En su insuperable libro Nietzsche en España, el profesor Gonzalo Sobejano dedica unas páginas al militar don Ricardo Burguete, “uno de los eslabones entre la teoría de Costa y la práctica de Primo de Rivera”. Siendo comandante, llevó a Baroja, Azorín y Maeztu a visitar al general Polavieja para proponerle “una dictadura liberal, técnica y antiparlamentaria”. Su hoja de servicios era impresionante: Marruecos, Cuba, Filipinas, Laureada y dos ascensos, a capitán y a comandante, por méritos de guerra. Siendo ya general, dirigió la represión en Asturias de la huelga revolucionaria de 1917, por lo que, al llegar la República, se le denegó el ingreso en la Agrupación Socialista Madrileña, y eso que había sido hostil a la Dictadura. Poco antes de morir, en Valencia en 1938, donde el Frente Popular lo había puesto al frente de un comité o negociado de la Cruz Roja, le escribió a Queipo de Llano una carta de esas que envilecen más al remitente que al destinatario.
Su bibliografía es tan impresionante como su hoja de servicios, y uno de sus títulos más conocidos es Así hablaba Zorrapastro. Zorrapastro es el Zaratustra de Burguete, un Zaratustra que predica la fuerza y la voluntad a una España encharcada en un nirvana político y social. Zorrapastro exalta la guerra y el valor y afirma que “han hecho cosas más grandes que el amor al prójimo”.
Como puede verse, Burguete no caricaturiza al personaje de Nietzsche, sino que procura adaptarlo a tierra de garbanzos y da a entender de paso que es una reencarnación de la zorra y el cerdo. Y es este ejemplar zoológico el que predica “el culto a la personalidad egregia”, pues “nada es un pueblo hasta que no lo contiene en sí un grande hombre”.
Ni Primo de Rivera ni los alzados de 1936 reunían esas cualidades ni eran dignos a los ojos de Burguete de encarnar a Zorrapastro. ¿Será por ventura ZP el Zorrapastro que pedía Burguete?