Llamar cobardes a los terroristas me resulta tan grotesco como llamárselo a los matadores de toros, según hacen los enemigos de la fiesta brava. Al fin y al cabo, unos y otros abrazan una arriesgada profesión. De los riesgos que corren saben muy poco los que de modo tan impropio los califican. Los “chicos de la gasolina” se deben de reír bastante al oír o leer ese calificativo y otros por el estilo, mucho más aplicables a los demócratas que aún no se explican cómo encajan ciertas conductas en una democracia en la que, como vulgarmente se dice, “cabe todo”. Una “ciudadana” de a pie justificaba en Málaga unas banderas, no ya anticonstitucionales, sino prehistóricas, diciendo que “en la Constitución cabe todo”, y otra “ciudadana”, ésta de a caballo, decía en Sevilla que, gracias a esa Constitución, en España cabemos todos. Lo cierto es que en España cabemos unos más que otros, y si no que se lo pregunten a las víctimas de la delincuencia política o común, y en cuanto a la Constitución, cualquiera que no sea magistrado del Tribunal Constitucional puede comprobar que cabe todo porque todos se la saltan a la torera.
Si fuera verdad eso de que en la Constitución cabemos todos, no se saldrían impunemente con la suya los que se ponen al margen de ella con el propósito declarado de descuartizar la nación. No pasa un día sin que asistamos impotentes al ultraje de los símbolos que nos debían unir y por lo visto nos separan o a la imposición con el mismo fin de este o aquel dialecto regional. A mí lo que me llama especialmente la atención es la indiferencia de las más altas instancias del Estado ante la interpretación aberrante o el incumplimiento sistemático de las disposiciones constitucionales. Si nos atenemos a las apariencias y a las versiones oficiales, la Constitución estuvo en peligro en febrero de 1981 y fue el “poder moderador” el que salió con éxito en su defensa. No hubo muertos ni heridos; tan sólo prisioneros. En marzo de 2004, los que explotaron el éxito del cruento estrago violaron sin escrúpulos la jornada de reflexión sin que el pusilánime Gobierno se atreviera, no ya a suspender, sino a aplazar las elecciones una o dos semanas. Se tiene la impresión de que la Constitución corre más peligro por parte de quienes la acatan aunque no acabe de gustarles, que por parte de los demócratas que la están dejando hecha unos zorros.
Yo volvería a tomar en serio la Constitución cuando se me demuestre con hechos que es un baluarte de la nación amenazada. Esos hechos serían la aplicación de ciertos artículos consignados en ella en su día en previsión de coyunturas como la presente. Ya sé que la sola mención de esos artículos pone nerviosos a todos los “padres de la patria” sin excepción, y lo triste del caso es que los que creemos en España no tengamos a donde dirigirnos para impedir su balcanización babelizante.
Ahora bien, una España hecha añicos es una amenaza para la estabilidad del Viejo Continente, sobre todo si se tiene en cuenta que sería una España retrotraída a esos convulsos años 30 que tanto añoran los irresponsables que la desgobiernan. Y yo tengo la impresión de que en los centros de poder de Occidente se está llegando a conclusiones parecidas a las que se llegó a comienzos de los 70 cuando a Chile le salió el forúnculo de la Unidad Popular. No sé si eso explica el nerviosismo con que se lanza a la campaña electoral la gente que detenta el Poder.