A las agresivas preguntas de la super-progre Mercedes Milá, Andalla ha respondido con aplomo que él no es homófobo en absoluto y que tiene amigos que son homosexuales; pero sigue manteniendo que la homosexualidad es una tendencia antinatural, y que no se arrepiente de haberlo dicho, aunque ello haya podido ser el motivo principal de su expulsión.
Viene todo esto al caso porque Mariano Rajoy se encuentra actualmente en una tesitura semejante a la que afrontó este concursante de Gran Hermano hace unas semanas. El escándalo provocado por las prácticas de carnicería médica realizadas en las clínicas abortistas de Carlos Morín ha devuelto el tema del aborto al primer plano del debate público nacional. Y se trata de un escándalo de tal naturaleza, que debería obligar a que Rajoy se pronunciara, aunque ya sabemos que los políticos suelen rehuir los temas espinosos, especialmente en época electoral. La posición del PSOE al respecto resulta bastante cómoda: si seguimos con la ley de los tres supuestos aprobada en 1985, y dado que existe de hecho un consenso político y judicial tácito en permitir que el tercero de ellos sirva para dar cobertura legal a cualquier voluntad de abortar, tenemos, en la práctica –aunque no en la ley-, una situación de aborto libre; y, mientras tanto, se pueden lanzar de vez en cuando, y con cautela, globos sonda para palpar el ambiente y comprobar si la sociedad española está ya suficientemente madura para aceptar en este delicado tema un franco cambio legislativo.
En cambio, la posición del PP es mucho más incómoda. Al Partido Popular se le supone, de entrada, una posición contraria al aborto. Pero la realidad es que, durante los ocho años de gobierno de Aznar, no se hizo nada no ya para cambiar la legislación, sino para que la ley de 1985 realmente se cumpliese en sus términos estrictos, de modo que se evitara el desmadre abortista de facto al que daba lugar el famoso tercer supuesto. Por su parte, Mariano Rajoy, que ha hablado de muchas cosas durante los últimos cuatro años, ha mantenido la boca bien cerrada en el tema del aborto, salvo para decir que, si gana las próximas elecciones, no cambiará nada en su actual regulación, porque “existe al respecto un amplio consenso social”. Pragmático como es, Rajoy, secundado por sus asesores, calcula que, electoralmente, en la cuestión del aborto tiene poco que ganar y mucho que perder: porque, si se moja demasiado contra el aborto, va a parecer “demasiado de derechas” y excesivamente afín a la Iglesia Católica, y entonces le estará proporcionando al PSOE un inmejorable punto de apoyo para una temible demagogia. Y, claro, como para Rajoy lo principal, lo absolutamente prioritario, es ganar como sea –Zapatero dixit: ¿recuerdan?- las elecciones…
Hay que retratarse
Hay situaciones en las que un político no puede escurrir el bulto y pretender salirse por la tangente; situaciones embarazosas en las que es obligatorio retratarse. Por ejemplo, Zapatero, después del atentado de la T-4, al decir que “suspendía” los contactos con ETA y esconderse en Doñana a ver si amainaba el temporal, se retrató, efectivamente, como un auténtico cobarde: ya sabíamos –Rajoy, ahí con acierto, nos dio la fórmula verbal- que era un “bobo solemne”, pero tras el bombazo de Barajas pudimos comprobar cómo nuestro presidente, ante las situaciones comprometidas, practica, con descaro y sin perder su sempiterna sonrisa, la política del avestruz. Ahora le toca el turno a Rajoy.
¿Qué es lo que realmente preocupa hoy al equipo de Rajoy? Los sondeos demoscópicos, las encuestas de intención de voto, que Mariano salga simpático y moderno en Internet. ¿Y el tema del aborto? ¡Huy, peligro! De eso, mejor ni una palabra. Punto en boca. Que las cosas sigan como están. De momento, vamos a intentar ganar las elecciones. Y después… después, nada. A seguir mirando para otro lado y permitiendo que, en las clínicas abortistas españolas, se hagan cosas que claman al cielo: todo con tal de situarse en el paraíso centrista, que los del PP son una gente muy civilizada. Y, además –Rajoy dixit-, como existe ese “amplio consenso” y el tema del aborto no provoca un excesivo alboroto social… Pues lo dicho: a prometer bajadas de impuestos y cuatro chorradas políticamente correctas, a cruzar los dedos y a ver si la cosa cuela y podemos descorchar el champán la noche de las elecciones.
Pero esa noche, don Mariano, a la misma hora en que usted a lo mejor se asoma al balcón de Génova y escucha, exultante, cómo las masas peperas vitorean “¡Se dice, se siente, Mariano presidente!”, las clínicas abortistas españolas, amparadas por la culpable pasividad del PP, seguirán practicando interrupciones voluntarias del embarazo que –usted lo sabe- están absolutamente fuera no ya de la ley vigente –que también-, sino de los principios deontológicos más elementales. A ver, don Mariano: retrátese usted, demuéstreme que no es tan cobarde y cínico como Zapatero. Convénzame de que debo votarle: porque, de momento, no pienso hacerlo. Lo tiene usted muy fácil: basta con que diga que, si gana las elecciones, su gobierno va a tener, entre sus más urgentes prioridades, crear en España las condiciones de todo tipo necesarias para que, por el bien de todos –empezando por el de las madres que abortan- se reduzca drásticamente el número de abortos y para que los que se practiquen –aunque uno solo ya es demasiado- cumplan de manera estricta la legislación vigente. Que, para usted, el más importante indicador de que España progresa no va a ser la cantidad de hogares conectados a Internet, sino la disminución del número anual de abortos.
Y añada usted, por favor, si se atreve, que le da igual que, por decir esto, pueda perder las elecciones. Que no quiere ser presidente de un país en el que es posible que, por decir tales cosas, un candidato pierda las elecciones. Entonces, don Mariano, tendría usted no sólo mi voto, sino mi adhesión incondicional. Y una admiración que actualmente, por desgracia, tanto yo como muchos otros estamos muy lejos de sentir hacia su persona.