La progresía está que trina. Es posible que no reciban tantas invitaciones a saraos o que las subvenciones para sus eventos hayan disminuido, o a lo mejor se quedaron sin paga para hacer esos maravillosos e imprescindibles estudios con los que acostumbran a socavar la sociedad, recordemos el del mapa del clítoris, o cualquier estupidez que a usted o a mí se nos pueda ocurrir.
A la espera de ver a alguna de esas furibundas feministas defender el burka en algún artículo o tertulia televisiva -no tardarán mucho, ya lo verán-, y en vistas de que nuestro inepto gobernante lleva el país a la ruina total, ahora les ha dado a toda esta troupe por atacar a las legítimas, democráticas y constitucionales instituciones estatales, en concreto al Tribunal Supremo, al Tribunal Constitucional y a la Monarquía (los pobres, entre Peñafiel y toda esta corte, deben de estar que no sabrán donde ponerse). La cuestión es hacer ruido.
A la espera de que algún genetista descubra algún locus idéntico entre la progresía y la carcoma de la madera, hemos de entender que los primeros han iniciado una intifada pachanguera con la intención de hacer humo para que no se vea como caen los pilares del Estado. La intención es el derrumbe.
Bajo el eufemismo tan manido de que la izquierda amplía los derechos y libertades de los ciudadanos, que traducido es: más soledad, más desorientación, más rupturas de lazos sentimentales, más depresiones y más drogas, se han apoderado de la sociedad con la única y exclusiva intención de demolerla.
El problema es que ellos no lo saben y que se ponen de los nervios cada vez que no logran mermar algún pilar fundamental del Estado ya sea simbólico, legal o institucional.
Ahora tienen al Constitucional entre ceja y ceja, “zeja” mejor dicho, porque la mayoría de los ciudadanos catalanes estamos que no dormimos esperando la sentencia del Estatut. Por cierto, si son de aquí o vienen por mi ciudad, Barcelona, se darán cuenta de que no se habla de otra cosa en la calle. El paro, el cierre de empresas, el hijo porrero o la inseguridad ciudadana, son temas secundarios, menudencias de tercer nivel, porque vaya usted donde vaya la gente no hace otra cosa que discutir los artículos del Estatut. Sea en la panadería o en el cine, por ejemplo, hay que decirles que se callen porque no puedes concentrarte en lo que estás. El otro día sin ir más lejos una pareja de veinteañeros estaba, en pleno Avatar, dale que te pego con el artículo sobre la distribución territorial de Cataluña -.
Y qué decir del Supremo, mal de todos los males, atacado sin piedad con la complicidad pasiva del anti-sistema que nos gobierna. Y es que cuánto le gustaría a él que esto se pareciera a uno de esos admirados ejemplos de izquierda democrática que están surgiendo en Latinoamérica: esos países cuyos presidentes hablan y hablan para regocijo del pueblo que se deleita a medida que avanza en prosperidad y en libertades.
En cuanto a los de la monarquía —legítima, recuerdo, y cuestionable democráticamente, por supuesto—, deben de preferir no aparecer. Nuestro monarca está para que se le silbe. Se le debería pagar un plus. “Majestad, hoy le silbarán en Pamplona; ¿irá con la Reina o prefiere que le silben solo?” Es curioso: un país en el que el Jefe del Estado tiene que pasar desapercibido porque un sector canallesco y ansioso de no se sabe qué no le concede el mínimo respeto.
Algo le pasa a la progresía, que está furibunda: es como el soberbio torpón que, incapaz de alcanzar sus objetivos, prefiere que todo se hunda antes de reconocer sus errores.
Y es que —insisto— creo que debemos encaminarnos a conseguir esa nueva mayoría social y democrática de la que hablaba en mi anterior artículo para desplazar a todo este sector de adversarios del orden constitucional, que incluye el respeto por los símbolos, las tradiciones y las instituciones del Estado.
Tienen la necesidad de reventar todo aquello que no pueden cambiar de forma ordenada y legal. La Constitución española es nuestra máxima ley y el Tribunal Constitucional su máximo garante. Quien no lo entienda debería leerse todo el articulado. Todo, no sea que se le escape algún artículo y luego haya que arrepentirse.
Mientras, los demás a esperar a que dejen de joder la marrana de una puñetera vez, y podamos empezar a recuperar valores, identidad, estética, ética y espíritu. Pero ¿cuándo pararán?