Precisemos: lo que Zapatero promete a partir del próximo curso no es regalar un burro (o sus orejas) a cada alumno. La burrez, ésa con la que la mayoría de los alumnos salen de la escuela, es algo que el actual sistema educativo lleva garantizando en España desde hace ya años. Lo que ahora promete ZP es que, a partir de 5.º de primaria, todos los niños tendrán, además, un ordenador portátil renovable cada tres o cuatro años.
Me quedé atónito al oír la noticia. “No puede ser. Habrás oído mal”, me dije. Por desgracia, había oído perfectamente. Pretenden dar un ordenador a todos y cada uno de los niños; no ya tan sólo a los alumnos, por ejemplo, de los dos últimos años de Bachillerato —medida que, incluso así restringida, carecería de sentido si no se resolvieran previamente los graves problemas que corroen a nuestro sistema educativo.
El sistema educativo que mayores fracasos escolares está cosechando; el sistema educativo del que están surgiendo —hablo en términos generales y salvando todas las excepciones— una especie de zombis descerebrados que hablan a trompicones, agreden a sus profesores, carecen de la menor noción de historia y de cultura general, escriven kon faltas d hortografia mil, se emborrachan de botellón y se apasionan por ruidos “musicales” ke molan tio mazo, mientras van engullendo ávidos la Nada; ese sistema, en fin, que engendra lo que el profesor Pascual Tamburri denomina El genocidio educativo… se dispone a instalar pizarras electrónicas en las aulas y ofrecer, desde la más tierna edad, a todos y cada uno de nuestros niñatos y niñatas un ordenador portátil (¿qué porcentaje de comisión deberá abonar, y a quién, la marca agraciada?…); unos ordenadores que permitirán resolver las tareas con un cómodo “copiar-pegar”, al tiempo que facilitarán chatear a mansalva y practicar interactivos juegos electrónicos durante las aburridas horas lectivas: esas “represivas” horas que, cuando aún existían de verdad, tanto coartaban la-vivencia-no-coactiva-y-el-desarrollo-de-la-autocreatividad-espontánea-de l@s niñ@s, como diría cualquiera de estos genocidas educativos que tienen por nombre “pedagogos de la modernez”.
Y, sin embargo, lo más grave, con serlo, no es ello. Lo más grave es… que todavía no he visto un solo artículo, no he leído un solo comentario denunciando la estupidez infinita de la propuesta. Todo lo que se critica (desde la derecha —la cual no hubiera vacilado en aplicar medidas semejantes— o desde la izquierda) es… ¡la insuficiencia de la medida!, su falta de garantías en cuanto a la gratuidad de su aplicación, la demagogia de un presidente del Gobierno que, hace ya unos años, había prometido —e incumplido— instalar un gran número de ordenadores escolares…
Es unánime el deslumbramiento que se produce ante la palabra mágica: “ordenador” —ese trasto gracias al cual existe, por ejemplo, este periódico, pero un trasto que carece en sí mismo del menor valor, atributo o relevancia. Helos ahí a nuestros hombres públicos, políticos, periodistas, forjadores de opinión; helas ahí a nuestras indignas elites: postrados todos de rodillas ante el fetiche. “El fetichismo de la mercancía”, escribió Marx caracterizando al mundo moderno. Y, por una vez, dio en el clavo —si no fuera que, para acabar con el fetichismo de la mercancía, el marxismo creyó oportuno liquidar cualquier expresión de la mercancía y del mercado…, y así surgió lo que surgió.
He ahí, postradas ante el fetiche tecnológico, a las “elites” que forjan nuestro destino. También los otros, también el pueblo llano, siguiendo su ejemplo, se postra exactamente igual. Es cierto, pero a veces aún pueden darse, entre la gente sencilla, algunos atisbos de sensatez. Veamos uno. Decía yo antes que nadie había alzado la voz para denunciar que la propuesta zapateril, lejos de resolver nuestro ingente problema educativo, corre el riesgo de agravarlo. Pues bien, debo rectificar lo dicho. Sí se han alzado voces en tal sentido. Pero manifestadas, con letras pequeñas y deficiente construcción sintáctica, en los comentarios emitidos por los lectores de los periódicos. Incluso en los de un medio tan “progre” como el diario Público.
¿Qué implica semejante hecho? Valdría realmente la pena —¿no os parece, amigos?— que reflexionáramos seria y detenidamente sobre ello: sobre lo que el “populismo” —démosle su nombre y olvidémonos de la mala prensa que tiene— podría significar siempre y cuando unas elites dignas de este nombre ocuparan el lugar que hoy se encuentra desdichadamente vacío.