Elon Musk y Donald Trump

Las élites empiezan a rebelarse

Y cuando ello sucede, y cuando el pueblo también se harta, entonces es cuando...

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No todas las élites, por supuesto, ni muchísimo menos: sólo una parte empieza a rebelarse. En Estados Unidos, en California, en el Silicon Valley, más concretamente, ahí donde suelen germinar las grandes transformaciones que se expanden luego por el mundo. No es sólo Elon Musk —el hombre más rico del mundo— quien abomina de los delirios woke y de la invasión migratoria. No es sólo él quien, comprando Twitter, ha abolido la censura en la red hoy denominada X. No es sólo él quien apoya ardientemente a un Donald Trump del que será ministro en su —esperemos— próximo Gobierno. No es sólo Elon Musk quien piensa y actúa así: son muchos más, aunque todavía sean una minoría respecto al conjunto de la clase dirigente mundial. Da igual que sean pocos o muchos: lo que importa es la señal, el signo. Tampoco era toda la aristocracia francesa (y europea) la que compartía las ideas ilustradas que llevaron a la Revolución... y a cortar unas cuantas aristocráticas cabezas. Lo que importa es que sin el sostén dado en el siglo XVIII por una parte de la aristocracia (y lo que ello significa en cuanto a la transformación del espíritu de los tiempos) nunca las revoluciones liberales habrían triunfado. Así ha ocurrido siempre en todas las revoluciones. Y así ocurrirá también en la que, un día, acabe salvándonos del ocaso de nuestra civilización.

De ahí la importancia de esta rebelión de una parte  de las élites norteamericanas que Nadjet Cherigui describe en un artículo de Le Figaro Magazine.


El primero en dar el paso fue Peter Thiel, en 2016. En un momento en que toda la élite intelectual, política, cultural y tecnológica estadounidense se confabulaba contra Trump, el multimillonario inmobiliario neoyorquino y su rebelión a favor de las provincias olvidadas, este joven y brillante jefe de un «tigre» de Silicon Valley, cofundador de PayPal y otras empresas tecnológicas, anunció de repente que apoyaría a Donald Trump en la carrera presidencial contra Hillary Clinton. Auténtico trueno en el cielo unánime de la política tech, el joven empresario, intenso y de ojos brillantes, se presentó incluso en la Convención Nacional Republicana de Cleveland (Ohio) para explicar que había llegado el momento de elegir a un constructor para «reconstruir América».

«Desde Silicon Valley, donde se ha progresado tanto y se han hecho tantos descubrimientos, es difícil entender en qué momento Estados Unidos perdió el rumbo», lanzó Thiel, señalando que a cien kilómetros de este pulmón de increíble riqueza, «si cruzas el puente en Oakland, no verás la misma prosperidad. […] Los salarios están planos, la sanidad y la educación son cada vez más caras. Nuestra economía está rota, nuestro gobierno está roto [...]: no es el sueño que solíamos tener», añadió el multimillonario, asegurando que en 1968 «toda América era high-tech» y que Neil Armstrong había nacido en Ohio, el corazón profundo del ahora desindustrializado Medio Oeste.

Algo extraordinario: sus palabras parecían enfrentar al «Valle» con sus responsabilidades sociales, compartiendo implícitamente la opinión del intelectual californiano Joel Kotkin de que la política de «diversidad e inclusión» abrazada por la tech no ha sido más que una hoja de parra que la libera de examinar las desigualdades económicas. Criticando, como Trump, las «guerras estúpidas» en las que se ha visto envuelto el país, así como las «artificiales guerras culturales que nos distraen de la cuestión central del declive económico», Peter Thiel se declaró también «orgulloso de ser gay y republicano», pero «sobre todo de ser estadounidense», y pidió a sus compatriotas que dejen de centrarse en los “los lavabos de género”. ¿A quién le importa?», dijo entre fuertes aplausos del público.

En su momento, esta desviación de la doxa despertó un terremoto de indignación en todo el país. Los robespierrianos, las redes sociales de la izquierda militante, pidieron que se castigara a PayPal renunciando a este medio de pago. Thiel se había puesto del lado del «mal». Había que castigarle.

Pero ocho años después, con Donald Trump protagonizando una espectacular remontada política que podría propulsarle de nuevo a la Casa Blanca, se ha abierto una brecha en el hasta ahora masivo apoyo al Partido Demócrata por parte de los grandes empresarios tecnológicos. Todavía no es una hemorragia, pero una creciente cohorte de figuras clave de Silicon Valley ha decidido unirse en torno al candidato republicano. Entre ellos, el jefe de Tesla, Elon Musk, una especie de Trump tecnológico que también está rompiendo todos los códigos y ha anunciado que va a donar 45 millones de dólares mensuales a un Super PAC proTrump, «America PAC». Su cuenta en X ahora difunde a diario temas del tipo «Make America great again», al igual que critica contundentemente a la participación de hombres transexuales en competiciones deportivas femeninas.

PAC America también ha recibido el apoyo de varios socios de Musk, entre ellos el inversor Joe Lonsdale y los socios de Sequoia Capital Shaun Maguire y Doug Leone. Los inversores Marc Andreessen y Ben Horowitz, de la empresa de capital riesgo Andreessen Horowitz, así como David Sacks, director de la empresa de capital riesgo Craft Ventures, también están en la vanguardia de los «desertores». En junio, Sacks organizó en su casa de San Francisco una fiesta para recaudar fondos para la campaña republicana, con Trump y Vance como invitados de honor. Según el Wall Street Journal, unos 80 jefes del mundo de la tecnología se reunieron allí para degustar canapés de cangrejo y recaudar 12 millones de dólares en una sola noche.

La promesa de Trump de apoyar sin reservas a los sectores de la criptomoneda y la inteligencia artificial explica en gran medida este grito de guerra. Marc Andreessen habló de «un giro de 180 grados» respecto a la «brutal embestida» de la Administración Biden, que intentó regular el sector. En la reunión de junio, JD Vance, que pisaba terreno conocido, ya que se había abierto camino en el mundo del capital riesgo de Silicon Valley gracias al apoyo de Peter Thiel (para quien trabajó antes de crear su propia empresa), confirmó que una nueva presidencia republicana suavizaría la normativa sobre criptomonedas y apoyaría plenamente el desarrollo de la innovación en IA.

La plataforma del Partido Republicano confirma estas orientaciones, al afirmar que «los republicanos liderarán el camino hacia la grandeza económica tomando la iniciativa mundial en las industrias emergentes». A muchos comentaristas les preocupa este cheque en blanco dado a un sector cuya rápida evolución plantea serias dudas sobre la seguridad y el futuro de nuestras relaciones con las máquinas. Lo consideran un juego cínico de la industria tecnológica, dispuesta a «pagar para jugar».

Pero por más que pese este elemento corporativista, al igual que los recortes fiscales prometidos por Trump, la migración política de una parte de la tecnología hacia el turbulento Donald refleja una inversión de perspectiva mucho más profunda, argumenta el columnista conservador Ross Douthat en el New York Times. Para él, una «derecha tech» está cristalizando en Silicon Valley, donde las consecuencias de las políticas extremas de la izquierda californiana obligan a los empresarios a reevaluar sus opciones.

La invasión migratoria

En su punto de mira: las políticas migratorias demócratas que han alimentado una inmigración ilegal insostenible y problemas de seguridad en las ciudades. En su intervención en la Convención Nacional Republicana ocho años después de Peter Thiel, David Sacks lanzó una demoledora acusación contra el equipo de Biden. «En San Francisco, los demócratas han convertido nuestra hermosa ciudad en un pantano lleno de delincuencia, campamentos de gente sin techo y drogas [...]. Bajo el liderazgo de la zarina de las fronteras, Kamala Harris, han dejado que millones de ilegales invadan nuestro país», denunció.

David Marcus, otro empresario de Silicon Valley, que ayudó a recaudar 100 millones de dólares para los demócratas después de 2017, pero que ahora está del lado de Trump, explicó en su cuenta X que el Partido Demócrata estaba «dejando fuera a los moderados». Afirmando estar impulsado por un «desencanto absoluto», denuncia la ruptura total, por parte de la izquierda, con el «sistema de valores meritocrático» que hizo de la tech un éxito impresionante, al tiempo que criticó el efecto de una «agenda extrema de Diversidad, Equidad e Inclusión» y un deseo de «descalificar cualquier éxito».

En cuanto a la inmigración en particular, «los jefes tecnológicos están preocupados porque quieren un proceso legal eficaz que les permita traer talentos del extranjero. La inmigración ilegal está provocando una crisis en todo el sistema», explica Monica Crowley, que fue subsecretaria del Tesoro para Asuntos Públicos con Trump.

También señala las regulaciones tan estrictas de San Francisco, su estatus de ciudad santuario y su enfoque laxo con el crimen, que han «diezmado los negocios y la calidad de vida», provocando un éxodo masivo a otros estados más conservadores. Al igual que David Marcus, Monica Crowley también menciona «el giro extremista del Partido Demócrata, que abraza abiertamente el marxismo». «Muchos ejecutivos de Silicon Valley han abrazado el wokismo, pero otros líderes tech ven lo destructivo que es», señala.

El espíritu de los jefes de la tech, por definición optimista y conquistador, se vería desanimado por el enfoque profundamente despreciador del proyecto americano que ha surgido en la izquierda, donde toda la aventura americana se describe ahora como un proyecto malvado y racista. La personalidad de Trump, que rechaza esta postura de culpabilidad y aboga por una «vuelta al sentido común», les parece más positiva, a pesar de sus malos modales.

La señal enviada por Mark Zuckerberg en este sentido, cuando llamó a Trump para expresarle su «admiración» por su reacción de «tipo duro» tras el atentado que sufrió, «lo dice todo», declazra Monica Crowley. Zuckerberg, cuya empresa Meta había pedido que Trump fuera expulsado de Facebook e Instagram en 2021, anunció que no apoyaría a nadie en las elecciones de 2024. «Eso es enorme», subrayó Monica Crowley, recordando los 500 millones de dólares prometidos a los demócratas por el jefe de Meta en 2020.

Los tigres de la tech ven que «la civilización occidental ha caído en un pozo de abatimiento y que la salida es rechazar el progresismo woke, que se proyecta como una especie de iglesia postcristiana de la desesperación tardomoderna», piensa por su parte Ross Douthat. El columnista conservador está convencido de que el nombramiento de JD Vance, un antiguo capitalista de riesgo californiano, para la vicepresidencia de Trump representa una llamada al Silicon Valley antiwoke para que proporcione nuevas élites al Partido Republicano, que se ha convertido en «un amplio movimiento popular que está muy falto de competencias en la cúpula».

Para Douthat, el lado poscristiano de Trump, que no representa realmente la imagen de conservadurismo social de su electorado evangélico, le facilita conectar con la tech, muy liberal en sus costumbres. «Los republicanos están ofreciendo una especie de contrato fáustico a los ambiciosos votantes antiwoke: haced las paces con los evangélicos y, a cambio, ganad influencia en una coalición que está falta de competencias a nivel directivo».

Llevando su hipótesis un paso más allá, Douthat plantea incluso la hipótesis de que existe una convergencia «filosófica» entre conservadores y tecnólogos «sobre la naturaleza del Universo», una especie de «fe compartida en un orden cósmico». Esta convergencia entre impulsos religiosos y ambiciones tecnológicas —insiste— no es nada nuevo en Estados Unidos, refiriéndose al reaganismo de los años setenta y ochenta, «que también fue, a su manera, una alianza de empresarios californianos y cristianos evangélicos».

Aún no hemos llegado a ese punto. Gran parte del sector de la tech continúa activamente su batalla contra Trump, prometiendo un choque de titanes entre ambos bandos. En un detalle un tanto orwelliano, internautas republicanos han denunciado en los últimos días en las redes sociales la desaparición, en Google, de los resultados relativos al intento de asesinato de Trump, alegando que no se mostraba nada sobre el suceso. Al mismo tiempo, la inteligencia artificial de Meta no dio ninguna respuesta sobre el atentado y Facebook (que es propiedad de Meta) tachó de «manipulada» la icónica foto de Donald Trump levantando el puño al cielo tras el tiroteo. Zuckerberg llamó entonces varias veces al propio Trump para disculparse, alegando «errores», pero el candidato señaló que Google no se había molestado en ponerse en contacto con él. ¿La fría «guerra civil» estadounidense que recorre el mundo de la política llega ahora a Silicon Valley?


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