Hay una íntima contradicción en el enfado del gobierno por las movilizaciones contra su asignatura estrella. En realidad, la mejor prueba de que en España hay conciencia ciudadana está en esas movilizaciones. Un pueblo que dice sí, bwana a todo lo que disponen sus dirigentes carece de la virtud de la ciudadanía. Ser capaces de pensar por sí mismos y plantar cara a medidas que se estima erróneas es, por el contrario, un testimonio de mayoría de edad. Reprimiendo la objeción de conciencia y amenazando a los disconformes, los socialistas demuestran que prefieren una masa moldeable a un pueblo soberano.
El Foro de la Familia está dispuesto a todo por la vía jurídica. Falta saber si las personas individuales están también dispuestas a sufrir incomodidades para mostrar a unos políticos indignos lo que es una sociedad libre. Ellos pensaban que nos habían enseñado lo que era democracia y participación ciudadana, pero al parecer somos nosotros quienes hemos de darles lecciones. Y no a bajo precio, porque el zapaterismo ha venido aquí a ganar la guerra civil a setenta años vista, y una vez más habrá que cantar, con distinta tonada, aquello de “no hay un hombre que se precie que no esté presto a morir”. Aunque ahora las balas lleven forma de expedientes.
El camino hacia Cuba, sí, se empieza a andar entrando en clase de Educación para la Ciudadanía. Y los objetores habrán de tenerlo claro, porque van soportar artillería pesada en forma de retórica tramposa. Tratarán de hacerles ver que son ellos los intolerantes, la minoría fanatizada que quisiera poner un burka a nuestra democracia, los teocon, como empiezan a decir por ahí con dudoso ingenio. Y no. El año pasado, en Madrid, al término de la impresionante marcha contra la LOE, una fea canción llamada Libertad sin ira sonó como cantada por ángeles. Habíamos cobrado una bandera que nos pertenecía. Y no la soltaremos.