Estamos llegando a un punto de colapso social y político difícilmente superable para las naciones occidentales. El futuro es incierto y los gobernantes excesivamente temerosos, pueriles e incapaces de tomar las decisiones adecuadas para poner freno a ese cercano crack del sistema.
No quiero entrar en cuestiones ideológicas, no pretendo escribir desde una posición que desee un futuro idílico “a la carta”, y si alguien sigue mis artículos sabrá que me preocupa la condición humana más allá de su origen o raza, algo que para mí no debería entrar en el debate político.
Dicho esto, ¿por qué hemos llegado a esta situación y quien nos ha llevado hasta aquí?
Fundamentalmente por la pérdida de identidad cultural, por la aniquilación de nuestros símbolos, por la destrucción del principio de autoridad y por el auge de los anti-sistema, algunos de los cuales paso a enumerar:
Feministas exaltadas que más que luchar por la igualdad social, familiar y profesional de la mujer, han fomentado el aborto libre y la destrucción de la familia, laicos beligerantes que, en su odio hacia la tradición religiosa y espiritual judeocristiana, han derrumbado las creencias que sostenían y amparaban a una buena parte de la población, dejando a esta huérfana de principio básicos orientadores de la vida, y permitiendo el apogeo de nuevas tradiciones ajenas a la nuestra, gays radicales que, en lugar de luchar por el respeto y la dignidad de las personas homosexuales y su derecho a establecer legalmente relaciones de pareja vinculantes, han fomentado la promiscuidad, el hiper-sexualismo y la frivolización de la vida sentimental en todos los terrenos, educadores progresistas que han convertido la escuela y por extensión la familia y la sociedad en el lugar donde se enseña que no existe autoridad, ni límites, ni capacidad de esfuerzo, ni respeto, además de manipular la mente de niños y jóvenes con la intención de debilitarla y desestructurarla suficientemente para que queden paralizados en el futuro ante situaciones graves de índole personal o social, políticos frívolos, gobernantes incapaces que juegan caprichosamente con el tejido social, con sus naciones, con el dinero de todos, miserables que utilizan la ingeniería social como método perverso de acercarse a su pobre visión del mundo, probablemente proyectando complejos personales o familiares y desestructurando toda valor sólido a su paso, sindicatos decimonónicos, clientelistas, arcaicos, incapacitados para ver la realidad de la competencia internacional y la necesidad de aligerar las cargas de los que producen, anclados en una confrontación trabajador-empresa que les genera réditos y subvenciones golosas, y especuladores financieros, gente sin escrúpulos, capaces de hundir un país en su afán ansioso, compulsivo, enfermizo, de ganar ingentes cantidades de dinero rápido.
El colapso social, económico y ético al que estamos abocados y en el que todos estos grupos han participado activamente para llevarnos hasta él, producirá probablemente graves altercados entre la población, Y ¿quiénes pagarán las consecuencias? Los más débiles, como siempre: los trabajadores sin formación y los inmigrantes. Y, en el fondo, será muy injusto.
Sería similar, por poner un ejemplo, a cuando el hijo veleidoso y derrochador de un empresario ha producido un desfalco en las cuentas familiares, y el padre para poder reponerse económicamente tiene que echar a una parte de sus empleados.
Eso es lo que nos pasará, toda esta gente, que ya empezó a “joder la marrana” hace mucho tiempo, y que erre que erre no han parado hasta aniquilar las columnas que sostenían la sociedad, seguirá de rositas, con sus subvenciones, sus eternos y estúpidos debates, sus rayitas y sus contactos y otros serán los que, en sus propias carnes, paguen la rabia de una sociedad enferma, y contenida, a punto de estallar.
Si las cosas se hubieran hecho con sensatez y moderación, la convivencia entre todos, fuera cada uno como fuera, hubiera sido posible, pero quizás ya es tarde y, como casi siempre pasa históricamente, pagarán justos por pecadores.