En 1932 la República aprobó la ley del divorcio. Avance inevitable respecto a un tema que ya había existido en una España en teoría más pacata. Recuérdese el divertido entremés El juez de los divorcios, de Cervantes. Pero en este caso, a poco de aprobada la norma, Pedro Muñoz Seca escribió una traviesa obra teatral: Anacleto se divorcia, en la que peroraba contra dicha ley, ridiculizándola en varios aspectos. Entre otras cosas, hay una graciosa escena donde los cónyuges, a punto de dejar de serlo, quieren repartirse los objetos domésticos según el género (gramatical, huelga decir), masculino o femenino. Lo que sea “EL”, para el marido. Lo que sea “LA”, para la esposa. Fácil, ¿verdad? Pues no. Porque la cama era también el catre, y diez duros eran cincuenta “beatas”, es decir, pesetas. Las izquierdas, con su conocida ausencia de sentido del humor, no se lo perdonaron, y la obrita cómica contribuyó sin duda al asesinato del escritor en Paracuellos, en noviembre del 36.
Espero que ahora no nos cueste la vida a quienes hemos visto en las llamadas Matemáticas con perspectiva de género y con enfoque socioemocional una de las sandeces mayores y más peligrosas de entre las embestidas contra la lógica elemental y la razón por parte de la muy culta harka gubernativa que disfrutamos. Leí el otro día una página de tales aberraciones. Entre ellas estaba la de poner con negrita el artículo “la” a o “las” ante hipotenusas, raíces, ecuaciones, derivadas y demás funciones o sustantivos matemáticos, a fin de resaltar la importancia de su femineidad, decían. Imagino entonces que, por el contrario, a los denominadores,
Vida difícil les espera a los logaritmos, ángulos, cocientes, etc. Y, sobre todo, a los catetos, aunque no a las hipotenusas
logaritmos, ángulos, cocientes, etc., les espera una vida difícil, y no digamos a los catetos, que desgraciada e inevitablemente son dos por cada hipotenusa.
Recordará el lector que Antonio Machado tenía unos poemas bajo el encabezamiento Apuntes líricos para una geografía emotiva de España. Lógicamente el maestro usaba el término con la humorada de saber que todo poema donde aparece la topografía es ya una aproximación emotiva a ésta. La lírica sin emoción sencillamente no existe. Pero la charanga verbal que nos quieren imponer los actuales gobernantes se toma esas cosas con la ridícula seriedad pollinesca de quien dice una sandez, se la cree y además presume de ella. Montaigne ya aseguraba que nadie está libre de decir tonterías, pero que lo peligroso es decirlas con aplicación. En el caso de nuestros próceres educativos aumenta el riesgo no sólo al opinar al respecto, sino al legislar con tan peregrinos criterios en materias tan por encima de modas y vaivenes electorales, o al menos tal debiera ser, por mucho que al plantear un problema no comiencen con “Un repartidor tiene que meter en su furgón veinte paquetes cada treinta minutos…”, sino “Una repartidora tiene que meter en su furgoneta veinte cajas cada media hora…” Y así. En fin, ¿qué diría nuestro paisano poeta respecto a semejantes memeces?
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