Boris, el halconero

Llega Boris, con sus halcones, su excentricidad, su sentido del humor, su sex-appeal y su bonita novia, e inmediatamente cacarea el gallinero.

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Esto se anima. La política internacional me da las alegrías que la nacional me niega. Llega Boris, con sus halcones, su excentricidad, su sentido del humor, su sex-appeal y su bonita novia, e inmediatamente cacarea el gallinero. El huracán del Brexit, ya inminente, encrespa las estancadas aguas de la Unión Europea y se suma al que llega desde Italia, donde pronto será Salvini jefe de Gobierno; desde Grecia, donde Tsipras ha sido enviado por sus antiguos votantes al lugar del que nunca debió salir; y desde todos los países del grupo de Viselgrado, aunque eso venga ya de antiguo. El buque europeo hace agua por todas sus cuadernas. Boris, si cumple lo prometido, volará la santabárbara antes del Día de Difuntos. Quienes hacen mofa de él son los mismos que despellejan a Putin, a Trump, a Bolsonaro, a Orbán, al ya citado Salvini y a todos los líderes que, hartos de los dislates impuestos por el buenismo y el multiculturalismo, están devolviendo a la res publica el sentido común y la incorrección a la política. Lo sorprendente es que todos esos palmeros de la progresía oficien en los altares del esencialismo democrático sin reparar en que los objetos de su ira cuentan con un respaldo electoral -excepto en el caso de España, siempre farolillo rojo en la carrera de la historia- muy superior al de los maniquíes, leguleyos y contables (Sertorio dixit en El Manifiesto) que, con sus corbatas, sus trajes oscuros, su taedium vitae y su ideología convencional, todavía fingen que mandan en Europa. Por fin están cambiando en ella cosas que no sirven para que nada cambie. Parón al cínico dictum de Lampedusa. Lo de tomarse a Boris a chacota después de dar vueltas durante tres años en el patético tiovivo de las negociaciones entabladas con los covachuelistas de Bruselas es tan grotesco que quizá quepa atribuirlo a la envidia que suscita entre los plumillas de sexo masculino la envidiable lista de amoríos que salpica la trayectoria de Boris. ¡Una señorita, que no señora, de muy buen ver en Downing Street! Bienvenida, Carrie. Seguro que las mujeres que no militen en las filas del feminismo heterofóbico critican menos a tu chico. ¡Qué diablos! Además de sus restantes virtudes, es guapo, travieso, valiente, imprevisible y cosmopolita. No hay en la Unión Europea ni un solo político del que se pueda decir lo mismo. Chesterton, Kipling, Wodehouse, Mary Quant y el agente 007 lo elogiarían. Me sumo a ellos.

© El Mundo

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