No tardé en darme cuenta de que el ballet clásico acabará por perderse, víctima de su gracia, de su perfección, de su femineidad, virtudes aristocráticas incompatibles con el hembrismo dominante.
No es política, no es ideología, mucho menos es una “cortina de humo”, no: lo que hoy estamos viendo imponerse es una especie de nueva religión secularizada, un credo universal de sustitución, una suerte de fe ciega que aspira a apoderarse de los cuerpos y las almas.
La hegemonía de la izquierda en la juventud ha terminado. La derecha intelectual ya no se rasga las vestiduras e, incluso, conquista los platós televisivos.