La derecha oculta

Compartir en:

Podríamos pasar horas y horas de discusión bizantina sobre la validez de los términos izquierda y derecha, sobre qué representan, sobre si tienen vigencia y dónde nos pondríamos nosotros. Más vale efectuar el siguiente ejercicio práctico: pregúntese a distintas personas en qué posición política o ideológica se sitúa alguien que se autoproclama “ni de izquierdas ni de derechas”. La respuesta abrumadora será: “Es alguien que está en el centro”.

Resulta, en efecto, que la dialéctica maniqueamente dualista domina, nos guste o no. O se está a favor del aborto o no, o crees en Dios o no crees, o eres de derechas o de izquierdas. A los matices la gente los coloca en el centro. Podrá haber alguien que se retuerza de rabia por esta realidad, pero ésta impera. Además ser de derechas, en definitiva, es ir a contramano de los valores dominantes en la sociedad modernista de Occidnete. Si la izquierda comparte esos valores, la derecha reivindica sus antagónicos. Es decir, otra vez, la dualidad.

 
CONTRA LA IDEA DE “CENTRO”
 
Es un hecho que las premisas fundamentales de los sistemas políticos nos son extrañas, y aceptarlas tiende a jugarnos en contra. La izquierda ha instaurado un orden cultural férreo en el cual indica quién es el que manda (la misma izquierda) y quién le pone las objeciones (otra izquierda o el “centro”) La derecha, si es que existe, tiende a tomar un papel de siervo de la izquierda: reniega de sus principios, lucha para que no le digan que es “la derecha”, inventando el fiasco del “centro” en su afán de no ser tildada de “reaccionaria”. Prefiere que la denominen “conservadora”…, cuando estas sociedades tienen ya tan poco que conservar.
 
Todo lo que esto demuestra la gran victoria cultural de la izquierda, que elige a su gusto el campo y las reglas de juego: La derecha no se define a partir de sus valores, de su modelo filosófico, de su visión del mundo, de sus teorías. Intenta ir detrás de los epítetos que la izquierda le empotra como verdades absolutas (“reaccionarios”, “conservadores”, “explotadores”, “fascistas”) para negarlos y presentarse como un todo contrario reflejo del bien universal. Aquí, la victoria semántica de la izquierda toma proporciones totales, ya que la derecha se intenta definir a sí misma a partir de estructuras ideológicas propias de su contrincante. Menuda estafa. Es la materialización de la consigna del “gusto único” al que refiere Eichelbaum. En un bosquejo de dicha discusión, Juan Carlos Arroyo González no duda en afirmar que ante la dictadura mundial del liberalismo mercantil y con una izquierda que baila al compás de dicha hegemonía, el “centro” encarnaría el pensamiento dominante. Ante su poder omnímodo solo restaría espacio para una tímida “periferia” con espacios cada vez más restringidos. Si el centro es entonces el Sistema, de nada sirve definirse desde posiciones marginales, pues la periferia nunca llega a ubicarse en el centro de la discusión. Por otra parte, es obvia la dificultad de definirse de derechas a partir de esquemas que la izquierda creó en el campo cultural en el que domina a sus anchas. Pero habría que realizar , sin embargo, el intento.
 
En el caso concreto de Uruguay, vemos cómo los actores de la oposición compiten desaforadamente por presentarse como el “centro”, para no verse adjetivados con el descalificativo nombre de “la derecha”. Por cierto, el liberalismo de mercado como “centro” mundial poco tiene para reprochar a la izquierda socialista, ya que hace mucho que ésta ha establecido su carácter de acompañante de ruta del primero. Una pregunta que se nos plantea: ¿por qué el votante emigraría en busca de una opción electoral, descafeinada, en pos de principios que son los supuestamente correctos? Si alguien fuese progre, votaría a la opción progre, no a sus malas imitaciones.
 
Es por esta razón tan débil por la que en Uruguay no existe derecha de ningún tipo. Este problema se repite en gran parte de Occidente. El problema de fondo es que la derecha se ha vuelto electoralista y cortoplacista, periférica. Pero por sobre todas las cosas no es valiente, ya que se conforma con ser periférica y no propone un orden propio y una revisión radical del orden cultural y político que las izquierdas han almacenado sin resistencia en nuestras sociedades. En esas condiciones se asiste al constante linchamiento mediático de la derecha y al accionar de la política-mentira de la que aquélla es objeto apenas. Como sostiene de Alain de Benoist, reivindiquemos el término, ya sea por convicción filosófica o por mera estrategia. Darse una forma y tener una idea clara de uno mismo es condición previa para poder establecer una potencialidad, sin la cual no hay posterior conquista política. El éxito de la izquierda se debe en parte a que está dotada de una praxis rigurosa; la precisión de sus análisis del momento presente corrige en cierto modo lo borroso y la imposibilidad práctica de su visión de futuro.
 
Es importante afirmar una vez más que existe hoy una micro-derecha híper nostálgica. Es la misma que revolea el poncho y, desde un supuesto falso puritanismo doctrinal, niega toda posibilidad de renovación y de autocrítica al tiempo que niega su derechismo ajustando el cuerpo a un “tercerismo” docto e incomprensible para las mayorías. Todo un ensayo nos llevaría definir el carácter obtuso de este último término. Es que esa derecha es feliz con no existir, con ser un grupúsculo mínimo dedicado a la nostalgia. Y, parafraseando a un contemporáneo de la hispanidad, todo minuto dedicado a la nostalgia se lo quitamos a pensar el futuro.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar