La Unión de Actores y Actrices nos ha tenido sin cultura los días 10 y 11 de abril de este funestísimo 2020, sin comparecer en redes sociales y medios de comunicación, sin aportar sus valiosas opiniones y querida presencia ante las masas enclaustradas, las cuales, por lo que ellos imaginan, habrán visto muy mermada su ya de por sí tediosa vida espiritual e intelectiva, recluidos en un ámbito de arresto domiciliario en el que actores y actrices deben de considerarse bálsamo infalible contra el aburrimiento, el desconsuelo y posiblemente la desesperación. Han tomado una decisión tan presuntuosa, tan inútil y banal como “la no presencia”, “Tras la decisión del Ministro de Cultura del Gobierno de España, José Manuel Rodríguez Uribes, de no hacer un paquete de medidas específicas para el sector cultural tras esta crisis sanitaria”. Vaya por Dios: no los tienen en cuenta, el gobierno no los incluye en los planes de intervención urgente paliativa de los efectos catastróficos que en lo laboral y económico va a tener la crisis del coronavirus, y se enfadan a tal punto que, como niños encolerizados, hacen mutis y salen de la habitación por dos días. El viernes y el sábado al rincón, con cara de haberse perdido el postre. El domingo de vuelta y el martes a escena: tocan las gracias de Diarios de la cuarentena.
Toda esta alharaca sin chicha y sin nabo, toda esta puerilidad, esta rabieta adolescente de profesionales empeñados en parecer niños terribles en vez de gente asesada, tiene una causa primaria muy enquistada en el ideario común y cotidiano de nuestra sociedad, el gris del tópico y el negro de cada obsesión: la negra suerte de una cultura, incluida la cinematográfica y sobre todo la cinematográfica, que considera imprescindible la intervención del Estado-providencia para poder subsistir más o menos con dignidad. Tiene que ver con el respeto a la cultura y el respeto de las gentes de la cultura hacia sí mismas. Sé que jamás van a entenderlo porque nunca lo han querido entender; y aunque lo comprendiesen, de ninguna manera aceptarían que su profesión se viera privada de la noche a la mañana del subsidio público. Es de pura lógica:
Si en tiempos normales todos los gobiernos los han beneficiado con innumerables dádivas, ¿cómo es posible que en momentos tan críticos se olviden de ellos?
si en tiempos normales, todos los gobiernos los han beneficiado con innumerables dádivas, gabelas y aguinaldos, ¿cómo es posible que en momentos tan críticos como los actuales, y considerando lo imprescindibles que son, se olviden de ellos con tanta facilidad? Razones no les faltan. Lo que sí les falta es saberse más, conocerse mejor y tener una idea más clara de cuál es la función que vienen cumpliendo desde hace muchos años como “voces comprometidas y críticas”. Porque de ilusión también se vive, pero no es recomendable vivir para siempre en lo ilusorio.
Por hablar claro: a quienes sostienen con caudales públicos la industria cinematográfica les importa un comino la industria cinematográfica; y a quienes buscan el aplauso o la benevolencia de este sector en rituales catárticos como la famosa ceremonia de entrega de los premios Goya y fiestas de fin de curso parecidas, les importan el mismo comino los actores, las actrices y los directores de fotografía. Sí les importa quitarse de encima el incordio de un colectivo mediático enfurruñado y, si es posible, ganarlo para su causa. Como dijo quien lo dijo: “Es mejor tener al párroco a favor que en contra”. Y por supuesto: les importa un pito —les importaba un pito— el montonazo de euros que dedicaban a la subvención de tan entretenida actividad. Pero las cosas cambian. Verán cómo:
Para nuestro gobierno vivimos tiempos en los que cabe la comedia, ahí está ese engendro de ficción ligera ya citado e imaginativamente titulado Diarios de la cuarentena para demostrarlo. Pero no son tiempos de derroche. La avería es importante, el agujero demasiado hondo, el peligro de recesión económica demasiado grande, la amenaza de quiebra convivencial en exceso evidente. Consecuencia: lo que antes de ayer parecía capital, hoy es secundario y del todo aplazable. La importancia de “la cultura”, o sea, del cine y los cineastas, es un valor relativo, débil como relativo y débil es todo aquello de se obliga a reivindicarse importante de manera continua para que las masas no olviden lo importante que es. Pero, ay: 15 millones a las televisiones privadas son mucho más útiles a la uniformidad cívica y la recta generación de criterio popular, con perdón por el oxímoron, que otros tantos euros o más —porque ellos siempre piden más—, para la gente del cine. Ingrata falta de respeto, no lo niego, hacia un agrupado al que mayoritariamente —no unánimemente, desde luego— siempre le ha costado respetarse. Debe de ser muy duro enterarse así de sopetón que toda aquella purpurina y aquellas risas y palmadas en la espalda eran para la galería y para los días de fiesta, cuando no pasa nada y las turbulencias de la historia no asoman por el horizonte ni se espera que amaguen en lo lejano de los tiempos. Y tremendo sin duda, traumático diría yo, enterarse de una vez y de golpe que ellos,
Los actores y las actrices no eran y no son referentes ético-ideológicos para una sociedad anhelante de su palabra, sino propagandistas de segunda opción
los actores y las actrices, no eran y no son referentes ético-ideológicos para una sociedad anhelante de su palabra, sino propagandistas de segunda opción para gobiernos que tienen cosas mejores en las que pensar, de las que preocuparse y en las que gastar el dinero de todos. La vida es drama, aunque eso ya lo saben. O deberían saberlo.
El día que asuman del todo y sin lamento ni herida que sus opiniones, las opiniones de actores y actrices sobre la gestión de lo público son tan relevantes y pertinentes como el veredicto del calendario Zaragozano sobre el cambio climático, o como las mías, por citar al escritor más peregrino que conozco, habremos dado un gran paso. Ese día, que no llegará nunca, entre todos respetaremos un poco más a la cultura y al arte de hacer películas. De momento seguimos en lo de siempre: películas.
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