Que Sabino Arana, fundador del PNV, era un majadero, lo sabe todo el mundo. La ingente y sabrosa documentación aportada por Fernando José Vaquero Oroquieta sobre el pensamiento del personaje —con perdón por lo de “pensamiento”—, confirma paso a paso y letra a letra aquella convicción de que el nacionalismo vasco hunde sus raíces teóricas en los disparates y delirios paranoides de un perjudicado mental. Lo interesante del caso es intentar entender cómo fue posible que a partir de semejantes mimbres se forjase el poder casi omnímodo del nacionalismo como ideología oficial de las Vascongadas y Navarra, hasta el día de hoy.
Hay una explicación sencilla y otra más extensa y un poco más compleja. La primera: la burguesía, las élites industriales y financieras vascas, acogotadas tras el fracaso histórico y la crisis existencial de España en 1898, deciden desvincularse del proyecto común y se agarran al clavo ardiendo de la primera ideología vernaculista-victimista que tuviesen a mano y les garantizase el abismo diferencial. La segunda: la incapacidad histórica de las clases dirigentes españolas, la dinastía borbónica, las dos repúblicas naufragadas e incluso el franquismo —no digamos la contemporaneidad democrática— para consolidar un sentido unitario del Estado que extinguiera el sentimiento e intereses foralistas, o fueristas, heredados de la articulación social propia de las edades media y moderna. En cualquier caso, de aquellos desajustes ancestrales entre el poder de la nación y las demandas regionales deviene el conflicto sin resolver. Y lo que rondará la cuestión, y lo que nos queda por sufrirla.
En tanto, las voces de la lógica y el raciocinio, como es el caso de este libro, señalan el pantanal irrespirable en que el nacionalismo supremacista ha convertido a las sociedades que controla. A los nacionalistas, su dirigencia política, sus teóricos de nómina y las masas narcotizadas por su potaje ideológico no les importan ni la verdad ni la justicia, ni la libertad, ni siquiera la vida de “los otros”; “el pueblo” está por encima de cualquier otro valor, la raza es el único referente sagrado, el odio al “extranjero” —el aborrecido “maqueto”—, es la única ideología plausible. No debe extrañarnos que, en esta línea, el PNV mantuviese en su día excelentes relaciones con la Alemania de Hitler, que intentase el vergonzoso pacto de Santoña con Mussolini, que sus respectivos gobiernos lleven a cabo una labor incansable de adoctrinamiento desde las aulas-ikastolas, en un idioma inventado y “normalizado” por un anormal con menos luces que decoro, tal cual fue el deplorable Arana. Se relatan en esta obra episodios lamentables como chocantes, también hilarantes, como las falsificaciones arqueológicas de Iruña-Veleia, las corruptelas endémicas de alcaldes, diputados forales y mandamases nacionalistas en general, la connivencia con el terrorismo etarra, la “ocupación operacional” de una iglesia vasca integrada por el beaterio racista e integrista más repugnante de Europa… Toda aberración y toda locura caben en el saco nacionalista. Si no fuese porque los resultados, entre otros vómitos, condujeron a la sociedad española al sufrimiento infligido por ETA y sus herederos, el asunto tendría incluso su lado cómico. Pero las cosas son como son: o resultan grotescas o resultan siniestras. Y el PNV y su entorno, sin duda, son el fenómeno más siniestro de la reciente historia política, en España y en Europa.
Si quieren saber más, no se pierdan esta biografía no autorizada pero muy razonable del partido de Sabino Arana.
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