"Merda d'artista" es la del "artista" (?) Piero Manzoni que en 1961 colocó la suya en 90 latas. Y las vendió. Una de ellas por 275.000 € en 2016. Curiosamente nadie detuvo al impostor ni impidió el ultraje a la Belleza y la Civilización. Todos le rieron la gracia.

Museos del nihilismo

Una época que no dejará nada más que vacío. Un tiempo que será visto como una yerma zona gris en el derrumbe de Occidente.

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El arte no nació como arte. Fue producto de la magia simpática.

El primer artista fue un vate, un chamán, un sanador, un vidente.

El entusiasmo (en el sentido griego, etimológico) origina la expresión artística.

¿Qué quiere decir todo esto?

Que el primer arte no sabía que lo era, no tenía conciencia de ello. El artista inicial describía y también escribía. Tenemos que leer el arte primigenio, desde Altamira a los egipcios, como un texto que explica, describe, ruega, implora, impreca o alaba.

El arte egipcio es un seguro de vida, un contrato con la eternidad en el que se estipulan las condiciones de vida en el más allá. Por eso se esculpen cabezas de repuesto, se conserva el cuerpo del difunto, se registran sus méritos y sus posesiones en monumentos que no estaban concebidos para ser contemplados, para producir goce estético. Eran inventarios, alegaciones de méritos, oraciones. El arte se hacía incluso para ser destruido o pisado, porque representaba las imágenes de los enemigos.

El arte tenía una función y la técnica era parte de la misma. La mayor habilidad producía los mejores objetos, los de la élite.

¿Qué función? Eminentemente ritual. Ya fuera el culto cívico de una polis griega, con la abstracción propia de una sociedad fundada en ideales colectivos de poder republicano, ya fuera en el culto personal del despotismo helenístico, hijo de las monarquías absolutas de Asia.

Del culto de Ramsés, Alejandro y Augusto al del Cristo Pantocrátor apenas hay diferencias estéticas

Del culto de Ramsés, Alejandro y Augusto al del Cristo Pantocrátor apenas hay diferencias estéticas. Basta con leer a Platón para entender la importancia del arte y el rito entre los antiguos, por ejemplo cuando advierte de los peligros para la polis que suponen las innovaciones en la música en el tercer libro de Las Leyes.

En este sentido originario, el último arte que se ha producido es el realismo socialista y el art brut de los psiquiátricos.

Nuestra época produce un arte falso, un no arte, porque es subjetivo y atomizado, asocial. Y, sobre todo, intrascendente, no va plus ultra. No puede hacerlo porque no cree en nada. Por eso tiende cada vez más al chiste, a la autoexpresión de un sujeto vulgar, que necesita del escándalo. Pero ya hay tal saturación de artistas “rebeldes” y “originales” que sólo Juan de Ávalos, Arno Breker o Vera Mújina logran alborotar a los bien pensantes sin buscarlo, con inocencia.

Ni Ticiano ni Rembrandt pensaron jamás en épater. Eso es un producto del arte burgués

Ni Ticiano ni Rembrandt pensaron jamás en épater. Eso es un producto del arte burgués: la publicidad, el gran negocio de Courbet, el genial pintor del progresismo decimonónico. Pero su arte todavía debía muchísimo a la tradición, de la que fue un excelso representante. Hasta el siglo XX, los productos de gran calidad no se anunciaron. Courbet rompió ese tabú. Fue un precursor.

La tradición ha muerto o eso pretenden los marchantes. Las únicas funciones sociales que cumple el arte son las de la especulación financiera con las firmas de los artistas, el entretenimiento efímero de masas sin formación (excúsenme la redundancia) y la autosatisfacción pedante de los conventículos de iniciados, de los connoisseurs (más bien cons-noisseurs) que otorgan prestigio social a quien se extasía ante un Rothko o un Mondrian.

La obra de arte actual es un objeto de prestigio. No por su valor técnico, sino por su crédito: cotiza. La firma vende. Da igual la calidad. Basta que los críticos y la moda la acepten para que tenga valor de cambio. Esto ha provocado una inflación salvaje y la pérdida del valor intrínseco pese a lo astronómico de los precios.

Todo vale. Nada es.

Los museos de arte contemporáneo surgen por millares. Cada pequeña ciudad tiene el suyo. No puede haber miles de Prados o de Louvres. En realidad, cuando los visitamos, por la malsana curiosidad del que necesita ver cuadros, sí podemos darnos cuenta de algo. No son museos de arte. Son exposiciones de nihilismo, de una época que no dejará nada más que vacío. De un tiempo que será visto como una yerma zona gris en el derrumbe de Occidente.

Es curioso que, al contrario que en su origen, el no arte actual tenga tanta conciencia de lo que pretende ser. Nunca se ha escrito tanto sobre tan poco. Nunca se ha filosofado tanto sobre nada.

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