La ‘reductio ad Hitlerum’

Los liberal-capitalistas no tienen otra idea con la que intentar rebatir las críticas contra su Sistema.

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”¡Enriqueceos!”

Los liberales amos de nuestro mundo (ya de “derechas” o de “izquierdas”, ya “conservadores” o “socialistas”) andan decididamente faltos de ideas. Es tal su vacío ideológico que sólo disponen de dos ideas con las que intentar fundamentar el Sistema imperante. Una de ellas la sintetizó, allá en sus tiempos, François Guizot, el ministro francés de S. M. Louis-Philippe d’Orléans. Consta de un solo verbo en modo imperativo:”Enrichissez-vous!”. ¡Enriqueceos! Pero hacedlo de verdad, hasta el máximo, hasta el límite y más allá del límite. Romped los diques de la producción, el comercio y la riqueza; no os limitéis a que el mercado, sus productos y sus bienes sigan existiendo como siempre han existido y como siempre existirán.

No, lo que hace el capitalismo no es en absoluto instituir el mercado, el dinero y la propiedad. Cualesquiera que sean sus modalidades, la “economía de mercado” siempre ha existido, siempre existirá y nunca se le ha pasado an nadie por la cabeza el delirio de abolirla. Salvo a comunistas y anarquistas. Pero como semejante delirio François Guizot ni se lo podía imaginar, nada decía de esa obviedad —la incuestionable permanencia del mercado— que nosotros, los anticapitalistas de derechas, nos vemos obligados, en cambio, a recordar constantemente.

Hagámoslo una vez más. Cuestionar, como lo hacemos, el capitalismo no implica en absoluto pretender abolir los principios de mercado y de propiedad. Cuestionar el liberal-capitalismo[1] implica que, corrigiendo y reformando, un considerable montón de cosas, lo que se impone es precisamente mantener el mercado, salvaguardar el principio de propiedad y aumentar de tal modo (aunque no al infinito: la tierra es finita) las riquezas así engendradas.

No es en la existencia del mercado y de la propiedad donde radica la verdadera esencia del capitalismo

La razón es sencilla. Aparte de que lo contrario significaría engendrar la miseria a espuertas que el comunismo engendra dondequiera que pone los pies, no es ahí —en la existencia del mercado y de la propiedad— donde radica la verdadera esencia del capitalismo.

Por eso, cuando François Guizot lanzaba su famoso “¡Enriqueceos!”, lo que quería decir —y ahí sí radica la esencia del capitalismo— eran cosas como: No os contentéis con poseer, producir, mercadear; id mucho más lejos, llevad el mercado, sus productos, sus riquezas, sus ansias de consumo, hasta sus límites extremos; sumid el afán por los bienes materiales en lo más hondo del corazón de los hombres; haced que su avidez mercantil se coonvierta en la clave de bóveda del mundo —ese templo que, dejando de ser templo, ya sólo es (pongámosle una mayúscula) Mercado.

Todo ello ha quedado tan imbuido en nuestro imaginario colectivo que, para defender el capitalismo, ya no hace falta ir clamando la consigna de Guizot y lo que de ella se deriva. Basta asimilar cualquier cuestionamiento del Sistema a los delirios comunistas que pretenden abolir sin más trámite a ese nuevo Dios cuyas loas cantan, sin nada que reprocharle, sus enfervorizados fieles.

El Espantapájaros

Donde no hay en cambio cántico alguno es en la otra idea, en el otro planteamiento con el que estos mismos fieles pretenden defender el actual orden o desorden de cosas. Se trata de un planteamiento puramente negativo en el que no se propone nada. Todo lo que se hace es algo tan simple como agitar un espantapájaros destinado a atemorizar al personal.

“¡Que viene el lobo, que viene el lobo!”, gritan

“¡Que viene el lobo, que viene el lobo!”, gritan quienes blanden ese espantapájaros que, por increíble que sea, cumple bien su función: seiscientos mil votantes, por ejemplo, dejaron en las pasadas elecciones de darle su voto a VOX, atemorizados por ese monigote que, envuelto en un raído uniforme, exhibe un cadavérico rostro: el de Adolf Hitler, razón por la cual dicho estratagema también es conocido como “reductio ad Hitlerum”.

Fue Leo Strauss, el discípulo de Heidegger y filósofo judío-alemán emigrado a Estados Unidos, quien creó, cáustico el hombre, dicho término. Con él se alude al hecho de que, tan pronto como se ha enunciado, queda invalidada, a ojos de la biempensancia, cualquier impugnación del Sistema que se efectúe desde la Derecha —es decir, desde principios sustanciales sobre lo Verdadero, lo Bueno y lo Bello—. Cualquier impugnación del liberal-capitalismo efectuada en tales términos queda anulada a ojos de quienes pretenden que semejante Derecha está infectada por los principios que en su día —hace cosa de un siglo— inspiraron al fascismo y al nazismo.

Las cosas, sin embargo, han evolucionado desde la derrota militar de ambos regímenes, y la “reductio ad Hitlerum” se les ha quedado corta. Para defender al liberal-capitalismo convertido hoy en liberal-globalismo, ya no les basta el espantajo engendrado en 1945. Necesitan añadirle otros dos para agitarlos frente a quienes impugnan el Sistema, Concretemos: para agitarlos frente a quienes lo impugnan, más específicamente, desde VOX. A tan peligroso partido —pretende la biempensancia— ya no lo mueven tan sólo los impulsos autocráticos procedentes del fascismo. A éstos se han sumado otros dos: los procedentes del comunismo y del catolicismo preconciliar.

Dos artículos, dos periódicos enemigos. Y un solo Diablo

El pasado domingo 13 de agosto aparecieron en la prensa española dos artículos. Uno, firmado por Federico Jiménez Losantos y publicado en Libertad Digital, se titulaba “De Vox-Denaes a Vox-Dei: hacia una derecha socialista nacional”, título que invitaba al sagaz lector a leer en sentido inverso sus dos últimos adjetivos.[2] El otro artículo, firmado por el periodista Miguel González y titulado “El nuevo núcleo dirigente convierte a Vox en un partido ultracatólico y preconciliar”, era publicado por el periódico El País.

Ambos artículos venían a decir en realidad lo mismo. Parecía como si la animadversión hacia ese enemigo común que es VOX les hubiera hecho olvidar por un día el permanente enfrentamiento que —dentro siempre del marco del Sistema— se da entre ambos periódicos. Así, viendo que VOX pretende ir mucho más allá de la defensa de la unidad nacional a la que Losantos quisiera limitarlo; viendo que nunca será VOX una especie de “ala radical del PP” destinada a recordarle a éste sus incumplidas obligaciones; viendo que lo que está ocurriendo es

El desarrollo en España de una auténtica derecha popular e identitaria

el desarrollo en España de una auténtica derecha popular e identitaria, afín a las opciones antiglobalistas e “iliberales” de gran parte de la derecha patriótica europea; viendo, en fin, todo ello, tanto el extremo zurdo como el derecho del Sistema (a los que hay que añadir el centrista, o lo que de él quede) se han echado a temblar y a lanzar coincidentes anatemas.

Los de siempre, los de toda la vida. Los de una “reductio ad Hitlerum” en la que, sin embargo, Hitler ya no se halla solo. Se encuentra en la extravagante compañía de otros dos espantajos: el de Lenin o Stalin y el de la Iglesia preconciliar.

Por grotescos que sean tales espantajos y tales anatemas, lo más grave, sin embargo, no son siquiera ellos. Lo tremendo es el vacío intelectual que se alza detrás de los anatemas. Así, ninguno de los dos articulistas (y ninguno tampoco de la jauría mediática que se ha lanzado contra VOX) se toma la molestia de analizar en serio, aunque sea para rebatirlo, ninguno de los planteamientos “iliberales” o “antiliberales” (elijan el término que prefieran) del partido liderado por Santiago Abascal. Todo lo que hacen es vociferar insultos y lanzar anatemas. Y falacias ad hominem: ataques personales contra este hombre —Jorge Buxadé— que ha sido designado Demonio Mayor de la demonización que la prensa del Régimen ha emprendido contra su partido.

¿De dónde saca esa gente que intentar poner freno a la codicia y a las desmesuras del liberal-capitalismo equivalga a querer implantar un régimen socialista y autocrático?

Silencio.

¿Con qué argumentos rebaten la constatación efectuada por Buxadé cuando, como recuerda El País, presentó en Madrid, el pasado mes de febrero —¡horror!, ¡vade retro, Satanás!—, al cardenal Atanasio Schneider? “La situación moral de Occidente —declaró el vicepresidente de VOX— es extremadamente peligrosa y sólo un ingenuo, un imprudente o un cobarde podrían negarlo.”

Silencio de nuevo. Basta citar tales palabras (y aludir a tal prelado) para que la condena caiga por su propio peso.

¿Qué paranoia hay que tener para descubrir una “impugnación en toda regla de la democracia” —son términos del articulista de El País— en las siguientes palabras, las más agudas que Buxadé pronunció aquel día?: “Es necesario dotar de contenido sustantivo a la democracia, y ese contenido no puede venir dado por la mayoría, sino por algo previo, preexistente y superior. La democracia exige que sus límites sean dados por el bien común, la verdad y la belleza”.

Silencio de nuevo. ¿Será que nada les importan la belleza, la verdad y el bien común? Por supuesto que no les importan nada. O tal vez sea —equivale a lo mismo— que están realmente convencidos de que los tres pilares que sostienen al mundo —la Verdad, la Belleza y el Bien— están vacíos, no son nada en sí mismos. Su volátil contenido, por consiguiente, sólo puede ser decidido —sí, “decidido” es el término que usa El País— por la mayoría de la tornadiza opinión pública. O de la publicada.

¿Decidido por la mayoría?… ¿Acaso tales cosas “se deciden”? ¿No se imponen por sí mismas? ¿Ni siquiera en parte? He ahí la cuestión. La gran cuestión de fondo. La cuestión de cuya respuesta afirmativa —sí, sólo hay decisión y nada más que decisión— se desprende todo el individualismo gregario, todo el wokismo, todo el nihilismo, toda la delicuescencia en la que baña —y muere— nuestra “sociedad líquida”, que diría Bauman.

O tal vez esté yo equivocado y tales cosas sí sean decididas por la mayoría. Pero entonces las decidirá, como máximo, de forma parecida a como se decidió aquella patochada en la que, en tiempos de la República, la mayoría de los socios del Ateneo de Madrid decidieron, por un solo voto de mayoría, que Dios era cosa irrelevante, inexistente.

[1] El prefijo “liberal” no es redundante. Aunque el capitalismo así calificado es el más ampliamente difundido, también existen o han existido otros tipos de economía capitalista. Hoy, la china, por ejemplo. En otros tiempos, la fascista o la nacionalsocialista.

[2] Una semana después, el 20 de agosto, reincidía Losantos con otro artículo que, reiterando tales ideas, las expresaba con trazo aún más grueso.

 

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