Las instructivas orgías de Catherine Millet

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Ante todo, aclaremos que Catherine Millet no es una ninfómana ni una libertina en el sentido clásico de estas palabras. En su furiosa carrera en pos del sexo anónimo orgía tras orgía, la búsqueda del placer sólo constituye un objetivo secundario. Por lo demás, declara –y la creemos- que nunca se ha sentido atraída por la tentación de pervertir la virtud de quien, por voluntad propia, no se hallara inclinado a probar la experiencia de las bacanales parisinas en las que ella ha participado con tanta aplicación. Entonces, ¿qué buscaba realmente Catherine Millet?
 
Basta con leer atentamente su relato para comprender que el verdadero objetivo de esta respetada intelectual y crítica de arte consistía en acceder a la experiencia de la pasividad total. Liberarse de la voluntad y del yo consciente, a fin de convertirse en carne dócilmente disponible para cualquier tipo de exigencia sexual. Como se hace con tanta frecuencia en el ambiente gnóstico de nuestra época, también Catherine Millet separa escrupulosamente el sexo del espíritu: lo que se haga con el cuerpo da igual, ya que la intimidad de la conciencia, el yo personal, en medio de las cópulas mecánicas y sin rostro, se retira y reabsorbe en sí mismo. Y, sumergida en ese océano anónimo de cuerpos opacos y jadeos impersonales, la señorita Millet obtiene la gratificación suprema de retornar a la pura materialidad de la carne, alcanzando esa despersonalización, ese regreso a los sustratos primitivos de la existencia donde se descansa del trabajo de ser persona.
 
Nietzsche nos enseñó que el hombre es un animal enfermo. Cioran, que la felicidad consiste en la regresión hacia los sustratos más arcaicos del ser, a la dicha inmediata y biológica de la pura animalidad. En este mismo sentido hay que interpretar el mito de la prostitución sagrada en los antiguos templos fenicios de Astarté, ampliamente vigente entre cierta izquierda intelectual contemporánea. Y, también, las conocidas fotografías de Spencer Tunick, cuyos cientos de hombres y mujeres desnudos representan un deseo inconsciente del individuo contemporáneo, que, cansado -como un nuevo Atlas que renuncia a su titánico heroísmo- del esfuerzo de sostener su problemático yo, simpatiza con la idea del retorno a la masa gregaria donde volvemos a ser simples animales en armonía con Gaia, la madre de la que, al parecer, nunca nos debimos separar.
 
El ser humano sólo puede vivir de dos maneras: elevando su rostro hacia la esfera del espíritu –y entonces se convierte en hombre religioso-, o tornando su mirada hacia el fondo dionisíaco y tanático de la realidad, donde Eros, paradójicamente, aspira a la suprema experiencia “mística” de la despersonalización y la auto-disolución. En este segundo caso, la religión del sexo sustituye a la religión del espíritu, que se encuentra ligada a una experiencia luminosa y armónica del mundo a través del universo de la cultura. A este respecto, no es casual en absoluto que Catherine Millet sea directora de Art Press, la más prestigiosa revista francesa de arte contemporáneo.
 
El arte contemporáneo es fundamentalmente nihilista y considera anacrónica la antigua relación del arte con la belleza. Catherine Millet, empapada de la muchedumbre, tantas veces vacua, de ismos artísticos del siglo XX, y de la verborrea sofística y pseudo-intelectual de Barthes y sus seguidores, es un producto paradigmático de la cultura nihilista posmoderna. Y, sumergida en un universo cultural en el que ya nada significa realmente nada, su abandono total a la religión del sexo y a la experiencia de la pasividad absoluta sintoniza claramente con el más moderno espíritu de nuestra época.
 
Por cierto: su libro, aunque provocó en su momento un considerable escándalo, ha suscitado sobre todo una apenas disimulada reacción de admiración y simpatía. Y ello porque Catherine Millet es considerada como un espíritu libre, adelantada de una humanidad futura a la que, ya hoy, en el estado aún incipiente de su formación, seduce cada vez más la perspectiva de traspasar fronteras antes consideradas intangibles. Desde luego, para empezar, la frontera del sexo sin tabúes. Y, ¿por qué no también otras igualmente osadas? ¿Nihilismo? No, al contrario: una nueva forma de humanismo en la que el hombre se atreve a superarse y dejarse atrás a sí mismo en nombre de su “derecho a la Libertad”.
 
Sin duda, al lector le recuerda todo esto lo mismo que a mí, y de este tema trataremos en nuestro próximo artículo.   

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