¿Qué se puede decir sobre el asesinato de Mari Luz que aún no se haya dicho? Un crimen horrible que, además, muestra de nuevo el lamentable funcionamiento de nuestro sistema judicial. Las tertulias televisivas y las que se improvisan a pie de calle se han ocupado profusamente de la cuestión: que vamos, que qué barbaridad, que ese hombre tenía que haber estado en la cárcel… Pero, dentro de un par de semanas, el asunto, engullido por el tropel de nuevos acontecimientos que reclaman el protagonismo de la actualidad, estará olvidado y nadie se detendrá ya a reflexionar sobre él. De modo que hagámoslo ahora.
El padre de Mari Luz ha dicho que el culpable de la muerte de su hija sólo es Santiago del Valle, el pederasta que la ha asesinado. Y claro, esto es cierto. Pero, desde otro punto de vista, indudablemente pertinente, el caso de Mari Luz Cortés posee una evidente dimensión simbólica y constituye un flagrante síntoma no ya de lo mal que funcionan nuestros tribunales, sino de que la España actual es un país enfermo. Por supuesto, casos como el de Mari Luz pueden suceder en cualquier lugar. Pero también es verdad que cada país, con su sistema legal y con el clima social que en él se va creando a lo largo del tiempo, establece las condiciones para que tiendan a surgir en su seno un tipo u otro de fenómenos.
En este sentido, la España de 2008 puede verse como la consecuencia de, digamos, los últimos veinte años de nuestra Historia. Y, en ese periodo, el principio oculto que ha regido el devenir de la realidad española podría definirse como el progresivo desmantelamiento de las bases morales sobre las que se asienta nuestra existencia colectiva. Se ha minado sin descanso, con frecuencia en nombre de la “libertad”, los cimientos que sostienen el edificio de la nación. Cualquier ser, individual o colectivo, mantiene su vigor en la medida en que, en él, las fuerzas centrípetas, unitivas, predominan sobre las tendencias centrífugas y disolventes. Pero, en la España contemporánea, esas fuerzas centrípetas son tachadas de “fascistas” y contra ellas se dirige un odio inextinguible y una campaña de acoso sistemático.
Ahora bien: no se combate contra el bien y la verdad sin que tal monstruosidad pase la correspondiente factura. España ya ha empezado a pagarla. La pequeña Mari Luz lo ha hecho con su vida: ya se sabe que los poderes oscuros prefieren a los niños como víctima sacrificial. También pagó con su vida Sandra Palo a manos del Rafita y sus compinches, amparados por la Ley del Menor aprobada por el PP en el año 2000 y que, ahora, el PP exige revisar al PSOE (sin comentarios). Y, sobre los potros de la muerte de Carlos Morín y tantos otros abortorios, han pagado con su vida miles de fetos en un país en el que, bajo la dictadura ideológica de la izquierda, una derecha sin convicciones ha practicado –también durante los años de Aznar- el vergonzoso ejercicio de mirar para otro lado, aviniéndose a un fraude masivo de la ley de 1985 y permitiendo una situación de anarquía abortista que ha causado estupor en media Europa.
Cuando un país se descompone
Mari Luz Cortés, Sandra Palo, Carlos Morín: tres símbolos de la España democrática, progresista y moderna de hoy. Pero no son los únicos. Existen otros muchos síntomas, unos más llamativos que otros, pero todos igualmente reveladores del clima espiritual que se ha venido fraguando en nuestro país desde hace unos años. En primer lugar, por supuesto, nuestro inefable Estado de las Autonomías: los Länder alemanes son una tontería en comparación con España, el país más autonómico del mundo y objeto de asombro para todos los tratadistas extranjeros de Derecho Político. Y, luego, otros muchos signos que deberían disparar todas las alarmas. Las bandas rumanas cruzan toda Europa y se vienen a España, el país que actualmente ofrece mejores condiciones para delinquir (los sindicatos policiales denuncian que tenemos la legislación más garantista del mundo). Los ciudadanos, desmoralizados, oyen cómo son los propios policías quienes les dicen en comisaría que para qué ponen la denuncia, ya que “no va a servir para nada”.
Ya es misión imposible que en un medio de comunicación se diga “La Coruña”, y no el dictatorial “A Coruña”: a ver quién tiene huevos a desafiar al lobby progresista-nacionalista. En una parte del territorio nacional, se multa a los comerciantes por poner los rótulos en castellano, con la desvergonzada connivencia de Zapatero y como consecuencia de una política de normalización lingüística aceptada en su día también por el Partido Popular (¿qué pensarán los corresponsales extranjeros al ver que en España sucede esta cosa inaudita de los rótulos en Cataluña? Para mí que somos el asombro y el hazmerreír de medio mundo). Y bueno, en el tema del aborto, el gobierno zapateril, con un descaro que impresiona, ya está preparando un decreto para impedir que algunas Comunidades Autónomas y algunos jueces metomentodo, y a los que se les ha removido un poquitín –ya veremos cuánto dura- la conciencia, puedan inspeccionar lo que se hace o se deja de hacer en tal o cual clínica abortista.
Pero hay mucho más. Los etarras que están en la cárcel no hacen sus carreras por la UNED, sino por la Universidad del País Vasco, que digamos que les facilita los estudios -¡y esto lo permite una ley estatal española!-. María Teresa Fernández de la Vega abronca en público a María Emilia Casas, presidenta del Tribunal Constitucional (¿recuerdan la bochornosa escena en el Día de las Fuerzas Armadas?), como superior que le echa tremendo rapapolvo a un subordinado; por otro lado, asistimos al increíble espectáculo de cómo PSOE y PP, sin preocuparse de guardar las más mínimas apariencias, se pelean en público por el control del Tribunal Constitucional, cuyo prestigio queda, a partir de ese momento, al nivel del más arrastrado betún. ETA roba 350 pistolas y un presidente del Gobierno de España sigue negociando con la banda. Las pelis porno están a plena vista en los mismos kioskos callejeros a los que los niños se acercan a por chuches y golosinas. La programación infantil ha sido prácticamente expulsada de las televisiones generalistas (quien quiera ver La Abeja Maya, pues coño, que vaya al Corte Inglés y se la compre; por la misma lógica: quienes quieran un colegio en castellano en Cataluña, pues coño, que funden un colegio español, igual que hay un colegio japonés –Artur Mas dixit-). Y, en fin, los estudiantes extranjeros que nos visitan explican que lo del botellón y las meadas en los portales, por supuesto, no existe en su país: ¡está claro que una cosa así sólo puede ocurrir en ese lugar inaudito, paraíso de las libertades, que es España!
España, banco de pruebas del progresismo libertario
Por supuesto, todo lo anterior no es producto de la casualidad. Tampoco lo es que, en este país en pleno proceso de deconstrucción que es España, haya surgido ese gurú posmoderno, ese primer espada mundial de la deconstrucción culinaria, que es Ferrán Adriá. Tras la aprobación del matrimonio homosexual, España se ha convertido en un lugar en el que todo es posible: de vivir hoy, Foucault se habría nacionalizado español. La ley, la tradición, el sentido común, se han convertido entre nosotros en conceptos absolutamente evanescentes: ya sabemos que aquí hay tantas cosas discutidas y discutibles… Ah, y a todo esto, el Chikilicuatre a Eurovisión: ¡manda huevos!
España se ha convertido hoy en la vanguardia del mundo: a otras cosas no sé, pero a progresistas, ¡a ver quién nos gana! El título de la magna obra de Sánchez Albornoz sigue plenamente vigente: España, un enigma histórico. Tierra siempre asomada al abismo, ni sabemos ni queremos saber de moderaciones y equilibrios. Nuestro gran mito ha sido siempre el mito de la libertad. ¿No somos acaso, según nos dicen los astrólogos, el país de Sagitario? ¿No arraigó entre nosotros como en ningún otro sitio el anarcosindicalismo libertario? ¿No ha sido siempre la ley –ese residuo fascista- el mayor enemigo de la libertad? Y si en esta feria carnavalesca en la que –siempre en nombre de la libertad- estamos convirtiendo nuestro país, el descontrol, el desmadre y la desidia en la aplicación de la ley provocan, por ejemplo, que un pederasta requeteidentificado y requetecondenado ande por ahí, vivito, coleando y haciendo de las suyas, y que, a consecuencia de ello, una niña que bajó al kiosko ya nunca vuelva a su casa, ¿no estaremos simplemente ante un imprevisto daño colateral que, espíritus fuertes como somos y abanderados del progresismo, debemos asumir?
Ante una situación como la actual, sólo caben dos posibles soluciones, que, en realidad, son complementarias entre sí. Por una parte, el refugio en la fe y la esperanza en la justicia divina, como hace el padre de Mari Luz, cristiano evangélico (ya dice el abuelo que “mi hijo no parece de este mundo”): si ese padre no esperase poder abrazar de nuevo a su hija en el cielo, ¿cómo seguir viviendo sobre la tierra? Por otra parte, para España –y sentimos tener que decirlo-, un cirujano de hierro. Mi padre, que en paz descanse, decía que España empezó a ir mal cuando los cuartelillos de la Guardia Civil –como el de Alhama de Murcia, mi pueblo natal- dejaron de estar abiertos 24 horas al día y establecieron el horario de oficina. Esta ha sido la tendencia general de la España contemporánea: un inaudito aflojamiento de los vínculos invisibles que dan cohesión orgánica a un país. Casos como el de Mari Luz pueden darse en cualquier parte del mundo. Pero un clima colectivo tan vergonzoso como el de la España actual, y que tanto fomenta el surgimiento de todo tipo de fenómenos aberrantes, es algo específicamente nuestro y que no podemos tolerar en nuestra amada tierra ni un minuto más. Entre otras cosas, porque se lo debemos a Mari Luz.