Uno de cada tres europeos padecerá cáncer...
“Uno de cada tres europeos padecerá cáncer a lo largo de su vida”. Así de claras y contundentes se muestran las proyecciones estadísticas a partir de los resultados actuales. Hacía tiempo que quería escribir este artículo y lo que finalmente me animó a ello fue la visión del preciosista y exquisito documental “How much does your building weigh Mr. Foster?” (¿Cuánto pesa su edificio señor Foster?).
Documental que repasa la vida y obra de este prestigioso arquitecto y, en el cual, entre elaboradas imágenes, se nos da un dato importante y significativo: Foster superó un cáncer de páncreas, el más letal y fulminante, después de que su médico le diera una esperanza de tres meses de vida. Pero Foster es un apasionado de su trabajo y un apasionado del esquí de fondo, y…
Y es que más allá de las predisposiciones genéticas que pueden predeterminar pero no necesariamente predestinar, gran diferencia semántica, el desarrollo de esta enfermedad en un determinado individuo, existe aquello que llamamos “espíritu”, tan olvidado, tan castigado y vapuleado en esta frívola sociedad prometeica que poblamos.
Vayamos por partes. ¿De qué depende la fortaleza del sistema inmunológico? De la alimentación, de las condiciones ambientales naturales y humanas, del ejercicio físico y del estrés. Dicho esto, en un mundo sin valores, sin referentes, sin principios, sin jerarquías, sin héroes ni mitos, con familias desestructuradas y productos desnaturalizados,… ¿Qué ordena los factores externos que permiten al sistema inmunológico permanecer estable y fuerte? Nada.
La propia sociedad funciona de manera reactiva y compulsiva, como un sistema nervioso vegetativo que domina al cerebro y en el que este último no tiene más que gestionar eficazmente los caprichos del primero. El cerebro se usa como un cuadro de mandos sin entidad ni identidad que lo vincule, sin conexión con el espíritu. Por tanto, vivimos en una sociedad donde los individuos se mueven como células cancerígenas, sin orden ni concierto, agrupadas, amontonadas mejor dicho de manera arbitraria, impulsiva, caprichosa. ¿Entonces, qué puede hacer nuestro pobre sistema inmunológico ante dicho ambiente proveedor de estímulos insatisfactorios y estrés negativo?
A veces comento con amigos que la única persona digna de escribir un libro de autoayuda sería la actual reina de Inglaterra. La mayoría de los consejeros actuales son meapilas balsámicos que extienden sus babitas en libros basados en el “tú podrías…” o “el universo te espera…”, por no hablar de la colección de paranoicos trascendentes que aparecen como setas a medida que aumenta su frustración personal. Y ¿por qué la Reina de Inglaterra? Pues porque es uno de los pocos iconos vivos que ha demostrado tener eso que se llama “carácter”, que es condición previa para desarrollar una vida espiritual, por muy laica y alejada de lo religioso que sea.
El carácter se basa en el autocontrol y en la templanza fundamentalmente, que no en la rigidez dogmática o en la estrechez de pensamiento, y sólo el control del sistema nervioso vegetativo puesto a las ordenes del cerebro, y éste a la vez bajo la supremacía del espíritu, puede mantener un sistema inmunológico fuerte capaz de vencer las inclemencias medioambientales, que incluyen la familia, si se diera el caso, y al mismo tiempo superar la predeterminación genética que habite en nosotros.
Pero añado algo importante: el dogmático corre tanto riesgo de debilitar su inmunología como el pusilánime. ¿Por qué? Porque el dogmático puede permanecer en estado crónico de irritación al constatar que el mundo, su hijo o su mujer no encajan en su cosmovisión o en sus creencias. Es decir, el dogmático-obsesivo no deja de ser un reactivo impertinente, pero que en lugar de dejarse arrastrar continuamente por las circunstancias externas, adopta una posición permanentemente hostil y defensiva muy debilitante para su organismo.
Es decir que al espíritu no le va mal, de vez en cuando, unas gotas de trivialidad, relativismo o frivolidad, más que nada para bajar del pedestal y poder observar la realidad con más tranquilidad interna.
Y ¿qué es el espíritu? Pues esa energía proveniente de la porción de divinidad que subyace en nosotros y que aparece cuando nuestra conciencia despierta y se le rebela la trascendencia de la vida, de las que nuestros egos no son propietarios, y que proporciona un sentido profundo a nuestras existencias, llevándonos de alguna manera a reconocer quiénes somos, para qué estamos aquí, y sugiriéndonos sutilmente el hecho de la permanencia del alma, más allá de los ciclos de vida y muerte.
Por tanto, fortalecer el carácter, conectar con el espíritu, encontrar un sentido a la existencia y apasionarse por el propio e individual quehacer de la vida son modos de reforzar el sistema inmunológico y poder combatir las enfermedades predispuestas o adquiridas con mayor eficacia.
Hablamos de pasión por la vida, pero no en su sentido más vulgar y sentimental, sino en un sentido superior. Y, si no, que se lo digan a Foster.