Clausurado por el coronavirus el carnaval de Venecia. Además de la máscara, mascarilla

Lo que nos espera

Estoy convencido de que la globalización es nuestro Rubicón. No lo crucemos. Volvamos atrás. ¿Es imposible? Sí.

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A mí no, porque ando ya, como Baroja cuando escribió sus memorias, en la última vuelta del camino. Eso me permite jugar a la futurología encogiéndome de hombros. ¿Cómo será el mundo del futuro? ¿Quién lo heredará? Los biólogos manejan hipótesis diferentes. Algo, a mi juicio, es seguro: no serán los hombres, esos mamíferos depredadores que caminan con paso firme, y a la vez incierto, hacia su extinción. Nunca he entendido por qué los políticos se empeñan en que no cunda la alarma cuando se producen situaciones de emergencia. Lo lógico sería lo contrario: de los avisados nacen los precavidos. ¿Acaso no es mejor prevenir que curar? Lo del coronavirus no es sólo una epidemia. Es un aviso. ¿No queríamos globalización? ¡Pues toma globalización! Dos tazas. Durante mucho tiempo nos dijeron que serían, seguramente, las ratas, los insectos y las bacterias los herederos del planeta. Las tres predicciones merecen crédito y ninguna de ellas excluye a las restantes. Yo añadiría otra, aún más verosímil, mortífera e inminente: la de los virus, que son como ultracuerpos fantasmales llegados de las tinieblas exteriores e interiores. ¿Estaban agazapados, como algunos científicos y utopistas creen, en el corazón de los bosques tropicales y sin contacto alguno con el ser humano hasta que éste, tan alocado y devastador como acostumbra, puso en marcha la deforestación? ¿Vivían en el subsuelo, allí donde la tierra arde, y salieron al exterior cuando empezaron las extracciones de petróleo -acqua infernalis llamaban en el Medievo a los hidrocarburos- y últimamente, para colmo, el fracking? Echen cuentas: el sida, la legionella, el ébola, la peste aviar y, ahora, el coronavirus. Imaginen un mundo en el que sólo haya ratas, insectos y virus. O, peor aún, un mundo gobernado por los robots, que seguirán en marcha cuando sus creadores hayan desaparecido y que no podrán ser mordisqueados por las ratas, ni aguijoneados por los insectos, ni contaminados por los virus. Éstos, además, son de naturaleza mutante y eso los convierte en organismos no sujetos a las leyes de la entropía, ni a los mecanismos de la evolución biológica, ni, menos aún, a las medidas cautelares que los mamíferos humanos puedan adoptar con miras a poner freno a su incontenible proliferación. ¿Está la suerte echada? No lo sé, pero estoy convencido de que la globalización es nuestro Rubicón. No lo crucemos. Volvamos atrás. ¿Es imposible? Sí.

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