¿Se puede ser identitario y antirracista? Sí, sin duda. De hecho, ésta es la postura que he defendido en varios de mis artículos y por la que creo pasa el futuro de una Europa con alma y espíritu. Parto de la base de que el espíritu se manifiesta en las diversas razas humanas de modo diferente, de forma que tanta capacidad de trascendencia y transmutación alquímica puede tener una danza africana guiada por un chamán como la audición de La pasión según San Mateo de Bach interpretada de forma sublime, o la lectura atenta del Fausto de Goethe.
Que la civilización occidental haya llegado a grandes cotas de sofisticación y categoría en la creación artística y cultural no significa que sea la única vía para alcanzar la plenitud evolutiva, para activar el componente sagrado de nuestro ser o para elevar el espíritu.
Por ello el “identitarismo”, si es racial, es humanamente injusto y evolutivamente estúpido, porque cada individuo, más allá de la raza a la que pertenece, puede tener un nivel de desarrollo de alma y de conciencia superior o inferior, dependiendo del trabajo que haya hecho sobre sí mismo y sobre sus componentes primarios, así como de la atracción vital por lo sagrado, expresado de una u otra forma, que guíe su vida. Por tanto, no son las razas las que son superiores las unas a las otras sino los individuos, y no, por supuesto, por su clase social de pertenencia o su nivel cultural, sino por la necesidad de trascendencia que conceden a su vida y a los actos que producen en ésta.
Por ello, el “identitarismo” cultural debería oponerse a todo tipo de racismo al tiempo que combate el multiculturalismo y especialmente a su gran enemigo: el relativismo.
Del relativismo han manado todos los males de Occidente, y especialmente su grave decadencia. Ni que decir tiene que es la progresía, junto al neoliberalismo más salvaje, los que han afianzado está forma de pensamiento y de interacción social. La progresía ha destrozado cualquier tipo de valor y ha permitido que sus representantes más deteriorados sean iconos sociales de los cuales se alimentan los más jóvenes, además de perpetuar el infantilismo estúpido en sus adultos. El neoliberalismo más radical ha llevado a una gran parte de la población a vivir encadenados en el consumo compulsivo.
Recuperar la identidad cultural de Occidente pasa en primer lugar —y por favor, traten de entender lo esencial de esto que digo— por la defensa de las distintas identidades culturales y lingüísticas que existen en el territorio europeo. Lo afirmaré con total contundencia: si queremos una Europa fuerte, unida, próspera y que vuelva a ser hegemónica en el contexto internacional debemos aceptar que los bávaros puedan ser profunda y esencialmente bávaros para que se sientan orgullosos de ser alemanes, o que los catalanes puedan ser profunda y esencialmente catalanes para sentirse orgullosos de ser españoles, o que los escoceses… Sabe, quien haya leído varios de mis artículos, que no se me puede considerar ni de lejos un nacionalista catalán. Me siento catalán y por tanto español, pero entiendo que la defensa de la lengua, la cultura y la identidad de cualquier región geográfica, así como la de cualquier tierra de este continente ha de ser cuidada, preservada y fomentada con afecto y devoción. Quien no vea esto y fomente la división entre nuestros territorios sabrá que lo que estamos haciendo es vendernos, traicionarnos, y entregarnos a aquellos que desean o bien autodestruirse o bien suplantarnos.
El futuro de Europa pasa por la recuperación de sus valores y tradiciones, por la fuerte defensa de su identidad cultural que engloba también a todas y cada una de las identidades autóctonas y por acoger sin exclusiones a todas aquellas personas que, legalmente, vengan de donde vengan y sean como sean, quieren integrarse en nuestra esencia colectiva. Y nadie va a negar la lenta y paulatina homeostasis que se producirá con el paso de los años, algo que puede enriquecernos a todos. Pero eso es una cosa, y la otra es directamente nuestra aniquilación cultural.
Todo lo demás será perder el tiempo.