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Las mujeres

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Cualquiera que haya estudiado con algo de interés y profundidad algún tema de índole esotérica sabrá, con toda tranquilidad, que por mucho que se empeñen los adalides de la ingeniería social, tarde o temprano, las aguas volverán a su cauce, y aquello que “es” volverá a “ser”, se pongan como se pongan los mentecatos pretenciosos que, ingenuamente, consideran que un país, una cultura o una civilización no son más que tendencias estadísticas manejables con cuatro leyes y un poquito de publicidad.

El problema es que durante el proceso distorsionador en el que los mequetrefes cargan contra arquetipos configurados energéticamente en el inconsciente colectivo, y muy probablemente engramados en el código genético de la humanidad, producen mucho sufrimiento a la población. Ya que simplemente desubican las psiques dejándolas desamparadas y pululantes en medio de un vacío existencial y espiritual que pretenden sustituir con sus cuatro tonterías reglamentarias y los cuatro conceptos de moda que desean imponer.
Tenemos por ejemplo el caso de las mujeres. Hay sectores radicales que desearían erradicar de forma tajante cualquier atisbo de madre-esposa en la mujer actual. Odian con toda su alma esa esencia que pertenece intrínsecamente al ser femenino desde los orígenes de la civilización. ¡Qué no harían para acabar con ello! Y, ¡por supuesto!, no se trata de que la mujer no pueda desarrollarse en el mundo profesional y alcanzar puestos directivos o la categoría que merezca su capacidad y su cualificación. Se trata de que ello pueda hacerse compatible con ese papel de madre-esposa que en ningún caso tiene que representar ninguna condición ni de inferioridad ni de sumisión, al contrario, un orgullo personal de estar en armonía con la esencia femenina y un lugar preeminente en el seno de la familia y de la sociedad.
Y, por supuesto, nada que decir sobre aquellas mujeres que libremente deciden permanecer solteras, sin compromiso vinculante, no tener hijos o emparejarse con otra mujer. Lo que yo defiendo no es una sociedad monolítica formada exclusivamente por familias “tradicionales”. Mi idea es mucho más liberal que eso: lo que defiendo es una sociedad de personas libres donde la familia tradicional sea el pilar fundamental sobre el que se asiente, y eso pasa por la contención de la compulsión y la dignidad.
Pero no, la cuestión es fomentar la promiscuidad conejera, el puterío vulgar y el aborto como método anticonceptivo. ¡Qué tiempos aquellos cuando una madre le decía a su hija aquello de “sobre todo hazte respetar”! Ahora pronto nos encontraremos que para liberarlas les regalarán vibradores a los doce años para que aprendan pronto a no depender del falo masculino y puedan ser eternamente independientes. De eso a la destrucción de la familia, bueno ya lo está, hay solo un paso.
La televisión actual, por ejemplo, no es más, entre otras cosas, que una pasarela de chicas sin educación alguna que lucen palmito, muchas veces ya siliconado, acompañadas de un par de neuronas, una para detectar una bragueta en celo a diez kilómetros y la otra para el enamoramiento lascivo de quita y pon, con amagos de antiguo romanticismo, y con la diferencia de que antes de que el novio se les declare ya están debajo de la mesa, ya me entienden. Ese es el modelo de mujer que se fomenta en la actualidad: el putón verbenero.
La historia de la humanidad, en cualquier época y civilización se ha caracterizado por el hecho de que el hombre perseguía y la mujer controlaba y filtraba. Ambas energías confluían en un juego de seducción, similar al de la mayoría de especies animales, que finalmente, y tras ardua insistencia por parte del varón, se unían, previo rito social de aceptación de la pareja como miembro de una comunidad.
Sé que para los sectores más radicales del feminismo y de la destrucción de la sociedad despreciar a las busconas ansiosas de carne es una forma de machismo, pero no, es una forma de protección de sus propias psiques y por ende de las de la sociedad, que incluyen, probablemente, sus futuros hijos.
Pero en todo caso, tranquilicémonos, nada está por inventar en cuanto a esencias y axiomas humanos se refiere, y este “yin viejo” en el que habitamos los occidentales -en España además guiados por el inepto soberbio- empezará pronto a dar muestras de colapso total y las cosas volverán a vibrar poco a poco en el lugar que les corresponden. Y donde había miseria volverá a brillar la luz, la energía y el espíritu. Y el mundo ganará en concordia y paz.
Estamos en la cúspide de la decadencia, ya no podemos ir más allá. Y no se trata de volver atrás, se trata de orden, de ética, de libertad y de estética. De un nuevo conservadurismo social que incluya a todos pero que sepa distinguir claramente las columnas sobre las que asentarnos.
Una mujer buena es el mayor tesoro que jamás uno pudiera soñar encontrar.

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