Reflexiones en estos consumistas días

Los nuevos "dioses": el progreso y la felicidad

Ya a mediados del siglo XX, un sabio había afirmado que si se le ofreciesen a cualquier trabajador medio de la época las comodidades materiales con que contaba un Carlos V o un Carlomagno, rechazaría de plano tal ofrecimiento. Su dependencia del confort moderno es absoluta.

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Según datos de recientes estadísticas, en estos días festivos el índice de consumo ha batido record históricos. También hemos observado los testimonios de vendedores y comerciantes de todas las grandes urbes narrando ante las cámaras de televisión el despilfarro lujurioso de dinero por parte de los ávidos compradores, y a su vez, denunciando el malhumor generalizado de éstos. No se percibe en la población el más mínimo espíritu festivo.

Los estados anímicos reflejan en gran medida, las consecuencias de la materialización de un esquema concreto.
Los teóricos del sistema moderno han insistido hasta el cansancio en que la economía constituye el destino mismo de los hombres, y basándose en una simple premisa han impuesto sus “verdades” a nivel global: la felicidad humana es el resultado del acceso igualitario de todos los seres a los bienes materiales. Esta visión unidimensional de la existencia es, en definitiva, la gran promesa, la meta al final del camino del progreso indefinido.
Ya a mediados del siglo XX, un sabio había afirmado que si se le ofreciesen a cualquier trabajador medio de la época las comodidades materiales con que contaba un Carlos V o un Carlomagno, rechazaría de plano tal ofrecimiento. Su dependencia del confort moderno es absoluta.
Es un hecho constatable que la modernidad ha incrementado el acceso igualitario a la enorme cantidad de bienes materiales que el mundo nos ofrece. Entonces, ¿por qué no tenemos sociedades más felices, más armónicas, más orgánicas? Hay momentos en los que cabe preguntarse si los petardos de Navidad deben ser más estruendosos que los del pasado año, para que alguien se entere de que el ruidoso aún es un ser que respira. Nadie se percata de que se convive con gente a su alrededor hasta que escucha la explosión, una explosión de alarma, que empaña la serenidad, la calma, el “espíritu de la fecha”.
¿Por qué en sociedades donde el consumo igualitario está garantizado plenamente, tenemos hoy a desquiciados San Nicolás que incendian viviendas y asesinan sin razón aparente a sus ex esposas? El relativismo moral hace el resto.
Podrían plantearse todas las interrogantes al respecto, pero los custodios de la felicidad nos reiterarán por enésima vez que la violencia, la frustración y la desidia son consecuencias de la aplicación de una mala economía. Quizá, en definitiva esto sea cierto. Si la economía es el destino, tal vez hoy se perciba y se viva en el plano de lo meramente material. El espíritu, la dimensión humana que reinaba otrora en estas fechas, ha sido reemplazado por una nueva diosa: esa diosa con minúsculas que, habiendo reemplazado a los antiguos dioses, ocupa hoy su trono, ese lugar que se le ha revelado demasiado grande. Pues a pesar de haberse ofrecido como el motor de la historia, no deja de ser aquella ridícula marcha hacia lo infinito que ya había previsto Spengler a comienzos del siglo XX: “Progreso. Pero ¿adónde? ¿Por cuánto tiempo? Y luego ¿qué?...”

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