De entrada mis respetos a toda posición nacionalista o independentista, sea catalana, vasca o gallega. Esta ideología es tan legítima como cualquier otra ideología democrática, y esto lo afirmo honestamente, sin ambigüedad alguna. El nacionalismo, por otra parte, permite el mantenimiento y la proyección de las lenguas, las culturas y las identidades de sus territorios.Pero una cosa es que los nacionalistas aspiren al máximo autogobierno y a la máxima soberanía y los independentistas a la construcción de un Estado propio, y otra muy diferente es que el presidente del gobierno de una nación con más de quinientos años de historia active subterfugios y elabore operaciones políticas que conduzcan a la nación al mayor declive que haya ocurrido en los últimos siglos.
El PSOE, en cuyas filas hay gentes sensatas y con sentido de Estado, está permitiendo, al mantener al pusilánime más inepto al frente de la jefatura del gobierno, que España camine hacia no se sabe dónde. Determinadas políticas, determinados pactos y determinadas actitudes rozan la traición de Estado, porque a ningún, repito e insisto, a ningún presidente de gobierno de ninguna nación civilizada del mundo se le habría podido ocurrir pertrechar semejante proceso de desmembración nacional.
Lo que ocurrió este sábado en Cataluña, reivindicación legítima por parte de nacionalistas e independentistas, se convierte, en cambio, en un grave atentado contra el Estado de la nación por parte de aquellos colaboracionistas que gobiernan en España y en Cataluña y que lejos de apuntalar una actitud centrada, prudente y ecuánime que ponga límites a las interminables reivindicaciones y frustraciones de un determinado sector social, -el nacionalismo radical-, se han convertido en acicates, auspiciadores y jaleadores de este sector, llevando la situación a un punto en extremo conflictivo y de difícil retorno u oscuro porvenir.
La política de la oposición ha sido también lamentable en extremo. ¿De quién es la culpa sino de que muchos ciudadanos de la periferia metropolitana de Barcelona que apenas hablan el catalán en ninguna ocasión se manifiesten a favor de que el catalán sea la única lengua vehicular de la enseñanza? ¿Cuánta manipulación por parte de los socialistas? ¿Cuánta estupidez por parte de los populares que en lugar de activar la pasión por España se han preocupado por oponerse cerrilmente al “mito catalán”?
¿Aún no han entendido unos y otros que los jóvenes necesitan símbolos y proyectos con los que identificarse? Y si España se esconde, ¿no habrá otros que ocupen ese lugar? ¿Cuántos complejos habrá que superar para volver a despertar la pasión?
Pusilánimes de ánimo vengativo, -¡hasta el abuelito estaría avergonzado del deterioro al que ha llevado esta nación!-, y timoratos temerosos de despertar la esencia, la energía y la historia de este país, esos son nuestros líderes.
España tiene que redescubrirse a través de la pasión, tiene que volver a unir a todas sus gentes, a vibrar por el espíritu colectivo, por nuestra historia común, respetando y defendiendo firmemente la pluralidad lingüística y cultural que nos enriquece.
Hemos llegado a un punto de inflexión, estamos cercanos al declive más absoluto, pero esperemos como ocurre, según el taoísmo, con los flujos energéticos, que el yin viejo de lugar a una renovada energía yang, una energía constructiva, positiva, transformadora, que devuelva la esperanza.
La presidencia de Zapatero debe ser el máximo grado de deterioro de una nación que debamos soportar. Esperemos que la razón despierte y que se una a la pasión para traernos, de nuevo, un futuro prometedor.