Los institutos y el rompecabezas de la cultura

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Antesdeayer, en clase de Filosofía con 1º de Bachillerato. Estoy tratando con mis alumnos el tema de la ciencia como mito contemporáneo. En un momento dado, el debate da un giro y nos ponemos a hablar no sólo de la ciencia, sino de la cultura en general. Y, sobre la marcha, se me ocurre una metáfora que me apresuro a trasladar a la pizarra. Les digo que la cultura, tal como hoy se entiende en Occidente, puede compararse con un inmenso rompecabezas. Y que se supone que, a través de los sucesivos cursos y asignaturas que componen el sistema educativo, a los estudiantes se les van dando piezas y más piezas de tal rompecabezas. ¿Significa esto que, al final, esos estudiantes podrán contemplar la imagen total que se escondía tras ese embrollado galimatías de piezas sueltas? Muy al contrario. Igual que el noúmeno kantiano, esa imagen total parece constituir hoy un horizonte imposible de alcanzar.
 
En efecto. Los profesores de esos alumnos, cumpliendo escrupulosamente la tarea que les encomienda una sociedad en descomposición, les van proporcionando montones de piececitas del rompecabezas: unas referidas al tema de la Historia, otras, al de las Ciencias Naturales, otras, al de la Literatura, etc., etc. Y, además, dan a los estudiantes ciertas indicaciones sobre cómo encajan algunas de esas piezas en un campo limitado del saber: que si la Primera Guerra Mundial deriva de las tensiones acumuladas desde finales del siglo XIX entre las potencias europeas, que si dominar las derivadas es necesario para estudiar Ingeniería, que si el surrealismo tiene algo que ver con eso del psicoanálisis de Freud, y otras muchas cosas por el estilo. Y bueno, menos da una piedra. Pero los alumnos no tardan en descubrir que, aunque vislumbran una cierta coherencia entre conjuntos concretos de las piececitas que integran el puzzle cultural, el sistema educativo no alberga intención alguna de instruirles en la imagen total de ese puzzle, en la crucial cuestión de su sentido y su significación global.
 
Y, de este modo, el rompecabezas de la cultura seguirá siendo siempre para ellos un irresoluble enigma. Y ello porque el sistema educativo –reflejo de la sociedad que lo engendra- viene a pensar lo siguiente: “¿La imagen total y coherente del rompecabezas de la cultura? ¿Que los alumnos de bachillerato, o los universitarios, deban terminar teniendo una idea clara al respecto? ¡No, qué va! ¡Eso no tiene ninguna importancia! ¡Se puede vivir perfectamente sin esa imagen global! ¡Nosotros lo hacemos! El caso es ir estudiando, por aquí y por allá, estas o aquellas asignaturas. En cuanto a lo de la coherencia orgánica del conjunto del saber… bueno, verán, es una idea bella, pero peligrosa. Supondría tener que replantearse demasiadas cuestiones que hoy consideramos tabú. Por suerte nosotros, occidentales posmodernos, nos hemos desembarazado de estos anticuados escrúpulos metafísicos. Y hemos descubierto que se puede vivir muy bien así”.
 
Vivir y malvivir
 
Vivir… o, más bien, malvivir. Mis alumnos de bachillerato tienen la impresión de estar malviviendo en el instituto. Me lo han explicado ellos mismos: es como si deambularan, perplejos, entre una jungla de asignaturas que nadie se ha preocupado de enseñarles a ver como un todo unitario. De pequeños, creyeron que los mayores les revelarían algún día el sentido secreto y la maravillosa estructura del mundo; hoy han perdido por completo esta ingenua ilusión. Y no sólo en el instituto: también en cuanto a la vida en general. Respecto a ella, la sociedad en la que viven les dice exactamente lo mismo que acerca de la cultura: que la vida humana es como un inmenso rompecabezas desprovisto de significado global. Por lo tanto, que cada uno se las arregle como pueda.
 
Cuando actualmente se habla de la crisis del sistema educativo, suele pasarse por alto que, en último término, la raíz de tal crisis se encuentra en el nihilismo de una sociedad que ya no posee ninguna convicción profunda sobre la vida, el mundo y la cultura. Sumergidos como estamos en este clima nihilista –“nada tiene sentido, o, por lo menos, el mundo como totalidad no lo tiene”-, no debe extrañarnos que un socialista posmoderno paradigmático como Vicente Verdú nos proponga suprimir los vestigios de cultura tradicional en el sistema educativo y sustituirlos por el conocimiento puro y duro de las nuevas tecnologías. O, según el mantra pedagógico de Mariano Rajoy, por “inglés y sociedad de la información”.
 
Suponiendo que los faraónicos planes bilingüístas –vamos a tener inglés hasta en la sopa- de PP y PSOE realmente se pongan en marcha, dentro de unos años tal vez tengamos, después de gastarnos miles de millones de euros en el asunto, una muchedumbre de alumnos que hagan con la lengua de Shakespeare algo mejor que el penoso chapurreo de hoy. Pero en la mochila y en el corazón de cada uno de ellos seguirá habiendo, como esencial problema sin resolver, un rompecabezas sin sentido.
 
Mientras nuestra sociedad no afronte con valentía el reto de enfrentarse a ese rompecabezas, seguiremos sin tener nada realmente importante que enseñarles a nuestros jóvenes. Y, en consecuencia, sin ser capaces de responder al desafío de una educación que hace agua por todos lados. Pues, por mucho que se intente parchear sus alarmantes grietas, ningún sistema educativo puede funcionar de verdad con tal socavón espiritual en su interior.

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