Una meditación sobre la Navidad

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La Navidad no es “la fiesta de la familia”, ni la de los “buenos sentimientos”, ni meramente la de las “tradiciones navideñas”, y mucho menos la de una euforia falsa, superficial y estúpida. Tampoco se limita a ser un “tiempo mágico”, ni una simple ocasión para reforzar ciertos lazos sociales, tal como tiende a interpretar la antropología laica de la religión.
 
La Navidad es la gran fiesta de la transformación del mundo. El universo humano está sometido a la ley de la entropía, en último término consecuencia del pecado. A causa de este desorden introducido por el pecado, el mundo ha perdido su luminosidad originaria. Cristo, al entrar en la carne y en la historia, provoca en el statu quo cósmico una revolución inaudita: el fuego del Amor Infinito irrumpe en la finitud del mundo y “la incendia”. La encarnación del Verbo trastorna todos los esquemas humanos, como hace también el Sol de Medianoche que puede contemplarse en las regiones árticas. Cristo es el Sol Espiritual que nace en mitad de la noche –de ahí el profundo simbolismo de la Misa del Gallo- y anuncia la metamorfosis de todos los ritmos cósmicos en el Reino de Dios. El Hombre Viejo dice: “No hay nada nuevo bajo el sol”. El Hombre Nuevo sabe que, desde Cristo, todo el mundo humano está destinado a una renovación radical. Este es el fundamento de la alegría cristiana de la Navidad.
 
Es Navidad. Por lo tanto, ¡incendiemos el mundo!

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