Warhol, la ruptura y el conservadurismo

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Estaba yo ojeando el recientemente publicado libro de entrevistas de Andy Warhol, -personaje que llama mucho mi atención, he de reconocerlo, y del que, junto con Fellini, más biografías, hagiografías, libros “sobre” o comentarios he leído-, cuando decidí escribir un artículo alrededor de él. Y es que no puedo evitar admirar los espíritus altamente libres, con toques de excéntrico-genialidad, sin que ello produzca fisura alguna en mi concepción identitaria (culturalmente) y social-conservadora de cómo debe moldearse una nación.  Además creo que justamente esas figuras de relumbre solo pueden aparecer en sociedades estructuradas y no en el barrizal social-blandito en el que vivimos.

A riesgo de que el director de este diario digital me retire su palabra y su amistad [cosa que no hará en absoluto: se limitará a replicarle mañana. N.d. l. R.], y que algunos lectores de él pasen a detestarme, he de asumir algo, probablemente inconfesable: me gusta la obra de Warhol. Es más, estoy a punto de especializarme en sus latas de sopa, en sus réplicas coloreadas de imágenes y en su filosofía vital. Si alguno de ustedes quiere infringirse alguna penitencia, lean el capítulo, de unas cuarenta páginas, en uno de sus libros, dedicado a cómo elige los calzoncillos en unos grandes almacenes. No tiene desperdicio. Yo, al leerlo, me decía a mi mismo que hay que ser verdaderamente idiota para aguantar a un tipo que te habla sobre el acabado de la costura que roza la pierna o la clase de algodón. Pero la verdad es que me estaba riendo interiormente al mismo tiempo que me desconcertaba tanta estupidez esnob. Y para qué hablar sino de sus maravillosos cortometrajes, entre los que se encuentra uno que es un plano estático de la cúpula del Empire State de noche, durante unos diez minutos, sin que pase nada ni se mueva la cámara.
Y al mismo tiempo me fascina Jung, y los textos alquímicos, y Wagner, y Bach… Bueno, no quiero parecer pedante, muchos de ustedes son personas ilustradas ante las que no hay que presumir ni justificarse de nada.
Pero en realidad lo que pretendo es defender los espacios de libertad individual, también creativa, como necesarios, como imprescindibles, dentro de modelos sociales fuertes, sólidos, jerárquicos e institucionalizados.  
Y es que creativa y culturalmente hablando, ¿cuándo y dónde se producen las rupturas de lo normativo, de lo académico? En sociedades ordenadas y fuertes, que sin deteriorarse ni cuestionarse, permiten a los individuos expresarse siguiendo su libre albedrío. Por ejemplo ¿ha habido algún artista de renombre en Francia después de su Mayo del 68? ¿Creen que en la España actual, donde predomina el nepotismo de las administraciones públicas con una política cultural pedagógica (“en pos de la igualdad”), va a surgir algún creador relevante?
Y en esta Europa de lo políticamente correcto ¿alguien podrá rebelarse creativamente? No, porque la basura que realizan es ingerida inmediatamente y admirada por la burguesía progre y esnob como algo sofisticado.
Entonces, vale, de acuerdo, puede ser que Warhol también haga basura. Pero no, me niego a admitirlo, en una época en la que la familia tradicional feliz y los pasteles de queso ahogaban a los norteamericanos como “único e ideal” modelo de vida, aparece este señor y empieza a exaltar lo cotidiano, y además rompe la narrativa estética del bodegón pictórico aplicado a todo tipo de motivos, y encima desestructura los tiempos, y exalta los colores, y duda de la trascendencia, y… da oxígeno, como en su momento lo dieron los Beatles o los Rolling.
Porque una nación, o grupos de naciones fuertes, donde la mayoría social pueda y quizás sea mejor así, yo lo creo, regirse por una moral tradicional, no puede prescindir de liberar a aquellos que por evolución personal lo consiguen, de la asfixia de lo estándar, de lo común, del aburguesamiento casposo, sin caer en contrapartida en la banalidad industrial en la que se ha convertido el arte contemporáneo.
Warhol, a igual que ser negro o blanco, lesbiana, amante del didgeridoo o de las Vírgenes de Murillo, así como de las reuniones familiares de domingo o de la independencia más absoluta y liberal, deben ser compatibles con una sociedad fuerte, estructurada y orgullosa y respetuosa de su identidad.
En definitiva, cuando vean que se irritan demasiado, contemplen la pintura de una lata Campbell y ya verán que pronto desaparece el sentido trágico de la existencia.

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