¿Qué saben nuestros alumnos sobre Arthur Gordon Pym?

Así se debe enseñar a nuestros alumnos

Acabo de releer uno de los libros míticos de mi adolescencia: La narración de Arthur Gordon Pym, célebre novela de Edgar Allan Poe que leí a los quince años en absorbentes sesiones de madrugada, bajo el flexo de mi dormitorio. Y, al hilo de esta nueva visita que acabo de hacer a las inmortales páginas de Poe, me he preguntado qué saben mis alumnos de 2.º de Bachillerato acerca de este libro y, en general, de la obra de Poe.

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Acabo de releer uno de los libros míticos de mi adolescencia: La narración de Arthur Gordon Pym, célebre novela de Edgar Allan Poe que leí a los quince años en absorbentes sesiones de madrugada, bajo el flexo de mi dormitorio. Y, al hilo de esta nueva visita que acabo de hacer a las inmortales páginas de Poe, me he preguntado qué saben mis alumnos de 2.º de Bachillerato acerca de este libro y, en general, de la obra de Poe. Por desgracia, la respuesta resulta muy sencilla: absolutamente nada. Puede ser que el profesor de Lengua y Literatura haya mencionado de pasada a Poe en alguna ocasión, o que por algún otro motivo el nombre de este escritor se haya cruzado fugazmente por la mente de los alumnos; aunque también puede ser que ni siquiera esto haya sucedido. Ahora bien: tanto en un caso como en otro, es seguro que, salvo alguna rarísima excepción, ningún estudiante retendrá en su cerebro tal nombre como algo mínimamente importante y significativo para él.

Sin embargo, las cosas podrían ser distintas. Imaginemos un sistema educativo diferente del actual y en el que sí se planteara esa esencial pregunta que hoy parece olvidada por todos: ¿qué queremos que los alumnos terminen sabiendo de cada tema, y por qué y para qué? Si tal pregunta —actualmente casi un tabú— se formulase, parece claro que Edgar Allan Poe debería tener un sitio reservado dentro de la cultura general que queremos que adquieran los futuros bachilleres; y también, dentro de la obra de Poe, Arthur Gordon Pym.

No se trata simplemente de incluir una asignatura de Literatura Universal —hoy, por cierto, inexistente— en la que, a toda velocidad, se dé un mal resumen de autores y obras con mínimas indicaciones anexas, leyendo por aquí y por allá algún texto entresacado de tal o cual obra. No: habría que seleccionar un conjunto representativo de obras y darles a los alumnos un resumen vivaz y significativo del argumento, que luego ellos deberían ser capaces de reproducir —por escrito o de forma oral—. En el caso de la novela de Poe, utilizando vocablos como “amotinarse”, “antropofagia”, “inanición”, “cala”, “santabárbara”, “arboladura”, “macilento”, “exhausto”, “perfidia”, “visionario” u “onírico”, fácilmente relacionables con la trama de Arthur Gordon Pym. Luego, podría situarse la narración en el contexto de las exploraciones polares del siglo XIX y del mito de la tierra hueca, vigente hasta las primeras décadas del siglo XX. A continuación, relacionaríamos la obra con La esfinge de los hielos, de Julio Verne, así como con En las montañas de la locura, de Lovecraft. Después, plantearíamos un debate en torno al abrupto y enigmático final de Arthur Gordon Pym, tan discutido tradicionalmente por la crítica y los lectores. Y, finalmente, llegaríamos al plano propiamente filosófico: el significado del viaje iniciático a las regiones polares y al “centro del mundo”, donde la geografía roza los confines de lo transcendente. Luego, algún día, unos alumnos leerán la novela, y otros, no (pero es mucho más probable que un cierto número lo hagan si les hemos “abierto el apetito” de la manera que propongo). Pero, en cualquier caso, todos habrán estado en contacto con el núcleo esencial de la obra.

Como es obvio, el sistema educativo español está a años luz de proponerse algo similar a lo que aquí sugiero, y precisamente por eso no consigue enseñar nada. No estamos enseñando nada importante a los estudiantes. Todas las asignaturas sufren el mismo problema: los profesores —unos más y otros menos— se esfuerzan, enseñan —o parece como que se enseñan—, hacen exámenes, etc.; pero, al final, todo este trabajo da un fruto ridículo, casi inexistente. Los adolescentes van por otro camino: su mundo se encuentra en los móviles, los videojuegos, los botellones y la más absoluta desorientación existencial. Pero, ¿por qué sucede esto? ¿No tendrá algo que ver con que sea casi absolutamente imposible que un estudiante español que se presenta a Selectividad tenga en su cabeza algún conjunto sólido, claro, coherente y significativo de conocimientos acerca de Poe y su Arthur Gordon Pym, así como de tantas otras cosas? ¿No tendrá algo que ver con el espantoso vacío de nuestra sociedad, que ha dejado de formularse todas las preguntas fundamentales, y que transmite a los estudiantes una imagen horriblemente desvaída y mutilada del fascinante universo de la cultura?

En su día, un chico introvertido y problemático —el autor de estas líneas— vivió algunas de las raras horas de felicidad de su adolescencia sumergido en la lectura nocturna del Arthur Gordon Pym de Poe. Por desgracia, mis alumnos ya no tendrán esta oportunidad.

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