Covid-19, una tormenta demasiado perfecta

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No creo en las conspiraciones, pero tampoco en las casualidades. No puede ser casualidad que el agente inicial de una pandemia que según los medios de comunicación amenaza con extenderse por todo el planeta se encuentre precisamente en China, un país donde sobra población para los experimentos de ingeniería social y aún queda remanente para inundar de turistas las cuatro esquinas de Europa. Y menos casualidad me parece que el foco primigenio de la infección aparezca en Wuhan, ciudad de doce millones de habitantes en la que una de sus industrias más importantes es la de investigación farmacéutica y biogenética. Si añadimos al puzzle hechos tan simpáticos como que militantes globalistas, acérrimos de la causa como Bill Gates y Soros, son dueños de alguna que otra empresa de investigación farmacológica y desarrollo de vacunas antivíricas en aquel mismo lugar, el asunto empieza a oler a chamusquina.

 Como afirma el doctor Juan Manuel Jiménez Muñoz, médico escritor de una sagacidad inusual, iconoclasta que fustiga la corrección política con la misma exquisitez con que, seguro, atiende a sus pacientes, “El virus afecta sobre todo al cerebro de los tertulianos de Telecinco, y a los políticos de todos los colores. Y va a ser muy malo para el bolsillo del contribuyente”. Tal cual. La propagación pausada —más bien lenta— del virus, y el control que sobre el mismo realizan las autoridades de todos los países civilizados, contrasta con la extrema celeridad —digámoslo claro: histeria—, con que periódicos, televisiones y demás medios “viralizan” el problema; una epidemia que, por el momento, afecta a la población en relación 1/1000 comparada con otros problemas de salud estacionales como la gripe común, y ha causado muchísimos menos fallecimientos en el planeta, en el último mes, que los accidentes de tráfico, laborales, los suicidios —no digamos los homicidios—, o la misma venerable y casi familiar gripe de toda la vida. Sin duda, el medio es el mensaje; no interesa la realidad sino el relato de la realidad.

Alguien ha soltado a sus anchas un virus que complica la salud poco más que un fuerte resfriado, pero hay que sacarle rentabilidad a toda costa.

Alguien ha soltado a sus anchas un virus que complica la salud poco más que un fuerte resfriado, pero hay que sacarle rentabilidad a toda costa. Ya lo dijo el sabio: los optimistas, en momentos de crisis ven grandes oportunidades. Bien lo saben los especuladores de la salud pública y los diseñadores de opinión y control de masas: las oportunidades hay que saber crearlas.

 La bullanga y alarmismo en torno al Covid-19 es una bomba en plena línea de flotación para la economía de occidente y, en especial, para países como España o Italia, cuyas industrias turísticas son ejes económicos fundamentales. Por cierto, excurso: ¿nadie se extraña de que en Francia aún no se haya declarado ningún caso, cuando todos sabemos que en París, sin ir más lejos, hay casi más chinos que franceses? Fin del excurso. Aunque no sólo la industria turística es la perjudicada. El transporte internacional de mercancías amenaza colapso de productos llegados de China y oriente, con súbito desabastecimiento de componentes básicos para la fabrilidad europea; igual sucede con el libre tránsito de vehículos en territorio de la UE, y lo mismo con la organización y celebración de eventos. Que las autoridades italianas hayan obligado a que el partido de fútbol entre la Juventus y el Inter se celebre a puerta cerrada nos da una idea del nivel de hipocondría oficial al que nos aboca todo este ruido mediático. Sobre los métodos de control de población en China, el enclaustramiento de la plebe en sus domicilios, etc, es mejor no pronunciarse por no hacerse uno pesado: el comunismo, aunque sólo sea “comunismo de libre mercado”, es así.

 Al final —sin creer en conspiraciones, tampoco en casualidades—, hay que buscar el cui prodest: ¿a quién beneficia este desborde, la excéntrica consideración de lo mediático como servicio de alarma y desencadenante del pánico? El paroxismo informativo prepara el terreno, me temo, a los salvadores de la humanidad que se anunciarán omnímodos tarde o temprano. La situación me recuerda a aquella memorable escena de la magistral El Padrino, cuando Marlon Brando-Vito Corleone, en plena guerra entre familias mafiosas, aconseja a su hijo Michael-Al Pacino: “Si muero, alguno vendrá durante mi entierro a concertar una cita con nuestros enemigos, una reunión para hablar de paz: ¡Ese es el traidor!”. En efecto, quien acuda con el remedio, susurrando calma y serenidad mientras sugiere medidas fiscales de rapiña al tiempo que vende la pócima milagrosa que nos librará para siempre del maldito coñazovirus… Ese será el responsable, la zona cero de una pandemia que aún está por ocurrir aunque la épica mundialista ya la ha proclamado principal tragedia del siglo XXI. Al tiempo.  

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