Guerra de símbolos

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En la delicada cuestión de los ultrajes a la bandera y al Jefe del Estado, la parte más culpable, aunque sólo sea por omisión, esgrime el sofisma de que tan grave o más que agraviar al Rey es recordarle sus deberes constitucionales como garante, con el Ejército, de la unidad y la integridad de la nación frente a los esfuerzos de separatistas y separadores. Llamo separatistas a los españoles que reniegan de España y separadores a quienes, desde el Gobierno, fomentan y favorecen sus anhelos. Para éstos, para los separadores, es además la de la bandera una cuestión baladí, ya que es una bandera que tuvieron que aceptar, junto con la Monarquía, del régimen anterior y que les recuerda demasiado a éste cuando la ven. La bandera rojigualda es para los separadores lo que, verbigracia, es la patria para el ciudadano Savater.
 
El Monarca por lo menos lleva años haciendo méritos para que los demócratas revaliden su legitimidad, pero ni por ésas. Los méritos que el Monarca haga ante los demócratas empeñados en la tarea de balcanizar España no lo son obviamente ante los que se creyeron que la Constitución iba en serio, por lo que tienen todo el derecho del mundo a criticar a la persona sin mengua de creer en la institución. Del mismo modo que no hay que juzgar a la Iglesia por la indignidad de algunos de sus ministros, no se puede ni se debe juzgar a la Monarquía por el hecho de que su titular no esté a la altura de las circunstancias y dé ocasión al bochornoso espectáculo de que se le queme, aunque sea en efigie.

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