De esto se trata. Porque hasta que no cambie el imaginario…
Europa: tenemos un problema. Y el problema es que las fuerzas progresistas dominan el imaginario colectivo. Han conseguido que todo se juegue en su terreno, no importa cuál sea el resultado en la práctica, por muy nefasto que sea éste. Lo que importa es que la palabra que se usa para etiquetar un acto propio o para calificar al adversario sea la que se ajuste a un ideario común pervertido por años de propaganda buenista.
La izquierda española tiene, por ejemplo, vocablos demoledores para el adversario. Si han visto, que supongo que sí, a la pequeña y simpatiquilla bulldog socialista debatiendo en televisión —está en todas partes, por lo tanto seguro que sí—, se habrán fijado que ante cualquier razonamiento del adversario tertuliano, ya sea liberal o conservador, utiliza uno de estos cuatro conceptos: falangista, fascista, franquista o de ultraderecha, con lo cual deja al otro acorralado contra las cuerdas y a la defensiva. Sin pestañear les deja K.O.
Otros de los conceptos básicos que utilizan en toda Europa son: racista y xenófobo. Si un ciudadano europeo vive en un bloque lleno de pisos patera ocupados por inmigrantes ilegales, y en donde nadie respeta las mínimas costumbres y donde sólo él paga los gastos de comunidad, pues bien, si este señor se atreve a quejarse, lo normal es que se le acuse y etiquete con uno de estos dos vocablos. Y ya lo tienen enmudecido.
Supongo que muchos de ustedes, estimados lectores, habrán compartido con amigos y familiares tertulias en las que cuestionen, hasta con cierta vehemencia, el tema de la inmigración ilegal o de difícil integración. Pero ¿a que bajan el perfil hasta parecer tolerantes cuando hablan con desconocidos? No digo todos, pero la mayoría lo hace así. ¿Por qué? Para no ser tachados de fascistas, racistas o xenófobos. Da lo mismo que usted tenga un ideario centrista: si cuestiona determinados temas, le etiquetarán sin piedad para que nunca más vuelva a pronunciarse públicamente.
Vivimos atenazados bajo una dictadura invisible apoyada por todo el “establishment político y social”, fomentada fundamentalmente por los partidos de izquierda y sus acólitos.
En Estados Unidos, gran nación, pasa lo contrario, por suerte. Allá tachan a alguien de “socialista” y cuidado con que no pueda sacarse el sambenito de encima. Fíjense que a Obama ya se lo están diciendo, y eso que de ser español es probable que ideológicamente estuviera más cerca del PP que del PSOE. Otro tabú es el hecho de que un gobierno “despilfarre”. Por suerte, en América del Norte eso es imperdonable, porque son muy conscientes de que ese derroche proviene del dinero ganado por los contribuyentes con el sudor de su trabajo.
En Europa, el mundo de la baba, ya saben: las fuerzas demoledoras de nuestro espíritu colectivo, de nuestra cultura y de nuestra tradición, tiene todas nuestras energías oprimidas y restringidas debido al monopolio psíquico que ejercen desde todos los medios de poder y comunicación que dominan, de modo que sólo nos queda ejercer de espectadores pasivos ante la constante carcoma que va corroyendo los pilares de nuestra sociedad. Parece que no podemos hacer nada. ¿O sí?
Deberíamos ser capaces, en primer lugar, de pasar, entre todos, de la defensiva al ataque conceptual. Es necesario que surjan conceptos que sirvan de anatema de los sutiles dictadores buenistas. Esos conceptos no deben crearse desde la visceralidad, sino desde la más templada inteligencia, porque, si no, sólo servirán para regocijo de una minoría extremista, pero no para liberar a una gran mayoría de ciudadanos del espacio psíquico al que están sometidos a vivir.
Mientras cualquier postulado, por muy democrático que sea, identitario, conservador, liberal o que cuestione algunos de los funcionamientos burocráticos y poco participativos de Europa, puede ser despiadadamente atacado y fulminado con los conceptos anteriormente citados, su acción corrosiva de los cimientos sociales sale indemne de cualquier debate, dejándolos exculpados para continuar alegremente con su misión destructora.
Es necesario encontrar esos conceptos clave, palabras que queden grabadas en el ideario e imaginario colectivo y que sean suficientemente descriptivas y voraces como para que teman que les apliquen a sus propias políticas. Sólo así conseguiremos desplazar el terreno de juego y el eje del debate a otro campo, y desde allí transformar la realidad.
Ganar el imaginario colectivo con la intención de cambiar las cosas a mejor, nunca para dañar a nadie, sólo para preservar el espíritu.
Se admiten propuestas.