponer el multiculturalismo en Occidente. No importa, nada servirá de nada, más que para dar una efímera sensación de triunfalismo a aquellos votantes, simpatizantes y líderes de estos partidos que crean que ahora sí, ahora van a dar la vuelta a todas las cosas provocando un cambio social sin precedentes. Pura ilusión momentánea para aquellos que añoren la recuperación de una identidad que ya no existirá en el futuro.
Nada de eso ocurrirá. Los líderes identitarios tendrán poco margen de actuación, apenas ninguno, y acabarán en el más puro pragmatismo coaligándose en gobiernos maniatados y cuestionados por el absolutismo relativista y mercantil que maneja el mundo, así como por el pueblo “buenista” que, mientras tenga qué comer y beber, ya le estará bien todo lo que pase a su alrededor.
En Europa avanzarán los partidos identitarios -de extrema derecha les llaman los políticamente correctos-, sí, será así. Pero será para llegar a un tope que nunca alcanzará el suficiente número de partidarios a nivel continental como para generar una transformación radical. Vamos camino del laicismo-multicultural-tecnologizado, una sociedad de individuos atomizados cuyas raíces se irán descomponiendo progresivamente mientras se adquieren cacharritos electrónicos que distraigan sus vidas.
¿Hay alternativa a esto? No, porque primero destruyeron nuestras almas y nuestros espíritus para que después, ya muertos andantes, se pudiera hacer cualquier cosa con nosotros. Además no hay líderes, y de surgir alguno, los medios de comunicación tratarían de denigrarlo o derribarlo hasta hundirlo, y si no lo consiguieran, algún loco o algún accidente de tráfico acabaría con su vida, o si no alguna otra circunstancia desgraciada y fortuita. Ustedes ya me entienden.
Yo que, como ya sabrán aquellos que me han leído alguna vez, no defiendo un identitarismo racial sino cultural, pienso que las culturas en las que viviremos sumergidos serán como un mercadillo banal de lo que fueron esencialmente cada una de ellas…: una mezcolanza exótica de zonas pobladas por seguidores de un determinado credo o forma de vida. Un gran parque temático para diversión y regocijo de todos aquellos que sólo buscan estímulos intensos pero efímeros para sus ojos o sus paladares. Y sí, todo ello con la torre Eiffel o el Coliseo de fondo, y un veinte por ciento de enojados que no tendrán más remedio que acostumbrarse.