El Gran Reinicio (II). La nueva era del poder feudal

Estamos ante un cambio radical en las reglas del juego que vacía por completo nuestras nociones habituales de democracia y libertad. 

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El gran proceso se ha desencadenado ya. Todo está pasando al mismo tiempo y a enorme velocidad. Los acontecimientos nos llegan envueltos en una nube de noticias donde ya se ha hecho prácticamente imposible saber qué es información y qué desinformación. Lo más que podemos hacer es tratar de aprehender algunas hebras de esta madeja y reconstruir su camino, en la esperanza de que nos digan hacia dónde nos dirigimos.

Poder público, poder privado

Primer hilo de la madeja: estamos asistiendo a un formidable crecimiento del poder privado en detrimento del poder público. El síntoma más evidente ha sido el ejercicio de fuerza de las grandes compañías que controlan Internet: Facebook, Google, Amazon, etc. Que estas empresas se hayan puesto de acuerdo en silenciar al presidente de los Estados Unidos es un gesto suficientemente elocuente. Esto es de un alcance extraordinario, porque significa que los grandes señores feudales están en condiciones de imponerse sobre el rey, como en ciertos episodios de la Edad Media. Con el relevante matiz, además, de que no estamos hablando sólo de empresas de Internet, sino que cada una de ellas viene de la mano de la gran banca de inversión, como los grupos Vanguard y Black Rock. Así que no estamos ante un problema sectorial, algo que podría arreglarse con una legislación anti monopolio, sino ante una auténtica insurrección de la elite económica global. Es la consumación de aquella “rebelión de las elites” que vislumbró Christopher Lasch: los nuevos señores del mundo, rotos todos los lazos culturales y existenciales con sus naciones, con sus comunidades, se lanzan a construir un poder nuevo.

Que los ricos y poderosos traten de influir en la vida pública hasta determinar la atmósfera política no es nuevo. Basta recordar la amarga queja de Eisenhower cuándo denunció la excesiva influencia del “complejo militar-industrial” en la política de los Estados Unidos. Tampoco sobrará mencionar el desmedido peso de las grandes compañías eléctricas en la política española actual, por ejemplo. Pero aquí no estamos hablando de influencia, sino de algo más. Una cosa es determinar lo público y otra muy distinta es apoderarse de ello. Una cosa es que un agente privado juegue en el tablero como poder de hecho (el tópico “poder fáctico”) y otra es que reivindique para sí, públicamente, el derecho a censurar libertades ajenas. Eso no lo hacía nadie en Occidente desde muchos siglos atrás. Por eso es tan importante este episodio: significa un cambio radical en las reglas del juego y vacía por completo nuestras nociones habituales de democracia y libertad. 

Los diez hombres más ricos del mundo han ganado 300.000 millones de dólares más desde que comenzó la gripe china

La consagración de lo público como espacio de lo político por antonomasia es un rasgo clave de la civilización europea. Buena parte de nuestra historia colectiva puede escribirse como una larga oposición entre el poder privado de los señores de la tierra o el dinero y el poder público de la Corona. La construcción de los estados modernos descansó precisamente sobre la consolidación de estructuras públicas que, justamente por públicas, reclamaban una legitimidad indiscutible.Vox populi, vox Dei, decía el clásico adagio. En nombre de eso pudieron los reyes católicos, por ejemplo, quebrar el poder de los aristócratas castellanos y aragoneses (con alguna frecuencia, colgándolos de una cuerda por el cuello). Desde entonces, el siempre difícil equilibrio entre el poder público y las libertades personales ha sido la clave de arco de la política en Occidente. Ahora ese equilibrio se altera de manera sustancial.

La muerte del liberalismo

No es fácil prever las consecuencias del proceso. El Daily Mail informaba en enero de 2021 de que los diez hombres más ricos del mundo han ganado 300.000 millones de dólares más desde que comenzó la gripe china. La fortuna personal de esa gente (Bezos, Gates, Musk, etc.) equivale, cada una de ellas, al PIB de países como Ucrania. Han construido semejantes imperios sobre la base de un monopolio tecnológico transnacional avalado por la alianza con la gran banca de inversión, que multiplica sus beneficios, y con la connivencia de la elite política occidental.  ¿Cómo no van a sentirse capaces de callarnos la boca a todos, figuradamente a través de la censura y físicamente con mascarillas? El nuevo equipo de la Casa Blanca está lleno de nombres vinculados directamente con Facebook, Black Rock, etc. Han tomado el mando, lisa y llanamente. Lo llaman “multilateralismo” o “colaboración público/privada”, pero lo que se esconde detrás de esos eufemismos es un giro decisivo en la estructura del poder.

Como primera providencia, todo esto significa que el liberalismo ha entrado en una crisis irreversible, aún mayor que la que sufrió el socialismo en los años 80 del pasado siglo. El liberalismo es ante todo una doctrina de limitación del poder. De ahí su obsesión (no injustificada) por limitar el poder público para garantizar la libertad personal. Pero si la limitación del poder público termina provocando un crecimiento ilimitado de poderes privados que nadie puede controlar y que aniquila las libertades personales, entonces es evidente que el modelo ha fallado. Lo mismo vale para las libertades políticas y para el concepto mismo de democracia. La democracia descansa en la existencia de un demos, es decir, de una comunidad política que esté en condiciones de elegir y controlar al poder. Pero si el poder trasciende las fronteras nacionales, se hace global, escapa al control de cualquier comunidad política e impone su voluntad sobre el demos sin cortapisa alguna, entonces la democracia ha muerto. Y en eso exactamente estamos hoy.

Es claro que la resistencia a este proceso sólo puede pasar por afianzar la esfera pública, esto es, lo político, frente a los poderes privados, y por reforzar la soberanía de lo nacional, la comunidad política concreta, como garantía de que la democracia sobreviva. Ahora bien, los nuevos señores del mundo también tienen su proyecto: un mundo sin naciones, una democracia sin demos, una ideología de transformación del sistema económico so capa de encumbrar la emancipación de los individuos frente a sus comunidades de origen. Esas son las otras hebras de la madeja. Las veremos en la próxima entrega. 

 

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