“Activistas de la salud”, “La revolución de las terrazas”, “Al paso del más lento y sin dejar a nadie atrás”, son algunos lemas propagandísticos que he leído en los últimos días, campañas que anuncian respectivamente un seguro médico, instalaciones energéticas para el hogar y complementos deportivos.
Conclusión de urgencia: la ideología “woke”, de uso obligatorio en las universidades americanas y frenéticamente impulsada por todos los gobiernos de la Europa de brazos bajados, esa fe progre en la omnipresencia y omnipotencia de lo políticamente correcto, y por supuesto impermeable al sonrojo de lo ridículamente incorrecto, como todas las ideologías tiene un canalón por el que desagua: es perfectamente integrable en el sistema.
Molesta —porque la tontería molesta mucho—, pero no le hace daño.
Molesta —porque la tontería molesta mucho—, pero no le hace daño. Es mosca cojonera mas sólo mosca desde finales de los años 60 del siglo XX, cuando el lumbreras de Foucault tuvo la idea de “deconstruir” el “discurso burgués” sobre la vida y la realidad, sin reparar en que cuando se deconstruye hay que construir después; y hacerlo —intentarlo— con harapos, añicos, ripios y cascotes, no es buen método aunque el demiurgo sea gay. Así salió la “nueva izquierda”, que yo no sé qué tiene de nueva aparte de la palabra “nueva”: ágil de lamentación y desastrosa de acción.
Así es, señoras y señores, queridos amigos progres de imaginaria que de vez en cuando me leéis y en el fondo —de vez en cuando—, me dais la razón: entre lo que ha cambiado el mundo gracias a las doctrinas colectivistas y lo que, pensando razonablemente las cosas, va a cambiar en los próximos milenios, lo más útil y práctico es aprovechar la parte ornamentaria del mensaje y transcenderla hasta el valor único de la publicidad y el consumo. Fijaos, sin ir más lejos, en el juego tan vistoso que da a los celestinos de Meeticla normalización multiculti, y no digamos la eclosión reivindicativa LGTBI por la parte tribadesca-fricadora, llamada lésbica en los textos no espinosianos.
Hay apocalíticos de l’autre côté que ven en esta simbiosis estratégica entre capital y riesgo una muestra de la expansión invasiva, avasalladora, del pensamiento woke. No les falta razón desde cierto punto de vista. Pero desde otro punto de vista, igualmente cierto, se equivocan como me equivoqué yo el día que decidí aprender a jugar al ajedrez. Las ideologías, en su dimensión sentimental/representativa de la realidad —“falsa conciencia” las llamaría un marxista de manual—, se expanden hasta el punto magmático y difuso en que el sistema empieza a fagocitarlas y convertirlas en sección inocua de su propio almacén de valores. Verbi gratia y ya que hablamos de publicidad: hace 40 años, el señor de la casa llegaba a su hogar y la mujer le servía una copa de Soberano para, entre otras cosas, librarse de que su amo le arrimara una hostia; hoy, casi a la viceversa —he escrito “casi”, no exageremos—, la señora llega sola y borracha y si el maromo que tuvo la mala idea de casarse con ella no tiene los platos fregados y a los niños acostados… malo. Las mujeres empoderadas al estilo Wokemil Viviendas son tan de temer —presque— como los maridos estresados del tardofranquismo.
Comentarios